Ruidos de vecinos

Publicado por Sebastião Verly 6 de mayo de 2010

Pude recordar unas 50 mudanzas de dirección desde que me considero gente. Tengo que avisarle a mi hermano que hace la revisión de mis textos que sí, son cincuenta. Me mudé demasiado. Me mudé tanto que decidí escribir un tratado sobre vecindades. Sólo falta tiempo para ese desafío. Pero comencé a recordar los principales lugares donde viví y a identificar como era la vecindad. Escribo vecindad para incluir personas físicas, jurídicas y los movimientos de la comunidad.

En la primera mudanza de mi vida fue vivir al frente de la fábrica de mantequilla en mi pequeña Pompéu. Cuánto barullo para una ciudad pacata. En mi casita de origen, el único ruido que oíamos era el de los sapos y grillos durante la noche. Ahora, en la fábrica, los camiones llegaban de noche, las camionetas salían temprano y aparte de eso, durante el día, las máquinas no paraban.

Mudándome para la capital viví con mi familia en un barracón que no tenía ruidos, pero había un carretonero que comenzaba su trabajo tempranito y nos despertaba antes del horario debido. Ahí aprendí que la vida en la metrópolis está sujeta a ruidos de toda especie. En cada nueva dirección había un ruido diferente. Fui acostumbrándome. A veces me quejaba, pero con el tiempo aprendí que siempre que reclamaba por algún tipo de ruido, los más viejos me aconsejaban adaptarme. “La vida es así mismo”. Todos queremos el silencio de “los otros”.

Viví en un campamento de obras y casi no creí que fuese posible dormir con un sonido de aquellos. Las máquinas y camiones rodaban toda la noche como si lo hicieran en nuestro techo.

Me mudé nuevamente, ahora para Nouakchott, capital de Mauritania, en África, y me costó creer en el silencio reinante que había en las noches e incluso en los días de semana en el barrio. Sólo los ruidos normales de los autos en las calles y los niños gritando. Después viví en Salvador, en Bahia, donde las personas adoran dormir, y yo también tuve sosiego para disfrutar las noches, salvo el sonido de las constantes fiestas. A quien le gusta su casa, le gusta llegar a su casa  y estar en paz. Y esos momentos han sido cada vez más deseados por las personas.

Me transferí para Uruguay, nuevamente a un campamento de obra, donde el ruido era exagerado. Aparte de eso, cerca de mi casa se instaló una antena de telecomunicaciones y el ruido era ensordecedor.

Volví para Brasil a vivir en Juiz de Fora, segunda mayor ciudad del Estado de Minas Gerais, que por estar en la frontera con Rio de Janeiro, es más cercana a Rio que de Belo Horizonte y tiene hábitos más cariocas que mineiros. El edificio en que vivía quedaba próximo a la avenida principal y todas las noches me despertaba varias veces. Especialmente cuando el Flamengo jugaba, y aún más cuando ganaba, ahí el ruido era durante la noche entera. No hay problema con celebrar, pero tampoco es necesario pasar toda la noche literalmente “corneteando” los oídos de quienes no nos interesaba para nada el partido.

Retorné a la capital y me fui a vivir justo al frente de un garaje de buses. Esa vez no me aguanté e hice un reclamo a la Secretaría de Medio Ambiente. El asunto era novedoso y una persona de la municipalidad fue hasta mi casa para hacer una inspección, como la llaman los funcionarios de la Prefectura. El jovencito incluso intentó consolarme: “señor, ¿usted no encuentra que es mejor el ruido de los buses que el de las balas de las villas y favelas?”

No respondí.

Para mí el ruido es ruido. Ruidos que vienen de situaciones con manifestaciones buenas, momentos buenos, como fiestas, novios entusiasmados, risas, bromas… Todo es ruido.

Poco tiempo después me mudé muy cerca de la vía para entrar a la ciudad y ahí sí que realmente no dormía. Me cambié otra vez para un lugar cercano a la favela con el sugestivo nombre de Sobaco de la Cobra. La policía hacía constantes operaciones en las inmediaciones, pero los disparos no me dejaban dormir, aunque los bandidos me garanticen que era un lugar tranquilo. Escribí un artículo que decía que todo ruido de vecino era mejor que el resonar de balas perdidas.

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