Las bodas del tío Bené

Publicado por Tarzan Leão 28 de octubre de 2010
As Bodas do Tio

As Bodas do Tio

«No tengo nada más que hacer, lo único que me queda es recurrir al Viagra”, dijo Benedito, lleno de sudor, después del quinto intento de hacer el amor con Elisangela, su nueva mujer.

Después de que dejó a su esposa, con quien estuvo casado por más de treinta años, Dito, como era conocido, estaba radiante de felicidad con su nueva mujer. Al menos públicamente hablando. Los sábados adoraba salir del brazo con Elisangela paseando por las calles de Paratiba. Entraba en las tiendas, se empeñaba en presentarla a sus amigos, saludaba a los conocidos, y hasta les hacía gestos a los desconocidos. Exhibía a Elisangela como si exhibiese un trofeo.

“Hola. ¿La conoce? Ella es Elisangela, mi nueva y joven mujer”, insistía. Después completaba orgulloso: “¡46 años más joven que yo! A su lado me siento un niñito. ¿No es así, mi bien?

Ella sonreía un poco sin gracia, le daba un beso en la mejilla flaca y arrugada, él inflaba el pecho de satisfacción, conversaba, y luego salía feliz de la vida después de haber hecho su marketing personal. Al final, fue para eso que se unió con una mujer más joven que él.

Funcionario público federal jubilado, después que dejó el servicio público, su matrimonio entró en crisis, él dejó a la esposa en Brasília y se mudó a Paratiba, donde conoció a Elisangela, una jovencita de poco más de diecisiete años. Sus padres, interesados en la fortuna de Benedito, no se opusieron a la relación, al contrario, incluso incentivaron a la hija.

“Cásate hija. Dito es un hombre muy bueno”, dijo su madre al saber del amorío.

El padre de Elisangela, quince años más joven que Benedito, era un hombre de formalidades, señor por aquí, señor por allá. Reía cuando tenía que sonreír, se ponía serio cuando el asunto pedía cierto recato. No podía ser de otra manera, en menos de dos meses de noviazgo, en una mañana de domingo cuando los padres de la joven volvían de la iglesia, él aprovechó el momento y habló, perentorio:

“Vine a buscar a Elisangela para vivir conmigo, si ustedes no se oponen, claro. Y prometo que apenas mi proceso de separación esté concluido, llevo a esta princesa al altar: me caso con ella con toda pomposidad, velo, guirnaldas, luna de miel en Buenos Aires y todo lo demás”.

“¿Es eso lo que tú quieres, hija?, preguntó Osias, su padre.

“Claro que sí, papá”, respondió la muchacha con una sonrisa estampada en el rostro, vaticinando la buena vida que llevaría a partir de aquel día, viviendo en la inmensa casa que Benedito construyó en el Jardín del Emperador, un nuevo barrio de lujo de la ciudad. Después, saltando de alegría, dijo: “Voy a preparar mi maleta”.

“No necesitas llevar nada. Tu armario ya está lleno. Vida nueva, ropa nueva”, afirmó sonriendo.

Ese mismo día, apenas llegaron a la casa, ella pidió: “¿puedo llamar para invitar a unas amigas para que vengan a conocer nuestra casa, amor? Ellas se van a morir de envidia cuando me vean en esta casa tan linda con esa piscina enorme”.

“Puedes llamarlas. Tú ahora eres una reina”, asintió. Después propuso: “voy a aprovechar e invitar a mis amigos también. Quiero que te pongas el bikini nuevo que compré en Brasília. Vamos a buscar a tus padres. Haremos una fiestita para celebrar. Quiero que todos vean a mi nueva mujer”. Y así aconteció.

Cuando llegó la noche y todos los invitados se fueron, la pareja se recogió.

La luz de luna llena se colaba entre las cortinas balanceadas por la brisa fresca. Elisangela se sacó el bikini, se vistió con la ropa interior más sensual que encontró y cayó en los brazos de Benedito.

Cansado, después de tomar cerveza todo el día, Dito no escondía su cansancio de la joven mujer llena de excitación, que diseminaba su olor de hembra en celo por todo el cuarto.

“Ven mi melocotón, soy tuya toda la noche”, dijo Elisangela, ahora mojada por dentro.

(CONTINÚA…)

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