Thomaz Campos & Cía

Publicado por Sebastião Verly 3 de noviembre de 2009

En la pacata ciudad de Pompéu, en el interior de Minas Gerais, había un hombre con un perfil muy especial. A mediados del siglo XX, Thomaz de Oliveira Campos, o simplemente Thomaz, se unió a algunos socios escogidos con el dedo y con el fin de fabricar mantequilla, fundó una empresa, la Thomaz Campos & Cía. Ltda. Fabricaba una mantequilla especial. Oía a sus socios pero comandaba los negocios solo. Era un líder que se imponía por la presencia, por su inteligencia y por su elevada capacidad de argumentar.

Cabellos grisáceos, arrugas en la frente, raramente andaba a pie. Salía con su camioneta por las calles de la ciudad, viajaba hasta una hacienda arrendada y diariamente iba una o dos veces al sitio, también arrendado, en la periferia. Frecuentaba el comercio y los ambientes honestos de la ciudad.

Yo trabajaba en otra empresa de materiales de construcción de unos de los socios de esa fábrica, donde él pasaba todos los días y, muchas veces se sentaba en el alto balcón – que yo mantenía súper limpio – y ahí conversaba un poco con algunos clientes.

Yo era un niño de doce o trece años, a quien él solo hacía elogios. Elogiaba el agua que ni siquiera era filtrada en esa época, y la bebía, retirada del pote, en el vaso común de todos los demás clientes. La mayoría de las veces pasaba para comprar alguna pequeña pieza, un objeto necesario para su casa, una cinta de teflón, una conexión hidráulica, etc.

Le gustaba oír mis historias. Y me preguntaba por determinadas personas que entraban al local. Le agradaba oír mi franqueza. Siempre supe que era de mal gusto llamar a una persona judío. Pero veía a sus amigos más íntimos llamarlo de esa manera y un día osé también a hacerle ese chiste. Thomaz esbozó una sonrisa amarilla y con mucho tacto, paternalmente, me explicó la carga negativa de esa palabra. En su caso, se trataba de su gran interés por los negocios lucrativos.

Dando una vuelta en el texto, cuento que Thomaz se casó por primera vez y tuvo una pareja de hijos, Hipólito y Berenice. Enviudó y se casó, creo que con una cuñada. Con ella tuvo otra pareja de hijos: Humberto y Grijalva. Berenice se casó rápidamente y vivía bien con el hijo de un gran adversario político. Todo bien.

Enviudó de nuevo. Después, fue a vivir en una casa antigua pero muy bien conservada, con un patio enteramente plantado y su vida era orientar a sus hijos, manteniendo a los menores en colegios de otras ciudades y al más viejo entregando los negocios. Allí su empleada y compañera Luzia buscaba hacer lo mejor que podía para agradar la vida de aquél viejo señor.

Thomaz Campos estaba siempre saludable, bigote y barba muy bien cuidados, bien vestido, zapatos bien lustrados y, altanero, estaba siempre con la cabeza erguida dando miradas tiernas y suaves. En la ciudad, muchas jóvenes decían a escondidas, a veces para que llegase hasta sus oídos, que él era un “buen partido”.

Vuelvo al industrial. En ese tiempo no se acostumbraba llamar a ese tipo de negociante empresario ni mucho menos emprendedor. La fábrica de mantequilla, como era mencionada por los pompeanos, fabricaba las mantequillas Jussara y Jarina, exclusivamente para exportación. Toda la producción, creo, iba para Holanda. ¡Esa mantequilla era una delicia! Los socios podían quedarse con una cantidad razonable para su consumo y todo era pagado al final del mes. Por eso que le llamaban judío. En una ciudad de ese tamaño, nadie esperaba que una fábrica “grande”  cobrase dos o tres kilos de mantequilla a sus propios socios. ¡Dónde se vio eso! Ah,  los familiares de los proveedores de crema que viviesen en la ciudad también podrían llevarse una cantidad mínima de mantequilla enlatada. En el ajuste de cuentas, el valor era descontado en kilos de mantequilla. Muy justo, como todo lo que Thomaz hacía. También era riguroso en el cumplimiento de sus obligaciones fiscales.

