Veo un bello horizonte. La calle que desde hace algunos años se convirtió de lunes a viernes en un enorme estacionamiento de vehículos en sus dos lados, está completamente vacía en este feriado de dos de noviembre. Ni el vigía de la calle vino a trabajar hoy, su garita permanece cerrada y adentro se ve la silla de plástico blanca, que también está vacía.
Aquí, mucho más cerca, un árbol “pata de vaca” muestra sus bellas flores moradas para contrastar con su hermano gemelo de color blanco que se encuentra pocos metros más adelante. Un poco después, dos árboles lapachos amarillos, totalmente florecidos; en otro ángulo, otro lapacho morado parece más una pintura divina; en la misma dirección, un poco más adelante, un bello flamboyán rojo florido de los más lindos. El autor agrega en su bella obra de arte una fila de palmeras del tipo areca plantadas por los habitantes locales de esa esquina y sus vecinos. El arrayán o flor de la noche en la calzada y también en un jardín un poco más distante, prometen un aroma agradable en poco tiempo más.
En medio de una buena porción de verde se ven ahora las mangas madurando dando una mezcla entre verde y amarillo un tanto anticipada. Mi predilecto, el guayabo, también presenta ese florecer junto a las guayabitas que yo tanto apreciaba en mi infancia. Esta semana, a pedido de los vecinos, cortaron un árbol carcomido y ahora veo solamente la copa de aquella que ostenta la liana de maracuyá.
Una pequeña porción de tierra junto a este barrio permite ver las últimas flores que le dejan espacio a los viejos árboles que están cada día más exuberantes en la Avenida do Contorno, que ya hace mucho tiempo no contorna más toda nuestra capital.
Hoy es el día de finados y la lluvia no vino como era esperada todos los años. Tal vez por el hecho de ser sábado. No hay sábado sin sol, domingo sin misa, ni lunes sin pereza, dice el proverbio. Quien salió de casa, si no fue para trabajar, fue a visitar a sus muertos. En lugares y cementerios con diferentes status todos fueron y volvieron con el mismo respeto.
Allá arriba, el cielo mantiene unas pocas nubes y señala que mañana podremos tener lluvia nuevamente. Es tiempo de que la tierra reciba esa agua bendita. Desde ahora hasta el final de la próxima estación, cuando llegan “las aguas de marzo cerrando el verano”, como dice la canción de Tom Jobim, deben caer lluvias mansas y tempestades imprevisibles.
El sol reaparece – en un pasaje rápido- y su reflejo une edificios, la mayoría comerciales, a las casas, residencias y a las barracas de las dos villas vecinas. La belleza es, puedo decir, infinita. Imposible describirla. Los ojos retienen por minutos esta inmensa presentación fugaz. Imagino a Van Gogh devorando rápidamente el paisaje antes de que los tonos de luz se alteren.
Las lámparas se encienden por aquí y por allá, y se hacen notar las luces en las ventanas, especialmente en las barracas de las villas próximas. Parecen recordar que en breve será Navidad.
Me recojo en mis pensamientos y saberes tan ínfimos y veo la grandeza que se manifiesta en el universo, que la mente capta y los ojos ven, para sentir esa magia, misterio y belleza de la creación en nuestra Belo Horizonte.
Comentarios