Henry Ford (1863-1947), creador de la línea de montaje en la industria automovilística, ideó el mercado de masa para los automóviles. Su objetivo era bajar el precio del automóvil para que aquellos que trabajaran en su producción pudiesen comprarlo. La industria generaría al mismo tiempo empleo y consumo para sus bienes. El capitalismo tiene como piedra de toque la acumulación del capital alimentada por el lucro, y para aumentar el lucro es necesario aumentar el consumo, para que la masa de salarios aumente y los propios asalariados se vuelvan consumidores de la creciente producción.
La peor amenaza al capitalismo siempre fueron las crisis de superproducción o de subconsumo. Parece una paradoja pero los capitalistas necesitan a los trabajadores para hacer su dinero circular. Michal Kalecki (1889-1970), economista polaco radicado en Estados Unidos acuñó la frase: “Los trabajadores gastan todo que ganan, los capitalistas ganan todo que gastan”.
El capitalismo moderno, cuya producción crece exponencialmente, creó el marketing y el merchandising, que genera el deseo de comprar, más allá de las necesidades reales, y hace que todo el mundo, sin distinción de religión, clase social, color de piel, tipo de pelo o niveles de instrucción y conocimiento, quiera comprar lo que el sistema pone a la venta, anuncia y transforma en deseo, como decía Karl Marx, por el fetiche de la mercadoría.
La propaganda intensa alcanza a todos sin piedad, como un tsunami, un tremendo paseo. El capitalismo, apela al endeudamiento de las familias y de los individuos, induce a los más incautos a buscar ávidamente sus bisuterías. El largo plazo de los financiamientos es un malabarismo que torna irresistibles las cuotas. Los valores finales se agigantan cuando son contabilizados, pero eso no entra en el juego, lo que importa es la realización de los deseos inmediatos que llevan a la felicidad. Para sacar a las personas de su energía baja, de la depresión, síndrome de pánico, tan comunes en el mundo moderno, nada como la magia de un baño de tienda.
Los shoppings centers, catedrales del consumo del capitalismo global, trajeron belleza, conforto, estacionamiento seguro a precios soportables, estimula las compras en medio a variados placeres: cines, plazas de alimentación con todos los sabores imaginables, gimnasios que producen cuerpos esculturales en los pasillos y tiendas decoradas sultánicamente, iluminación excitante y estimulante, barriendo las sombras, y toda suerte de atractivos para los seis sentidos de los humanos mortales, hasta un sutil perfume en el aire acondicionado, baños perfumados, espacios para bebés y principalmente seguridad humana y electrónica.
Los medios de comunicación facturan en el paseo del comercio globalizado, civilizado y glamoroso de los shoppings, y retribuye estimulando la frecuencia de los “buenos consumidores” por la seguridad y por la selectiva compañía de personas bonitas y bien vestidas. Muchas mujeres van al salón de belleza antes de ir al shopping, donde se encuentran burgueses y burguesas.
El shopping se convirtió en un punto de ocio en muchas regiones, especialmente en las capitales y en las ciudades mayores, donde la especulación inmobiliaria aliada a la política viciada va terminando cada día más con las áreas comunes, ¿se acuerdan de los campos de fútbol en las planicies?
Es en las modernas basílicas del consumo global que los adolescentes de clase media marcan por el teléfono encuentros de una decena o docena de amigos, donde ese “paseo” transcurre sin mayores alardes y para un puro deleite de los muchachos, comer un “sándwich de marca” y tal vez para ir al cine atraídos por los bellos letreros. Todos iguales, sin embargo, unos más iguales que otros… Una madre de clase media me decía que el único lugar seguro para dejar a su hija adolescente con sus amigos es el shopping.
Alguien dijo: “El shopping se refuerza en la descalificación de la calle. En ese proceso Brasil es ejemplar y somos bombardeados todos los días con noticias que tienen el objetivo de recordarnos cuán peligrosa es la calle. Esto para mí es un compromiso con las “cápsulas de seguridad” y en ese sentido entramos en automóviles, shoppings, condominios cerrados, entre otros. Este también es una de las trabas del transporte verdaderamente público”.
En fin, el paseíto es visto como una “callelización” del shopping, quiebre de una cápsula de seguridad, por lo tanto, con derecho a todos los peligros paranoicos que la CALLE pasó a representar, después de años de descalificación como lugar de personas. La ciudad no es más un lugar común de ciudadanos civilizados, es la selva de piedra, donde la salvajería de los excluidos del consumo se venga subconscientemente de la salvajería del apartheid social al que son sometidos.
