A las 16 horas, el interfono de mi apartamento sonó este sábado ante la víspera del feriado prolongado hasta el martes. Acostado en mi espléndida cama, dudé en atender.
Al final, mis colegas están viajando; con mi hijo nos vimos el domingo pasado; mis amigos siempre me avisan cuando vienen, y mis hermanos cuando vienen, escogen las noches después del trabajo con la certeza de que me encontrarán en casa.
Pensé en aquel vecino que veo de vez en cuando siempre con la misma letanía: “Soy un señor de 83 años que no tiene casa ni parientes y necesita de su caridad”.
Me esforcé para levantarme, me puse sandalias, mi único vestuario cuando estoy en casa, y atendí. Del lado de afuera del predio, oí una voz delicada que sonó como sensual a mis oídos. “Soy encuestadora del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística, IBGE, y necesito hacer el censo”
Mi imaginación voló. Me acordé de mi linda estudiante en práctica que también está haciendo el censo e imaginé aquella voz tierna de la jovencita que adoro como una hija. Antes de abrir la puerta, me mojé el rostro, me miré en el espejo, esparcí perfume en el cuerpo, pasé la peineta en los cabellos laterales que todavía quedan en los costados de la calvicie, vestí un bermuda bien planchado y una camisa de lino. La imaginación continuaba volando a toda velocidad y creí que la visita inusitada traería de vuelta mi libido. Por lo menos hasta ese momento mi mente era toda libido.
Abrí la puerta con una sonrisa de felicidad.
Por el lado de afuera de la puerta, había una frágil y pequeñita señora bien blanca con cerca de 60 años que se esforzaba para hablar y actuaba medio desconcertada. Se quejó del olor fuerte que tuvo que soportar mientras esperaba al frente del edificio, oriundo de la pintura con la que los vecinos pintaban un portón al otro lado de la calle. La invité a entrar y sentarse. Le ofrecí un vaso de agua para amenizar la toxicidad de la pintura. La mujer me agradeció y se sentó muy cerca de la puerta. Se quejó del calor que había en la sala y de un salto abrí la ventana para que entrase un aire suave y refrescante.
Por mi manera jovial de tratarla y por la sonrisa y las muecas que completaban los aciertos de la ropa y de la apariencia, creo que ella imaginó estar frente a un peligroso conquistador de muchachitas desprotegidas. Yo aún me reconducía de vuelta de donde el imaginario me había llevado y continuaba manteniendo la educación y la amabilidad.
La encuestadora me dijo su nombre, que creo que era Inezita, no preguntó el mío y luego fue preguntando cuántos baños tenía el domicilio. Realmente pensé que ella deseaba usar ese espacio componente de mi hogar. Revisé mentalmente la limpieza del sanitario y respiré aliviado. Estaba limpiecito, con el olor al desinfectante que había utilizado.
Precavido, había recordado y memorizado el nombre de mis 33 hermanos, el año y el mes en que mi padre y mi madre murieron, el número de dependencias del apartamento, área total del domicilio, consumo medio de energía eléctrica, cantidad de computadores, refrigerador, cocina a gas, máquina lavadora y todo lo que podría parecer significativo.
Anoté las enfermedades que me maltratan en los últimos tiempos, Hipertiroidismo, diabetes, hipertensión, trastorno bipolar afectivo (depresión), diverticulitis, otitis, y más recientemente, laberintitis. Anoté la extensa lista de remedios: liptor, giovan, glibenclamida, eutirox, metiformina, idapen, citalopran, carbolitium y respidon. Me vacuné contra la gripe H1N1 y no tuve rinitis este año.
Me preparé para decir que aún estoy activo, trabajo en una autarquía municipal hace casi quince años, tengo un hijo mayor, soy separado judicialmente hace casi 20 años y aún no pedí el divorcio con la esperanza de que mi mujer me quiera de vuelta.
Permanecía atento y esperaba el interrogatorio amplio para ir adentro a buscar la hoja escrita a mano durante varios días a medida que me acordaba de alguna información que me parecía de interés estadístico.
Hubo una extensa segunda pregunta, “si el inmueble era propio o arrendado, si estaba pagado o si aún estaba siendo pagado”. La tercera pregunta fue “¿Cuántas personas viven en el domicilio?”, y cuando respondí que vivo solo, ella dijo que podría terminar la entrevista, pero aún me pidió mi nombre, apellido, fecha de nacimiento y se levantó. Me pidió que firmara un espacio en blanco (sic) y salió apresuradamente, llevando consigo mi imaginación, mis esperanzas, sueños y devaneos. Algunos confesables.
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