Bastó que Dario pusiera los ojos en aquella mujer que tomaba sol en la orilla de la piscina del Jóquei Clube para que naciera dentro de él el deseo de poseerla.
“Quién es aquella mujer de bikini rojo, ¿la conoces?”, le preguntó a Bruno, su contador.
“Es Beth, la mujer de Uriel. ¿Me va a decir que no la conocía?”
“Bruno, ¿crees que yo sería capaz de olvidar esas curvas? Ni aunque yo viviese cien años las olvidaría… ¿cómo es su nombre? “Beth”, “Eso mismo. Mira cómo brilla a la luz del sol”, dijo. Después completó: “la mujer parece hecha a mano. Qué cosita más linda. ¿Dónde está su marido, no vino para esta confraternización?”
“No. Uriel fue a participar de un rodeo en Goiânia”.
“Ah, es verdad. Se me había olvidado. ¿Cuándo vuelve, tú sabes?”
“Él debe quedarse unos quince días afuera. Después de Goiânia va a participar de un rodeo en Palmas”.
“¿Entonces significa que ella va a quedarse sola todos eses días en Paratiba? ¡Qué desperdicio! Quiero que me hagas un favor. Anda donde ella y dile que venga aquí hasta mi mesa. Dile que necesito hablar con ella. Es importante”.
“Yo no puedo hacer eso, Dario. Uriel es buena gente. El mejor peón que usted tiene. No creo que usted vaya a tener el coraje de coquetearle a su mujer. Mejor me deja fuera de eso”, completó.
“Calma, Bruno. Sólo quiero conversar con la mujer. Y, claro, ofrecer mi compañía y todo el apoyo que ella necesite mientras el marido esté lejos. ¿Qué mal existe en eso? Anda, ayúdame un poco”, suplicó.
“Todo bien. Pero el resto es por cuenta suya”, dijo y luego salió.
Beth acababa de cumplir 23 años en julio pasado. Morena, cabello largo y espeso, ojos negros y penetrantes, labios gruesos, sostén G, esa mañana vestía un bikini rojo estilo hilo dental que llamaba la atención de todos los hombres que habían ido al Jóquei Clube, atrayendo incluso miradas envidiosas de otras mujeres. Celosas, ellas buscaban una estría por aquí, una várice por allá… ¡en vano! Búsqueda frustrada. Cuando Beth se dirigió a la mesa del patrón, todos se miraron de reojo. Como decía Albert Einstein, más importante que el conocimiento es la imaginación.
No demoró ni diez minutos y Beth llegó, atendiendo al llamado de Dario. Solícita, acomodó una silla y dijo hablando con tono afirmativo: “¡¿Usted me llamó?!”
“Sí, la llamé. ¿Qué va a hacer hoy en la noche, puedo saber?”, preguntó Dario sin rodeos.
“Hasta ahora, nada”, respondió Beth, sonriendo.
“Quiero hacerle una invitación. Sólo que hay un detalle: no acepto un no como respuesta”.
“¿Eso es una citación?, preguntó mirándolo a los ojos.
“Casi. Tú debes saber que estoy separado de mi mujer hace casi un año. Sé que tú también estás sola y que Uriel va a demorar en volver. Quiero que hoy vayas en la noche a hacerme una visita a mi casa. ¿Qué piensas?”
“Puedo pensarlo un poco y responder después?”
“No. Necesito de esa respuesta ahora”.
“¿Qué es lo que le hace pensar que voy a aceptar su invitación? Si Uriel supiese que usted osó coquetearme él es capaz de matarlo. Acostumbrado a montar en buey bravo, ¿qué es un hombre para él?”, agregó con ironía.
“Yo ahora voy a tener que salir. A las 8 te espero. Anda en taxi, es mejor. Aquí está mi dirección”, después se levantó dejando a Beth sola en la mesa.
“¡Perro! ¡Cabrón! Me las va a pagar, hijo de yegua…” Dijo mirando la dirección en sus manos. Después agarró el papel, lo rasgó y lo botó, sonriendo.
(Continúa… ¡OBVIAMENTE!)
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