La Bahia, como los baianos llaman a la capital Salvador, fue la segunda ciudad en darme los mayores placeres y alegrías en esta vida.
Vivía en un apartamento de un cuarto y sala, siendo que en el pasaje para una mini área de fondo había una cama que servía para acomodar un o una visitante temporal. En el cuarto principal había una robusta cama de dos plazas hecha de jacarandá difícil de moverse debido al peso. Un colchón de resortes, de alta calidad, mostraba que estaba ahí hace bastante tiempo sin deformarse.
En ese año, en 1977, yo todavía era soltero y estaba en vísperas de casarme, por lo tanto exigía cuidados especiales y descripción mucho mayor al recibir visitas del género femenino, ya que gozaba de la más alta reputación en el edificio y en mi trabajo.
Son muchas las historias que acontecieron allí, y contaré algunas de ellas, ya que memoria es algo que tengo en abundancia. Cierta noche, cuando me dirigía al restaurante Berro d´água, uno de mis preferidos en el sector da Barra, para la cena rutinera, caminaba lleno de felicidad al salir de mi casa que quedaba bien en el núcleo del barrio.
Frente a mí caminaba una joven que al pasar cerca suyo, percibí que se trataba de una muchacha bella. Piel morena clara, cabellos de medio tamaño, ojos brillantes a la luz de los postes por los cuales pasábamos y con aproximadamente unos 21 años. ¡Realmente linda!
Percibí que la joven caminaba lento y parecía pensativa. Me aproximé, como me gustaba, con palabras llenas de dulzura y preguntas abiertas como estímulo al diálogo.
La joven calma y confiada me contó que estaba, de hecho, pensativa. Tomada por la decepción que vio de la ciudad Cachoeira para la casa de un hermano que vivía en un apartamento de un cuarto en la Barra, al llegar allá, lo encontró con compañía, motivo por el que le dijo que buscara algún hospedaje allí, por la región. Ella se sentía perdida, pues era la segunda vez que venía a Bahia, digo Salvador, y no conocía prácticamente nada en la Capital.
Frente a la situación le ofrecí hospedaje en mi casa. Ella mostró más confianza en sí misma y aceptó inclusive cenar conmigo y tomar un vaso de cerveza.
Al día siguiente, yo saldría a las seis horas para el trabajo y cuidaba de estar siempre bien, por eso tomamos una única cerveza. Cenamos una comida deliciosa. Salimos y caminamos hasta el edificio Princesa Izabel, que todavía debe existir en la Barra. Además, dicho sea de paso, en esos tiempos en Salvador sólo se daba la dirección por número cuando era casa, los edificios eran conocidos por la denominación: mi dirección era Edificio Princesa Izabel, apartamento 302.
En casa, ella me dijo que quería tomar un baño y yo providencié un jabón nuevo y una toalla. Incluso mientras se bañaba, yo desde el área de afuera de la ducha, conversamos mucho, especialmente sobre Salvador, capital y atractivo turístico del Estado de Bahia.
En Cachoeira trabajaba en el banco Bradesco, dándome pruebas suficientes. Saliendo del baño ella vestía un calzón y sostén hechos con un tejido con especial de red, el único de ese tipo que vi en toda mi vida. Yo le ofrecí una de mis camisas para vestir y dormir, ya que mis pijamas eran enormes para la jovencita.
En nuestras conversas descubrimos una afinidad con la literatura y yo le ofrecí un libro nuevo que había comprado recientemente. Ella se puso feliz, me pidió una dedicatoria que hice con mucho cariño, pero lleno de seriedad y respeto. Ella prometió que volvería y me fui a dormir. Le cedí la cama de dos plazas y dormí en la camita estrecha en el cuarto de pasaje. ¡Créanlo!
Yo siempre tuve mucha confianza en las personas que conocía y le enseñé cómo dejar la llave de huésped debajo de la puerta. La noche siguiente, cuando llegué del trabajo, la llave estaba debajo de la puerta, la alfombra limpísima y hasta las llaves de los lavatorios y de la cocina relucían. La casa estaba brillante y una notita sin firma decía que volvería y que haría una limpieza todavía más profunda, bromeando.
Los días pasaron y como yo ya me preparaba para mi matrimonio, recibí como visita a mi madre acompañada de mi novia. Justo en el momento en que yo entré junto a las dos a mi apartamento, me di cuenta que había sobre la puerta una correspondencia. La abrí y leí la carta: era la joven del Bradesco de Cachoeira que me comunicaba que llegaría esa misma noche.
Fue la vez que logré que mi novia, más tarde mi mujer, saliera de casa más rápidamente y fue también la noche que ella y mi madre adoraron el estilo festivo de los baianos, en la bien distante playa de Itapuã. Cuando regresamos ya era más de medianoche.
Al llegar el portero me comunicó que una persona me buscó y él le dijo que yo estaba con visitas en casa… Según Zé Carlos, el portero, ella dijo: “parece que él tiene la costumbre de siempre recibir visitas…”
Pero bueno, hoy con 72 años y 23 de separado del matrimonio, me siento como el escritor argentino Jorge Luis Borges, que dijo que sólo se arrepentía de lo que no hizo. Hasta hoy, pasados casi 37 años, todavía tengo sueños enloquecedores con la bella funcionaria del banco de Cachoeira.