Gabriel Trilingüe
Mi nieto Gabriel a los cinco años de edad pasó 45 días en Francia y volvió sintiéndose muy importante después de haber aprendido media docena de palabras en francés.
Luego después de que llegaron a Belo Horizonte salió a pasear con dos primas y, en el Shopping donde fueron, se sentaron en una mesa al lado de una niña que acompañada de sus padres, conversaba con ellos en inglés.
Gabriel viendo a las primas admiradas de escuchar a la niña, no se sintió inferior y luego quiso aparecer: “¿sabes hablar francés?” La niña se giró dignamente y respondió: “Yo hablo tres idiomas, francés, inglés y portugués”.
Él no se dio por vencido y agregó: “Yo también hablo tres idiomas: francés, portugués y japonés”. Sin dar tiempo de que le pidieran alguna frase en japonés, dijo: “Solo que japonés es muy difícil y no hablo porque no vas a entender nada”.
Enredar se aprende de niño
Gabriel descubrió rápidamente que el dinero puede comprar todas las golosinas que le gustan. Fue aprendiendo todas las formas posibles de pedir dinero. Cuando decíamos que no teníamos dinero, él preguntaba si teníamos cheque, porque descubrió que el cheque también era dinero.
Tuvimos una gran sorpresa el día en que despertó preguntando: “Abuelo, ¿le gusta el cambio?” Mi marido, entendiendo que se trataba de las monedas que Gabriel siempre recibía, respondió en el mismo momento que le gustaba. Gabriel, astuto como siempre, rápidamente pidió: “Abuelo, me puede dar diez reales que voy a comprar una revista en el quiosco y te doy el cambio”.
No mintió ni dijo su edad
Vladimir, mi hijo, tenía seis años cuando íbamos a viajar en bus a una ciudad de interior. Yo, que no tenía dinero para pagar su pasaje, decidí entonces disminuir su edad, para no tener que pagar. En casa, siempre intentaba transmitir para todos lo bueno que es ser honesto, decir solamente la verdad, etc. Ese día, Vladimir, que nunca aprendió y no le gustaban las mentiras, pero que al mismo tiempo quería viajar, al ser interrogado por el cajero que le preguntó la edad, respondió: ¡adivina!
Al regresar, Vladimir se sentó y leyó: “Prohibido conversar con el conductor, capacidad para 49 pasajeros”. Leía tan fluido que otro cajero, encontrando extraño que un niño de cuatro años leyera tan bien, lo miró desconfiado. Vladimir, sintiendo la desconfianza del hombre, preguntó: “¿Usted nunca vio a un niño de mi edad leer?” Así, él no mintió ni dijo su edad.
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