¡Hay que endurecerse, pero sin perder la ternura jamás!
Después de Rudyard Kipling con su poema “Si”, fue el gran comandante Ernesto Che Guevara quien nos trajo la enseñanza sobre siempre mantener la serenidad y la ternura.
La sabiduría revolucionaria parece que está por encima de las demás. El propio Marx aparte de su análisis profundo del sistema capitalista se envolvió de cuerpo y alma en la vida revolucionaria, pero siempre con palabras razonables de calma y serenidad buscando la paz justa, que es realmente el objetivo último de la verdadera revolución.
En Vietnam, vimos al viejo Ho Chi Min (Ho Chi Minh significa “aquél que ilumina”) conducir una guerra totalmente desigual y morir con la moral aún más elevada, dejando un mensaje de fuerza máxima para animar y apacentar al pueblo vietnamita. Su propia imagen transmitía la luz y serenidad de los sabios.
Aún hoy, quien ve las fotos de Mao Tse Tung, el Gran Timonel, percibirá en su rostro toda la serenidad necesaria para comandar una revolución y continuar junto a su pueblo, que durante su gobierno, ya contaba con cerca de un billón de personas. Aparte de eso, Mao es visto por muchos como un poeta, filósofo y visionario. Como consecuencia, su retrato continúa siendo caracterizado en la Plaza de la Paz Celestial y en todos los billetes de 100 Renminbi.
Los grandes manuales de guerrilla enseñaban a construir bombas, armar emboscadas y planear la guerra, pero nunca enseñaban a enfurecerse o perder los estribos. La serenidad, hasta por una sabia medida de seguridad, tiene que prevalecer.
Como está en la letra de la banda Legião Urbana: “es necesario amar a las personas como si no hubiese mañana, porque, si paras para pensar, en verdad, no hay.”
Mantener la serenidad por el mayor tiempo posible es el gran desafío de las personas que buscan el autoconocimiento verdadero. Son muchas las pruebas que la vida nos presenta para testearnos constantemente. Podemos adoptar la fuga y la alienación o asumir con consciencia para involucrarse.
Mantenerse lúcido es una verdadera proeza en un momento en que tenemos que tomar pocas decisiones entre las opciones que nos presionan. Y como ya estamos conscientes, despiertos y a veces hasta involucrados en la lucha, nos indignamos, nos inquietamos. Pero mantenemos los ojos tiernos y determinados y nuestros gestos firmes y suaves. ¡La serenidad y la iluminación es una conquista diaria! Recordemos que la imagen de lo más bello y perfecto está en nosotros principalmente en nosotros cuando trascendemos los momentos normales y caminamos con serenidad.
La serenidad real es más visible en los ojos, incluso más que en el propio rostro. Nadie puede evitar ser sacudido; pero podemos ser provocados y aún mantenernos capaces de zambullirnos y tocar nuestra fuerza propia, esto es mostrado mucho más a través de los ojos abiertos, firmes y llenos de ternura. Cuando la persona adquiere tal seguridad y vive efectivamente la serenidad, todo puede acontecer y los hechos pueden incluso exigir una respuesta dura y corajosa. Pero el interior permanece iluminado y sereno.
La rabia, la cólera, y la pérdida del dominio de la razón pertenecen más a los reaccionarios y a las personas que defienden un mundo desigual para poder apropiarse de la riqueza acumulada. Esos sí pierden la dulzura porque en esencia usufructúan de riqueza y bienes que deberían ser mejor distribuidos. Algunos pueden no tener consciencia de eso, pero actúan así instintivamente.
Conviví con muchos revolucionarios y algunos de ellos aún están vivos. Y todos muestran un amor verdadero por las personas. Nuestra lucha revolucionaria en verdad es contra el sistema y sus instituciones. Las personas son frutos temporales de toda la lógica perversa del sistema.
Tanto que para ellas, ese es la única manera de vivir. Es lo que llamamos cultura del sistema capitalista. Se adoctrinan personas que, adoctrinadas, pasan a adoctrinar a las otras. A veces, hasta de buena fe. Aunque los valores del sistema son dictados por sus reglas y en ninguna de ellas aparece la fe. Mucho menos buena.
Es fundamental mantener la calma y la serenidad. Incluso cuando la lucha nos exija rigor y fuerza, tenemos que mantener, al lado del temple y de la lucha aguerrida, el famoso principio de Guevara: “¡Hay que endurecerse, pero sin perder la ternura jamás!”.
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