En mi trabajo, siempre que Thomaz observaba algún acto mío que era digno de elogio, él decía: “Si algún día sales de acá, quiero que vayas a trabajar conmigo”. Fue lo que hice. Al dejar mi trabajo, le busqué. A pesar de la poca edad, él me dio toda la responsabilidad en un turno en el Puesto de Abastecimiento de Combustibles y Servicios que la empresa tenía en un terreno continuo con atendimiento para la autopista Pompéu – Abaeté. 

Más tarde el Puesto fue vendido y trabajé en la Fábrica de Mantequilla: cortaba leña  para la caldera, arrancaba los motores a diesel (la ciudad no contaba con energía eléctrica), limpiaba el piso de la entrada, barría interna y externamente la fábrica y su inmenso terreno, recibía la crema que llegaba en camiones o que eran traídos por el propio hacendado en la montura del caballo: sacaba muestras, analizaba, registraba todo en las fichas de los proveedores y dejaba las latas próximas a las batidoras.

En la época de la seca, o cuando el proveedor tenía el prestigio para que se batiese su mantequilla inmediatamente en vez de hacer cálculos y análisis, yo me enorgullecía de poder hacerlo. Por fin, pesaba y enlataba la mantequilla, limpiaba la grasa externa de las latas con aserrín y las colocaba en cajas para su exportación. Ah, yo mismo atendí varias veces al fiscal del DIPOA (Departamento de Producción Animal) del Ministerio de Agricultura que iba a Pompéu a inspeccionar el producto que el propio fiscal no se cansaba de elogiar. En los intervalos yo recibía los productos comprados por la empresa o recibía y entregaba el arroz para ser procesado en una gran máquina instalada en el área que prestaba servicios a toda la comunidad. Terminé yendo a trabajar en la oficina de contabilidad. Relaté tanto sobre mí para mostrar todo lo que aprendí con este señor.

Pero volvamos a nuestro notable Thomaz. Fue él quien me hizo pasar por todos los servicios de una empresa y también fue él quien me enseñó mucho de lo que he aprendí en la vida. Thomaz era partidario de la Unión Democrática Nacional, UDN, partido político que predicaba la moralidad, pero convivía muy bien con todos los adversarios políticos. Creo que él nunca disputó personalmente ningún cargo público.

Thomaz era una persona cordial y también un hombre extremadamente comedido en todo lo que hacía, pero al mismo tiempo era osado cuando decidía sus negocios. Hacía todo con mucha rapidez. Para él, actuar deprisa era natural y obligatorio. Tenía mucho coraje para los negocios y actuaba con un ánimo exagerado. Dormía poco, pero se acostaba y levantaba muy temprano. Me decía que cuidaba de lo que era suyo porque era sagrado. Preservaba su riqueza porque sabía cuánto luchó para construirla.

En el transcurso de la vida, que fue de mucho contacto entre nosotros dos, ¡nunca más lo llamé de judío! Y siempre lo respeté mucho.

Thomaz de Oliveira Campos era, como las personas decían, un hombre como pocos. En su silencio y objetividad aprendí a admirarlo y hasta hoy me gusta reflexionar sobre este Hombre Fabuloso que me hizo saber, más que creer, que todo lo puedo cuando tengo coraje, amor, fuerza y acción inmediata.

En esta crónica, aparte del homenaje personal, quiero dejar para mis coterráneos de Pompéu una provocación afectuosa. Pompéu además de tener una gran destilería de alcohol propiedad de los propios pompeanos, produce casi medio millón de litros de leche diarios, siendo la mayor cuenca lechera del estado de Minas Gerais, y la segunda mayor de Brasil. Su cooperativa de productores rurales es la cuarta mayor accionista de Itambé, la mayor industria láctea de capital nacional. Y hoy, más de medio siglo después de que la Thomaz Campos & Cía. alcanzó su auge con la producción de mantequilla de calidad para exportación, nuestra ciudad de Pompéu exporta toda su leche “in natura”, sin valor agregado, dejando de crear muchos empleos. Queda la pregunta: ¿No es hora de que tengamos nuestra propia industria láctea? Su bendición, Thomaz, ¡descanse en paz!

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