Oh qué añoranza… ¡de las frutas de mi patio! – parte 2

Publicado por Sebastião Verly 29 de junio de 2010

Esparcidas por todos los rincones de los casi seis mil metros cuadrados de nuestro patio, habían plantitas de casi todo. Había recientes y caducando, como una higuera que nunca producía, un membrillero que sólo sirvió para sacar algunas varas usadas como instrumento de educación de la época.

Volviendo a las proximidades de la puerta de la cocina, había una media docena de bananeras, un árbol de jabuticaba y un palto que también daba los mejores frutos que ya comí. Más próximo de la casa se encontraba un naranjo común, un árbol de mandarinas y la huerta, donde nacían varias plantas de las semillas que plantábamos.
Bajábamos un poco y ahí estaba la parte más bonita del patio: naranjos de varias especies que cultivábamos con la técnica que conocíamos. De a poco agregamos dos hileras más de naranjos que dejamos dando los primeros frutos cuando nos mudamos de ahí. Restan los árboles de mora que tenían un sabor especial en nuestra infancia, a pesar de que ese árbol ofrecía también las varas para los correctivos que mi padre aplicaba.
Lo más curioso es que cuando niños también frecuentábamos el patio de nuestra vecina y amiga Lia do Jiló, donde había muchas frutas que no se encontraban en el nuestro. Allá comíamos mandarinas; naranja cacau, que nunca más vi en mi vida, lima y lima de bico, que también desapareció completamente.
Hasta hace muy poco tiempo, yo combatía esa añoranza de mi infancia en la hacienda de mi querido amigo Luiz Bento, donde aparte de esas frutas, hay una gran variedad de mangos, pomarrosa y pitangas de un sabor maravilloso. Allá aún hacía la mezcla casi mágica de las frutas del pomar con las frutas silvestres que cité en un artículo que escribí sobre las mismas. Disputábamos con las avispas las dulces semillas de melón São Caetano que proliferaban como trepaderas de cercas, comíamos por puñados el milho de grilo y ¡vaya que habían grandes granos violeta de esa semillita dulce!, los tomatillos, que mi mamá decía que eran buenas para la salud de los labios y el estómago. También estaban los juás rojos que desaparecieron con el pasar de los años. Hace días vi en los supermercados una fruta bastante cara, una especie de juá amarillo pequeño que comíamos en nuestro patio sin mucho entusiasmo.
Espero que, más que concordar con la dulce Adalgiza, también haya tocado los sentimientos de añoranza de los tiempos tan agradables de la infancia de aquellos que vivieron en circunstancias parecidas. Parodiando al poeta romántico Casimiro de Abreu en su poema “Mis ocho Años”: “¡Oh qué añoranza que tengo, de la aurora de mi vida!”, yo le agregaría: ¡y de las frutas de mi patio!

Meus Oito Anos

Casimiro de Abreu (1837-1860)

Oh! que saudades que tenho

Da aurora da minha vida,

Da minha infância querida

Que os anos não trazem mais!

Que amor, que sonhos, que flores,

Naquelas tardes fagueiras

À sombra das bananeiras,

Debaixo dos laranjais!

Como são belos os dias

Do despontar da existência!

— Respira a alma inocência

Como perfumes a flor;

O mar é — lago sereno,

O céu — um manto azulado,

O mundo — um sonho dourado,

A vida — um hino d’amor!

Que aurora, que sol, que vida,

Que noites de melodia

Naquela doce alegria,

Naquele ingênuo folgar!

O céu bordado d’estrelas,

A terra de aromas cheia

As ondas beijando a areia

E a lua beijando o mar!

Oh! dias da minha infância!

Oh! meu céu de primavera!

Que doce a vida não era

Nessa risonha manhã!

Em vez das mágoas de agora,

Eu tinha nessas delícias

De minha mãe as carícias

E beijos de minha irmã!

Livre filho das montanhas,

Eu ia bem satisfeito,

Da camisa aberta o peito,

— Pés descalços, braços nus

— Correndo pelas campinas

A roda das cachoeiras,

Atrás das asas ligeiras

Das borboletas azuis!

Naqueles tempos ditosos

Ia colher as pitangas,

Trepava a tirar as mangas,

Brincava à beira do mar;

Rezava às Ave-Marias,

Achava o céu sempre lindo.

Adormecia sorrindo

E despertava a cantar!

…………………………..

Oh! que saudades que tenho

Da aurora da minha vida,

Da minha infância querida

Que os anos não trazem mais!

— Que amor, que sonhos, que flores,

Naquelas tardes fagueiras

À sombra das bananeiras

Debaixo dos laranjais!

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