El Admirador Secreto

Publicado por Tarzan Leão 10 de septiembre de 2010

 

Clélia y Antonio mantenían hace años un matrimonio de fachada. El deseo, antes abundante, ahora raras veces los visitaba. Por más extraño que pareciese, o por más natural, dirán los pesimistas, Antonio ya no deseaba más a su mujer.

Y no era para menos; después de haber dado a luz a cuatro hijos, Clélia ya no era la misma. Sus piernas quedaron repletas de celulitis y varices; los senos flácidos, caídos de tanto amamantar; la barriga completamente llena de estrías. Aunque lo que más la dejaba infeliz era saber que nadie la deseaba. Hace tiempo no sabía lo que era llevarse un coqueteo de otro hombre; ni siquiera le dirigían una mirada furtiva con tono de malicia.

Antonio, su esposo, sólo tenía ojos para otras mujeres. Especialmente para las casadas. No ahorraba elogios para la esposa de Márcio, su mejor amigo:

“¡Qué mujer bonita la Adriana!”, decía, “ni aparenta tener cuarenta años: viéndolo así, de tan duros, parece que se colocó silicona en los senos. Qué hombre suertudo es mi amigo”, completaba sin darse cuenta de que un inocente comentario de esos dejaba a Clélia aún más decepcionada.

“Necesito hacer algo para despertar el deseo de Antonio”, hablaba para sí misma a escondidas, cuando tuvo una idea.

Poco tiempo después comenzaron a llegar a su celular mensajes de un admirador secreto. Estos llegaban principalmente cuando Antonio estaba en casa y, curiosamente, Clélia no hacía ningún esfuerzo de esconder del marido los SMS, por más picantes que pudiesen ser. De manera que, displicentemente, dejaba el celular a la vista de Antonio para que él escuchase cuando llegaba un mensaje nuevo. Ella corría, agarraba el celular y leía bajito, aunque no tan bajo como para que su marido no la escuchara. Cosas del tipo: “me encantó verte en la panadería … tu admirador secreto». “Me gusta quien gusta del hogar”, “estás MARAVILLOSA”. “Lástima que no eres mía”, “hoy estabas sin sostén… ¡DELICIA!”

“¿Qué tanto miras en ese celular, mujer?”, preguntó Antonio cierto día.

“No es nada.. hay un sujeto chato haciéndome bromas”, dijo con aire de incomodada, mirando el celular. Antonio no resistió y se lo arrebató de la mano. Cuando comenzó a leer los mensajes no creyó que todo eso pudiese ser verdad: “¿O sea que ahora me traicionas?”, preguntó furioso.

“No, claro que no”, respondió Clélia fingiendo estar desconcertada. “No tengo idea quién es”.

“Pues a partir de mañana quien compra pan en esta casa soy yo”, respondió Antonio. “¿Y quieres saber más?” Yo ya sé lo que tú estás necesitando”, dijo mientras arrastraba a Clélia para el cuarto.

Una semana después, Clélia, feliz de la vida, botó a la basura el chip del “admirador secreto”.

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