“¿Susana?”, dijo Silvio mientras tomaba un sorbo de cerveza, “es la mujer más honesta y fiel que puede existir en el mundo. Soy capaz de apostar cualquier cosa, ella jamás me traicionaría”, completó mientras sus amigos Jaime y Caio se miraban con estupefacción.
Era común que los viernes en la tarde, cuando salían del trabajo, ellos se reunieran para tomar cerveza y conversar sobre cualquier asunto que les viniese a la cabeza, siempre que no estuviese relacionado al trabajo: política, fútbol y, principalmente, mujeres.
“Realmente, Susana es una mujer ejemplar”, asintió Caio, complementado, “nunca vi una mujer igual. Y mira que la conozco hace muchos años, mucho antes de que ustedes se casaran. Hice todo lo posible para que ella me quiera, pero desde el colegio Susana sólo tenía ojos para ti. Nuestro amigo es realmente un hombre afortunado, ¿concuerdas Jaime?”
“Ah, en asuntos de marido y mujer, es mejor que nadie meta la cuchara. Las personas cambian mi estimado. Mira mi caso: estuve casado durante 15 años con Flávia y, de un momento a otro, paró de gustarme. ¿Cuándo iba a imaginar que eso me pudiese acontecer? Nunca. El amor es un sentimiento traicionero”, contrapuso con su habitual escepticismo.
“No estamos hablando de dejar de amar. Hablamos de traición, amigo”, agregó Caio, bebiendo un sorbo de cerveza.
“De eso es de lo que estoy hablando. Susana puede incluso dejar de amarme, pero nunca me traicionaría con otro hombre. Fui el primero y soy el único hasta hoy. ¿Ustedes saben lo que es ser único? Es exactamente eso lo que soy. El único”. Y como si encontrase que era poco argumento, dijo: “Susana es una mujer de carácter, incapaz de cualquier tipo de traición. Conozco a mi mujer mejor que a mí mismo”.
“¿Escuchaste a Caio decir que en los tiempos del colegio intentó conquistar su amor? ¿Lo escuchaste? ¿Y entonces? ¿En que terminó? En nada. Desde que le di el primer beso, ningún hombre puso los dedos en ella, jamás”.
“Bueno, si el amigo tiene tanta certeza, quién soy yo para dudar”, replicó Jaime pensativo.
“Yo no pongo un dedo al fuego por mi mujer”, dijo Caio.
“No digas eso. Ismênia también es una mujer muy seria. De lo contrario, ya hubiese abandonado al amigo hace mucho tiempo”, objetó Silvio, dando una enorme carcajada.
“O ya habría adornado su frente”, completó Jaime sarcásticamente.
“Esa fue buena. Súper buena”, concluyó Silvio.
“Por lo que veo, los amigos se están divirtiendo a costa de mí… deja estar, deja estar”, bromeó Caio.
“La verdad es que siempre creí en ese dicho popular de que no existe mujer difícil. Lo que existe es un cortejo débil”.
“Pero eso no vale para Susana, Jaime. Conozco a mi mujer”.
“Si el amigo tiene tanta certeza, quién soy yo para dudar”.
“Amigo, la conversa está buena, pero necesito irme. Si me demoro más de una hora, capaz que encuentre a Ricardo aún en mi casa”, dijo Caio riendo.
“Yo también tengo que irme”, dijo Jaime.
“Nos vamos todos entonces”, asintió Silvio, levantándose mientras le hablaba al dueño del bar, “anótelo en mi cuenta. Hoy yo invito”.
“Entonces, ¿quiere decir que Susana es fiel a toda prueba? ¡Este cara es un estúpido, un idiota!, ¡Me voy a comer a su mujer!”, dijo Jaime para sí aquella noche al llegar a su casa, mientras comenzaba a pensar en un plan para conquistar a Susana, la fiel.