Ahí entra la cuestión de la seguridad. Esa industria del miedo de los medios de comunicación tiene un compromiso con la industria de la seguridad… Dicen incluso que este tema es el único suficientemente fuerte hoy para volver a una planificación, desde las metrópolis hasta una federal, integrando entes públicos de todas las esferas de gobierno, ya que por motivos culturales no pensamos el espacio, el territorio, y las responsabilidades en común, sino de forma loteada y fragmentada, el pedazo de allá es tuyo, el de acá es mío, esta parte es tuya, ¡y esta es mía!
Proyectados para facturar e intensificar la realización de los lucros, ahora estos mismos shoppings centers se vuelven el centro de una polémica inesperada e incluso inusitada, los llamados paseítos. Jóvenes de la periferia también son alcanzados por el paseo enorme, el tsunami del marketing inescrupuloso que no respeta límites, territorios, camadas sociales ni económicas.
Todo adolescente sueña con los más bellos pares de zapatillas, mochilas, ropas de marcas renombradas, jeans rasgados como lo dicta la moda, celulares, tablets, iphones, ipads, equipos de música, cámaras, perfumes y alimentos que se venden muy por sobre su valor real, por la marca ostentada y por el cerco de los monopolios. No importa el futuro, las cuotas, valores insignificantes, cabe en los bolsillos y en las carteras de todos, especialmente de la nueva clase media, recién llegada a los paseos del consumo.
En las plazas de alimentación la Coca Cola impera absoluta, está en el 100% de los restaurantes y bares. ¿Dónde está el Consejo Administrativo de Defensa Económica – CADE, presidenta Dilma? En los principales shoppings de Belo Horizonte hay sólo tres tiendas que venden zapatillas y materiales deportivos, todas del mismo dueño. La cosa le resultó tan bien que mudó la empresa de Belo Horizonte para São Paulo y quiere extender su competencia de mentira para todo Brasil y ya anunció que su plan es alcanzar toda Latinoamérica. ¡Ponga gente seria en el CADE, presidenta!
Atraídos por la imagen sensual de Giselle Bundchen y otras tantas sirenas, la juventud de la periferia también quiere ver de cerca y también quiere hacer alguna u otra compra con las tarjetas de crédito de las tiendas. El otro día vi a un hombre simple de un barrio periférico, acompañado de esposa e hijos, visitando un shopping de la zona sur de Belo Horizonte, con sus mejores ropas, solamente para mostrar la belleza majestuosa del shopping a una familia de parientes que vivían en el interior. Aplastados por el espectáculo que contemplaban se sentían en otro planeta.
La fantasía del consumo ya se apoderó de todos. El capitalismo triunfó globalmente, todos quieren aquello que es divulgado, hasta los niños rechazan los alimentos saludables y prefieren los que tienen propagandas en la TV. Toda la población sueña con los calzados y ropas de moda, con los productos y objetos ofrecidos, por más irracional que eso parezca. Uno de los columnistas defensores de las clases constreñidas, al reclamar contra los paseítos confesó: “¡las personas tienen el derecho de consumir en paz!” Su subconsciente admitió que las personas no están allí para realizar necesidades materiales, sino emocionales, no necesitan comprar, necesitan consumir.
A pesar de ser común que la juventud se reúna en la periferia, el hecho de reunir cientos y hasta miles de jóvenes para un paseíto en los shoppings salió a la superficie a principios de diciembre del 2013 y descabelló a la mayoría de los gobernantes, que tienen un ojo en los apoyadores financieros y otro en las urnas, un pie en el acelerador y otro en el freno, ¡no hay peinado que resista!
Todo comenzó así, aparentemente por casualidad. Primero, asustados guardias intentaron escaramuzar a los jóvenes que se reunían de forma animada en el estacionamiento del shopping. El pavor creado por los propios guardias llevó a los adolescentes a penetrar los espacios internos y el asunto fue a parar en la dirección, luego en las asociaciones comerciales y después en el alcalde y el gobernador. En la secuencia una ministra opinó y hasta la presidenta de la república ya tuvo la agenda solicitada.
Los medios de comunicación asustados, con un ojo en los anunciantes y otro en la audiencia, aprovecharon el término paseo que ya era muy usado para “dar una vueltita” y lo transmitió como paseítos para todo el país e incluso para el exterior.
Los paseítos se intensificaron, estimulados aún más por la proyección que conquistaron. Los “famositos” se sintieron orgullosos. Y más gente quiso tornarse un “famosito” o “famosita”, como se auto rotulan los convocadores de esas movilizaciones, fenómeno similar a lo que aconteció con los líderes del Movimiento Pase Libre que desencadenó las manifestaciones en junio. Se tornaron celebridades, con un ojo en un posible cargo de concejal y otro en un posible mandato de diputado, como decía Odorico Paraguaçu, personaje de la novela global El Bien Amado. Los recientes movimientos estudiantiles en Chile que lo digan, tres de los líderes se tornaron diputados muy bien votados. En los paseítos ya hay líderes en Belo Horizonte, por ejemplo, con más de 100 mil seguidores en las redes sociales.
