¡Acumular! ¡Acumular! ¡He aquí Moisés y los profetas!
El capitalismo global profesa un Dios único, omnipotente, omnisciente y omnipresente: el Mercado, preconizado en tres personas distintas: el mercado de capitales, las bolsas de mercaderías, y el mercado financiero, este operado por los cambiadores de monedas legales o ilegales, observados a una confortable distancia por los bancos centrales y con una imprescindible ayuda de la policía. Forman en conjunto una versión electrónica mundial del Casino que proporciona a los players la alternancia entre adrenalina y endorfina de la casa de juegos tradicional. Y cual Dios del viejo testamento, se enfurece fácilmente. Aún más: devora a sus hijos de forma semejante a Cronos. Por eso todo el cuidado es poco.
Hace mucho tiempo que los economistas se apropiaron del universo religioso para explicar el Mercado y se designaron ellos mismos, neo-sacerdotes conocedores y manipuladores de esta nueva sacralidad. Por eso, los medios de comunicación social están mucho más interesados en lo que va a decir el ministro de economía de lo que diga, por ejemplo, el presidente de la CNBB, Conferencia Nacional de Obispos de Brasil. En los últimos años hubo una inversión de valores de modo que el Tener se impuso al Ser. Nada más antiguo o pasado de moda que hablar de espiritualidad, ociosidad, gratuidad, o algo que tenga valor. Pasar horas y horas en oración, es para el pensamiento moderno una pérdida de tiempo. Tiempo útil y bueno es aquél dedicado al trabajo, a la labor. Porque lo que importa es la acumulación de capital, es trabajar largas horas aunque la convivencia familiar y fraternal sea relegada a segundo plano. En este nuevo mundo no hay espacio para la gratuidad, para la poesía, ni para la contemplación.
Cuando se candidateó por primera vez a la Presidencia de la República, Lula causó una verdadera agitación en el Mercado financiero. En esa ocasión Mario Amato, entonces presidente de la FIESP (Federación de Industrias del Estado de São Paulo), anunció que si Lula fuese electo, cientos de empresarios abandonarían Brasil inmediatamente. En ese tiempo, el PT, Partido de los Trabajadores, aún hablaba de estafa en la deuda externa, de privatización y reforma agraria, temas que irritan aún hoy al dios-Mercado. Y hubo, de hecho, una reacción en cadena. Los devotos del dios-Mercado, sobre todo los empresarios de la comunicación, jugaron todas las fichas para que Lula, el metalúrgico, no llegase a la Presidencia. El resultado lo conocemos todos. ¿Y por qué todo esto? Porque Lula desagradaba al Todopoderoso.
En las religiones antiguas, era común ofrecer sacrificios antiguos a los dioses. Es en ese contexto, inclusive, que debemos comprender el cuasi-sacrificio de Isaac por parte de Abraham. Sin embargo, esa forma de sacrificio fue posteriormente substituida por el holocausto de animales en muchas religiones. Los antiguos creían que los sacrificios eran agradables a Dios. En la tradición judía, esa idea aparece desde el Génesis, cuando muestra que el sacrificio de Abel – que era un pastor – era mucho más agradable a Dios que el de su hermano Caín – un agricultor. Además, esa es la razón que Caín va a usar para justificar el asesinato de su hermano Abel.
De este modo es que, de repente, lo que parecía ser algo del pasado vuelve con una fuerza avasalladora en plena contemporaneidad. Según Jean Ziegler, relator especial de la ONU para el Derecho a Alimentación, más de dos millones de personas mueren de hambre cada día, más que por la malaria, el sida y la tuberculosis juntas. Todo eso en nombre del Mercado, del Capital y de la estabilidad económica. Los devotos del dios-Mercado aparecen frente a las cámaras de TV exigiendo sacrificios, sugieren a los gobiernos que hagan cortes radicales en las boletas de pago, en entretenimiento, deporte, educación y hasta – pásmense – en la salud. El orden es la ley del Estado mínimo, dejando todo para la iniciativa privada. En tanto, decenas de miles de hombres, mujeres y niños son ofrecidos diariamente en sacrificios al dios-Mercado.
Cronos, un dios de la mitología griega, se casó con su hermana Rea, con quien tuvo seis hijos: tres mujeres y tres hombres. Con miedo de ser destronado, él engullía a sus hijos al nacer. Rea, sin embargo, al dar a luz a Zeus, dio una piedra enrollada en un paño a Cronos, que engulló en lugar de su hijo. Ya adulto, Zeus, con ayuda de Metis, da una poción al padre que le hace vomitar a sus hermanos que ya había tragado.
La mitología y la religión, crean, tienen mucho más que decirnos que la ciencia moderna. Es un error enorme que millares de seres humanos sean sacrificados diariamente en nombre de cualquier ley de Mercado o proyecto económico. Según los datos de la ONU, más de 50 millones de trabajadores ya perdieron sus empleos después del advenimiento de la reciente crisis económica mundial. Todo eso para que los poseedores del gran capital no tuviesen pérdidas en sus lucros, que son sagrados.
La idolatría al Mercado es de tal naturaleza que es común oír “el Mercado reaccionó bien a las medidas adoptadas por determinado gobierno”; o incluso “según el director del Banco Mundial, se necesita tomar medidas urgentes para que se calme el Mercado”. Entiéndase por eso, menos recursos destinados a programas sociales, a inversiones en guarderías, escuelas, salud pública, transporte colectivo, etc. Los idolatras del Mercado nunca hablan de reducir los lucros de los grandes conglomerados económicos, pero hablan extensamente sobre sacrificar aún más a los pobres, excluidos y desvalidos.
Son pocos aquellos que reaccionan a las órdenes del Mercado. Y los que lo hacen, no encuentran espacio en los grandes medios de comunicación para hacerse escuchar. Son callados. Amordazados. Al final, a nadie le es concedido el derecho de cuestionar a la divinidad. Y el Señor Mercado, el nuevo dios al cual tenemos que prestarle culto, que todo lo ve y todo lo puede, no dejará impunes a aquellos que se rebelen contra él. Al contrario de los diez mandamientos, la tabla quedó más simple.
¡Acumular! ¡Acumular! ¡He aquí Moisés y los profetas!