Un judío llamado Yeshua Ben-Yosef

Publicado por Tarzan Leão 9 de diciembre de 2009

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De tanto la historia haber desjuidizado a Jesús, sea a través de la literatura, de la iconografía y más notoriamente del cine – que lo presenta casi siempre de tez clara, cabellos rubios y ojos levemente enverdecidos -, prácticamente nos olvidamos de que Él nació, vivió y murió como judío. Retomar la cuestión de la judaicidad de Jesús no es algo irrelevante ni un asunto de menor importancia. Es pagar una deuda que tenemos para con el pueblo judío, perseguido e injusticiado durante al menos los últimos dos mil años.

Los evangelios – especialmente los sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) – aunque fueron escritos ya cuando los seguidores de Yeshua se distanciaban del judaísmo, evidencian desde el principio su pertenencia al pueblo de Israel.

Mateo comienza su relato evidenciando el hecho de que Jesús pertenece a la casa de David, (Mt 1, 1-17); raciocinio que es también seguido por Lucas (Lc 1, 32; 3, 23-38), que menciona el hecho de que “cuando se completaron los ocho días para la circuncisión del niño, le fue dado el nombre de Jesús (Yeshua), conforme lo llamó el ángel antes de ser concebido”. Pues según la Torá (la Ley de Moisés), todo hombre deberá ser circuncindado (Gn 17, 10; Ex 4, 24; Lv 19; 23). Es el mismo Lucas que lo coloca ocho días después de su nacimiento nuevamente con sus padres para la purificación en el Templo. La Biblia de Jerusalén nos recuerda que “la purificación era impuesta solo a la madre; pero el niño debía ser rescatado. Lucas nota cuidadosamente que los padres de Jesús, como los de Juan, cumplieron todas las prescripciones de la Ley.” Como, por ejemplo, la costumbre de ir anualmente a Jerusalén para la fiesta de Pascua, Pessach, en hebreo (Lc 2, 41-42). Hay incluso unos pasajes bellísimos como aquel que dice que fue a Nazaret, donde fue criado, y, según su costumbre, entró en día sábado (Shabbat) en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura” (Lc 4, 16).

O sea, está engañado quien imagina que Jesús fue Católico, Protestante o mismo – ¡pásmense! – Cristiano, aunque sea él propio Cristo, hijo de Dios. Para espanto de muchos, él no perteneció a ninguna de esas denominaciones que intentan apropiárselo. Nunca está demás recordar que todo el Nuevo Testamento, desde Mateo hasta el Apocalipsis, en ningún momento niega el hecho de que Jesús de Nazaret nació y vivió de acuerdo con la Ley de Moisés. Donde no es difícil deducir también que él no era romano, ni europeo o mucho menos estadounidense, como nos intenta hacer creer subliminalmente el cine hollywoodense.

Llega a ser increíble el hecho de que vivamos sumergidos en una ignorancia tan profunda. Decimos profesar una fe pero no siempre tenemos el cuidado de profundizar intelectualmente en el conocimiento de esa misma fe a la cual estamos ligados, y despreciamos estudios de lingüística, geografía, economía y exégesis bíblicas. Más grave aún: son pocos los que estudian las Sagradas Escrituras en su conjunto. Muchos son los que se contentan con pequeños textos, algunos de los cuales fuera de su contexto, donde advienen interpretaciones erróneas que sirven solamente para nuestra vana conveniencia.

Todo el evangelio de Marcos es un permanente esfuerzo para responder a la pregunta “¿Quién es Jesús?”. Para aquello, Marcos relata la práctica o la actividad de Jesús hasta que llegamos a la conclusión, más allá de todo lo que se dijo anteriormente en este ensayo, que él es el Cristo, el Hijo de Dios (Mc 8, 29), que vino para salvarnos. Sin embargo, sin jamás, en momento alguno, negar su ser histórico, su judaicidad, su pertenencia al pueblo de Israel.

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