Durante años nutrí una gran simpatía por Epicuro. Más por su pedagogía que por su filosofía propiamente dicha. Se cuenta que Epicuro, siguiendo el ejemplo de Aristóteles, era también un peripatético. No es que él fuese aristotélico en el sentido estricto del término. Pero usaba este recurso maravilloso de enseñar en la informalidad, mientras caminaba pacientemente por su jardín; de ahí el uso de la expresión peripatético, o sea, el que enseña caminando. En este sentido, Cristo también fue un peripatético. A él le gustaba enseñar mientras caminaba con sus discípulos.
Para la doctrina epicúrea, el sumo bien reside en el placer. Sin embargo, no podemos confundir esa búsqueda de placer con hedonismo (del griego hedoné, que significa placer). Para él, es el placer del sabio lo que debemos buscar, placer entendido aquí como el dominio de las emociones y la quietud de la mente. El filósofo sufrió la vida entera de cálculo renal, de donde viene su búsqueda de dominar las emociones y buscar placer a través del ascetismo y de la dulzura o la no perturbación del alma, la ataraxia. Epicuro formó una comunidad de filósofos y vivía en un jardín en los alrededores de Atenas. Hiciese frío o calor, ahí estaba él con sus discípulos, caminando tranquilamente por su jardín.
Algunos años atrás, hice unas experiencias peripatéticas. Me gustaba llevar a mis alumnos para el anfiteatro o para el patio de la facultad para discutir filosofía. Si recuerdo bien, algunas veces esos encuentros filosóficos fueron en bares. Nadie llevaba cuaderno, block de anotaciones ni nada. Yo llevaba solo mi guitarra. Había reclamaciones. Pocos comprendían el significado de ese gesto. Los propios alumnos, cuando sabían que la clase sería en estilo peripatético, invariablemente decían: ¡ah que bueno, hoy no vamos a tener clases! Lo interesante es que cuando rencuentro a esos ex alumnos, ellos solo recuerdan esas clases.
En la década de los 60, Djalma Maranhão, entonces prefecto de la ciudad de Natal, capital del estado de Rio Grande do Norte, desarrolló un eficiente proyecto de educación de jóvenes y adultos, coordinado por el pedagogo Paulo Freire. A ese proyecto le dieron el nombre “De pie en el suelo también se aprende a leer”. Las clases eran en las propias playas, al costado de ríos, debajo de techos de paja. No importaba. Y dio un buen resultado. Tan bueno, que luego que los militares golpistas asumieron el poder exiliaron a Djalma Maranhão y cerraron el revolucionario proyecto de alfabetización.
Los políticos, especialmente aquellos que nada entienden de educación, piensan que invertir en el área de educación es construir escuelas bonitas, equiparlas con computadores conectados a internet, adquirir caros data-shows y otros aparatos tecnológicos. Pero, se olvidan de invertir en un personaje importante: el profesor. Ese profesional humillado y ofendido que, para poder vivir dignamente, tiene que trabajar simultáneamente hasta en tres empleos. Mientras eso acontece, se acumula en los DRH (Departamentos de Recursos Humanos) una cantidad asustadora de certificados médicos, muchos de ellos dignos de cuestionamiento. Y los gobernantes no perciben, o fingen no ver, que esos certificados son un claro síntoma de que algo anda mal con el profesor.
De poco sirven modernos equipamientos de informática, escuelas oliendo a pintura fresca si los profesores y alumnos están insatisfechos. Además, otra verdad tiene que ser dicha: no sobra tiempo para que el educador que tiene tres empleos navegue en internet. Y no es muy diferente en relación a los alumnos. Lo que ellos quieren es una escuela acogedora, con profesores felices y satisfechos y siempre dispuestos a la difícil y ardua misión de enseñar, aunque las clases sean, a ejemplo de Epicuro, por los jardines y plazas de la ciudad.
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