La palabra rolezinho, en portugués, ya forma parte de los diccionarios en Internet y en breve estará en los volúmenes impresos: “Modalidad de manifestación pública instantánea – inventada por adolescentes de barrios periféricos, léase pobres, de las grandes capitales brasileras y normalmente convocada por medio de las redes sociales, que reúne a decenas o centenas de participantes en shoppings centers para confraternizar, llamar la atención, molestar y divertirse”. El paseíto se anticipó y convive con el verano, substituyendo para los medios y para las autoridades las protestas de junio con los black blocs, que inflamaron la temporada de invierno.
Leo esto: “He aquí la contradicción: la fiesta juvenil que anima los fines de semana de la juventud de las periferias es una película de terror en la imaginación de aquellos que son encargados de garantizar el orden…”
Por otro lado, ingenuos izquierdistas sueñan que esta sea una presión más de las clases dominadas que buscan por todos los medios la inclusión social. ¡Ojalá!
Lo que percibimos es que la imaginaria provocación lleva a los truculentos guardias a usar la porra, pero sólo en personas pobres que usan gorras, tatuajes o piercings, y más, cuando la piel es afro.
Leo también: “Por un lado los muchachos que apenas completaron 18 años, por otro, los brutos de la Policía Militar o aquellos sujetos de terno negro, entrenados como perros guardianes de los tenderos dirigiendo insultos y agresiones a sus descapitalizados vecinos de la periferia y a veces hasta parientes”.
Los faraónicos templos de consumo viven días de una fantasmagórica aprensión. Pánico, como aconteció con el Shopping Leblon en Rio de Janeiro al cerrar las puertas durante todo el domingo 19 de enero para evitar el encuentro programado de más de 8.000 jóvenes, como fue anunciado en las redes sociales.
Leo también: “Ante un simple paseíto, la monumental soberbia de las cajas fuertes del fetichismo se deshace como humo. Las torres inexpugnables de lo superfluo, los cajones de concreto armado, vigas de acero, vidrios blindados, las fortalezas ultra vigiladas de la lujuria, que acomodan a las marcas más caras y más cursis prometen seguridad total a los buenos consumidores, pero no tienen defensa contra muchachos y muchachas que aun sin nadar en dinero, transitan de cabeza erguida por las galerías que fueron hechas para sentenciar su exclusión”.
Los radiantes y refinados consumidores se sienten constreñidos en medio de esa gente de ropas, zapatillas, lentes y perfumes baratos. Ni la paranoia derechista ni la ingenua fantasía izquierdista parecen encontrar la razón. El pavor de los comerciantes, la truculencia de los guardias, la desorientación de los políticos, ¿cómo será esto explicado en algún tiempo más, cuando baje la polvareda?
El apoyo de los gobernantes a la represión es complacencia con aquellos que desdeñan las leyes del país y contratan a gigantones para protegerlos a ellos y a sus buenos consumidores. ¿Cuál es el fundamento legal para impedir la entrada de un joven de la periferia al shopping? Dicen que la prohibición es a menores sin compañía de sus padres, ¿pero cuándo fue un joven de clase A o B impedido de frecuentar el shopping por no estar acompañado de sus padres?
Por lo menos esta situación nos lleva a una comprensión: los shoppings centers son como son, cerrados, fortificados y aislados para segregar, son el símbolo del apartheid social del capitalismo moderno. ¿Será que ellos se sienten en el derecho soberano de crear leyes extra territoriales?
Y ahora es la hora de que la periferia cree un hecho social, la importancia todavía está por ser concretada, pero está ahí abierta la herida del moderno y disimulado apartheid social. Para unos el transporte individual en carros maravillosos, las “naves”, para otros los exprimidos, duros, demorados y lentos buses. Para unos, condominios cerrados, para otros, conjuntos habitacionales, para unos, planos privados de salud, para otros, el SUS, Sistema Único de Salud. Para unos, universidades públicas y gratuitas de calidad, para otros facultades pagadas y de baja calidad, para unos el Duty Free, para otros el Feira Shop, para unos, los Shoppings Center, ¡para los otros, … la CALLE! Tal vez sea mejor intentar apaciguar la situación para no mostrar todos los males que están por detrás de un sistema que noqueó las utopías del Siglo XX. ¿La promesa de las maravillas del consumo no es para todos? ¿Capitalismo no es sinónimo de democracia?
Y dejo la pregunta para uno de los mayores maestros del capitalismo: “Henry Ford, ¿qué sugiere usted para el capitalismo moderno, que creó un gran paseo de marketing y merchandising y ahora se siente incómodo con los alborotos de los paseítos?”