Mandioca y Harina, uno sirve al otro

Publicado por Sebastião Verly 7 de agosto de 2012

 

Pasé mi infancia y adolescencia en Pompéu, una ciudad de interior de Minas Gerais donde oí muchas historias que siento ganas de narrar, ya sea por el humor o por las enseñanzas que poseen.

Ayer, cuando conversaba en el bus sobre los carás y ñames, me acordé del mangarito que  prácticamente desapareció del Mercado Central de Belo Horizonte. El mangarito casi desaparece para tornarse tiempo después una preciosidad culinaria al lado de otras raíces de Brasil. ¡Es delicioso!

En ese momento se me vino a la mente una historia que era muy contada en mi ciudad natal. João Serra era uno de los más ricos hacendados, y no se hizo rico por casualidad. Era considerado un hombre centrado en sus actividades, y aparte de eso, muy avaro. Se casó dos veces. Los hijos del primer matrimonio quedaron muy comedidos aun después de viejos. El padre mantenía un poder inquebrantable sobre los hijos.

Uno de ellos, el Cota, incluso después de volverse padre de familia, todavía le rendía cuentas al viejo. João Serra, ahora casado de nuevo, educaba a los nuevos jóvenes con mucha más libertad.

El Cota iba siempre a la capital, me parece que para hacer un tratamiento de salud, y en uno de esos viajes compró un libro sobre prácticas agrícolas, que le llamó su atención por un capítulo sobre el mangarito. Cota era el único productor a gran escala de aquel tubérculo en toda la ciudad.

Al día siguiente, al retornar, Cota fue a visitar a su padre y le relató el viaje. Llevó el libro de buena encuadernación para mostrarle el viejo. João Serra hojeó el libro, leyó el capítulo de mangarito, leyó uno o dos más, paró en la parte referente a la haba torcida, una haba muy sabrosa traída por los portugueses en el comienzo de la colonización.

Con el trato duro que siempre mantenía con los primeros hijos, dejó caer el libro sobre la mesa con una expresión de desdén.

–        Cota, ¿cuánto pagaste por eso?

El Cota, temiendo un reto si decía que había pagado treinta cruzeiros en el libro, decidió mentir para evitar la reprensión.

–        Una ganga, padre, cinco cruzeiros.

 

João Serra se metió la mano al bolsillo, sacó cinco billetes de un cruzeiro y se los entregó al hijo.

–        Yo voy a quedarme con este, la semana que viene vas a volver a Belo Horizonte y compras otro para ti.

Otra historia del viejo João Serra era contada por los empleados de su hacienda. En la amplia cocina había varios bancos que contornaban el fogón a leña. Empleados y familiares hacían la fila común, tomaban los platos y servicios en la mesa al lado y se servían en el fogón donde estaban las ollas humeantes.

Arroz, frijoles y carne eran lo básico. Col a veces. Harina de mandioca siempre acompañaba a los frijoles. Cuanto más aguados los frijoles, más harina era servida. Cuando la cosecha de mandioca era abundante, también era servida cocida. En esas ocasiones cuentan que João Serra se quedaba sentado frente al fogón, y cuando alguien, de la familia o empleado, ya se había servido mandioca y mostraba la intención de servirse harina, el viejo avaro lo impedía diciendo: “Ya pusiste harina, uno sirve al otro”.

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