Estuve en la bella exposición de la artista Marina Jardim. Color & Movimiento: título más que apropiado. Yo agregaría también el amor que está implícito en cada tela, en cada punto de pintura y en cada color. Vi y vi su bella pintura. Felicitaciones a los simpatiquísimos Joubert, Maristela y todo el equipo de la galería de arte del Servicio Social de Comercio, SESC-BH, que están retornando con gran estilo. Maristela, prestativa y solícita, era más que una curadora.
La luz de los spots, realzando el colorido de los cuadros, animaba a los fotógrafos que buscaban los mejores ángulos para registrar las emociones de los visitantes.
La artista llegó con los hijos, vistiendo un lindo vestido “de noche”, como diría un columnista social. ¡Una noche que valió la pena! No solamente por la feliz combinación de vino chileno “Cosecha Tarapacá” Cabernet Sauvignon con el queso cabaça de Rubim, tierra natal de la artista, servido en una gamela artísticamente esculpida en forma de pez.
Además de los familiares de la pintora, gente de los más agradables círculos de artistas e intelectuales. Fuerte acento del Río Jequitinhonha, ciudadela inexpugnable de la cultura popular brasileña. Busqué conocer un poco más de esa simpática gente. De muchos, yo supe sólo el primer nombre, de otros no lo conseguí, quedó para una próxima oportunidad, que ciertamente será en breve.
Conocí personalmente al poeta Gonzaga Medeiros que estaba con Rosana e hija, la linda e inteligente Luíza, de diez años. Carlos Dijon, productor musical y hermano de Paulinho Pedra Azul e de Dijon Morais Junior, rector de la Universidad del Estado de Minas Gerais. João Laranjeira y Gaia, dueños del Restaurante Arrumação, él, hermano del gran animador cultural Saulo Laranjeira. El músico Carlos Farias con Jucélia, que es conocido internacionalmente por su trabajo con el Coral de las Lavanderas de Almenara. El productor cultural Luiz Trópia de la Sociedade Mineira de Folclore, también el músico Jairo Lara, oriundo de Divinópolis y Rosângela.
No sólo de Jequitinhonha vive el arte. Me emocioné al volver a ver a mi coterráneo de Pompéu, Milton Afonso, que no veía hace más de cincuenta años. Él logra vivir de arte en estos tiempos globalizados vendiendo acuarelas los domingos por la mañana en la Feria de la Avenida Afonso Pena. También es escritor y, cabe mencionar, hermano del gran constitucionalista pompeano José Afonso da Silva. Recuerdos de aquellos tiempos y de los libros que dejó en la casa de doña Elza Afonso Tavares, su prima, que ayudaron a generar en muchas personas el gusto por la literatura.
El asunto era arte y cultura. Una pareja ligada al SESC-BH llegó con un bello arreglo, retiró el mantel de la mesa central y ahí armó su arte. ¡Deslumbrante! Otro ciudadano, también de la casa, mencionaba una próxima exposición de fotografía, cuando él describía para las personas que lo rodeaban cómo quedaría el espacio. Su conversa de cultura terminó desembocando en cine. Contó, por ejemplo, que vio la película “El Pequeño Nicolás” y mostraba el brazo con escalofríos mientras hablaba de la bella película. Y concluía con cierta fuerza en la voz: “Y esta película no la van a dar en Minas. ¿Pueden creerlo? “.
El tema pasó por los mejores filmes de las épocas doradas del cine. Almodóvar, Carlos Saura, Buñuel, Kurosawa, Bergman, Fellini, Einseinstein, etc. Otro interlocutor, también amigo e igualmente del Vale do Jequitinhonha, tomó la palabra para relatar la cantidad de películas buenas que viene seleccionando. Y dijo que hasta a sus sobrinos les presta los videos sólo mediante un documento con fecha de entrega. Completó diciendo que muchos fueron adquiridos en tiendas simples que los venden sin tener noción de su rareza y preciosidad. Sólo de oí los títulos que él mencionó ya daba para entusiasmarme. Siento añoranza por los buenos filmes de otrora…
Él concluyó, al final, hablando de la belleza de la pintura de Marina, pero explicaba que en nuestro sistema, es necesario más que sólo arte y talento: es necesario marketing bien hecho. Me contó la historia de una canción de esas sin ningún contenido, melodía, ritmo o armonía, que bastó que un renombrado del fútbol la tocara en público para que se convirtiese en un éxito. La pintura de Marina es marcante. Ya escribí lo que ella me dijo, que el amor es la esencia que permea toda su arte, lo que es percibido por los admiradores de su obra. Los grandes coleccionadores tienen la oportunidad de agregar a su acervo la belleza que quedará para siempre, la fuerza de sus pinceladas y colores asumidos.
Para terminar quiero escribir que adoro el clima de las vernissages, exposiciones, lanzamientos de libros, inauguraciones y muestras culturales que acontecen siempre en nuestra Belo Horizonte. Hubo una época en que yo buscaba en los periódicos y escogía las mejores. Con eso, tal como pretende el enredo del libro “Cine Club”, yo espero mejorar mi calidad de vida, convivir con gente alegre, imaginativa, salir del tedio del “timbra-timbra” del día a día.
Este pequeño final se lo dedico a uno de los visitantes de la exposición de Marina, cabellos blancos hasta los hombros, ropa simple, barba recortada, un profeta popular que veo hace algunos años en casi todos los eventos culturales a los que fui. Él llega, hace una inspección general, pasa al Buffet, escoge la mejor bebida, se llena la mano de salados y busca una persona que esté sola para conversar. Recoge catálogos y folders sobre la mesa, y cuando alguien le dá atención, discute el estilo de cada uno de los artistas y escritores ahí anunciados. Después de una de las tantas rondas de salados y bebidas, él sale a la francesa, sin despedirse, teniendo el cuidado de gesticular para algunos presentes. Me quedé pensando si tantos baños de vernissage y lanzamientos habrán hecho de él un hombre culto y sensible.
Y ahora me río conmigo mismo, imaginándome que él se debe preguntar lo mismo sobre mí, después de encontrarnos tantas veces en ese tipo de ocasiones.