Desde el día 9 de septiembre de 1957, cuando vine por primera vez desde mi pequeña ciudad natal a Belo Horizonte, tuve una admiración especial por Oscar Niemeyer. Ese día conocí el conjunto habitacional-comercial vertical llamado Juscelino Kubitschek en la plaza Raul Soares, que hasta hoy con su altura de 36 pisos, es el más alto de Belo Horizonte y Minas Gerais, y el conjunto arquitectónico de la Pampulha.
Leo hoy en internet: “Después de 24 días internado en el Hospital Samaritano, en Botafogo, Oscar Niemeyer fue dado de alta este sábado. El arquitecto de 101 años fue internado el día 23 de septiembre debido a dolores abdominales. Una tomografía de abdomen constató colecistitis, comprometimiento de la vesícula biliar y absceso en el hígado, junto a la vesícula. Además, fue diagnosticado un tumor en el intestino grueso por el lado izquierdo, cerca del bazo. Hasta el 23 de septiembre del 2009, cuando fue internado siendo sometido enseguida a dos cirugías, el arquitecto acostumbraba ir todos los días a su oficina en Copacabana. Últimamente, trabajaba en el proyecto Camino Niemeyer…”
El “Camino” que lleva su nombre es un conjunto de construcciones por el paisaje del contorno de la ciudad de Niterói, Rio de Janeiro, en carácter complementario al Museo de Arte Contemporáneo de Niterói, MAC, entre el centro de la ciudad y los barrios de su zona sur, formando un complejo cultural. Aparte del MAC, la Estación de Barcas de Charitas, el Teatro Popular de Niterói, el Memorial Roberto Silveira y la Plaza JK –están aún en construcción el Museo de Cine Brasileño y la sede de la Fundación Oscar Niemeyer.
Más allá de los aspectos comerciales, este hombre creó una nueva arquitectura de una belleza incomparable que lo arrastró por el mundo entero. La arquitectura moderna trae el fin de los adornos y la funcionalidad como objetivo. Pero la tecnología del concreto armado combinado con el vidrio permitiría explorar formas extravagantes y perfiles osados.
Es de él la frase: “No es el ángulo recto el que me atrae, ni la línea recta, dura, inflexible, creada por el hombre. Lo que me atrae es la curva libre y sensual, la curva que encuentro en las montañas de mi país, en el curso sinuoso de sus ríos, en las olas del mar, en el cuerpo de la mujer preferida. Todo el universo está hecho de curvas, el universo curvo de Einstein.” De tan original, la Iglesia de San Francisco de Asís en la Pampulha, ilustrada por Cândido Portinari, tardó veinte años en ser consagrada. Don Cabral, el entonces arzobispo de Belo Horizonte usó tres argumentos para rechazarle la bendición: eso no tenía forma de iglesia, en el panel de azulejos de Portinari, quien acompañaba a San Francisco no era un lobo sino un perro sin raza definida, lo que sonaba a libertinaje, y “last but not list” el arquitecto era un comunista declarado.
Su nombre es hecho por sus obras. Ellas hablan por sí mismas. Y hablan mucho más alto. Ellas están en varios países: Estados Unidos, donde participó del proyecto del edificio de la ONU con Le Corbusier, Inglaterra, Líbano, Cuba, Venezuela, Argelia, Alemania, Israel, Italia, España y Portugal.
En 1963 recibió el Premio Lenin de la Paz, del Gobierno de la antigua Unión Soviética, siendo el único brasileño distinguido con ese galardón. Por aquí y por allá, acumuló premios y condecoraciones por todo el mundo. Son cientos de obras en su vida y decenas los premios y reconocimientos. Bastaría recordar que Brasilia, nuestra capital, nació de las manos de este genio. Pero obras, más que los registros solamente escritos, mantendrán grabados para siempre los hechos de este arquitecto-artista que en el año 2001 recibió el Título de Arquitecto del Siglo XX, del Consejo Superior del Instituto de Arquitectos de Brasil.
Con una edad superior a casi todos los brasileños, entra y sale del hospital en silencio, sin alardes o frases bombásticas. También le pertenece la frase: “No me siento importante. La arquitectura es mi manera de expresar mis ideales: ser simple, crear un mundo igualitario para todos, mirar a las personas con optimismo. Yo no quiero nada aparte de la felicidad general.”
Antes de internarse iba todos los días a su oficina. Y con seguridad terminará ese gran proyecto en curso: Camino Niemeyer. Oscar Niemeyer es un nombre especial. Un ciudadano de innegable valor moral, ideológico, ético, consistente y coherente. Da un gusto tremendo ver y oír a un hombre de esta cepa. O basta vivir en su época o tenerlo entre nosotros para darnos tanto orgullo. Obviamente que el gran arquitecto está con los días contados en la tierra. Pero él continúa firme como persona íntegra y de gran valor.
Lo que podría extrañar es que no vimos a la prensa sensacionalista, corrupta y vendida persiguiendo titulares explosivos sobre este genio centenario en la puerta de hospitales carísimos. Es realmente un hombre de alto valor, muchas veces mayor que el de las celebridades que los periódicos y canales de televisión promueven todo el día. Si tales medios globales y aduladores buscasen una frase de impacto, con seguridad, oiría con la ternura que siempre fue su marca registrada la siguiente frase:
“Estoy preparado para vivir…”