En diciembre, desde las vísperas de navidad hasta los primeros días de enero, recibí cientos de e-mails, tarjetas y llamados telefónicos, a través de los cuales las personas amigas me manifestaban el deseo de un Feliz Año Nuevo. En aquellos momentos, todo me llevaba a creer que justo después de las fiestas de fin de año, retomaríamos una vida de mucho trabajo.
Me equivoqué. Algunos colegas me convencieron de postergar un poco el inicio de los días de trabajo para que no tuviesen solución de continuidad y que lo mejor sería comenzar después del Carnaval. Y fueron enfáticos: todo en Brasil funciona después del carnaval. Ya era un hecho consumado, me ajusté a las costumbres vigentes en el país y aproveché para aprender las letras y marchas de los festejos de Momo.
Y parece que mis orientadores tenían razón. El tiempo pasó rápidamente, y no me preocupé con el tiempo ocioso, luego estaba oyendo la batucada en los sambódromos improvisados, en los específicos y definitivos preparados adrede.
Pasó el carnaval, pero como todo el mundo enmienda el feriado, tenía casi total certeza que el lunes siguiente estaríamos todos en el trabajo.
Una vez más estaba equivocado. Mis consultores, con toda su sabiduría, me mostraron que, especialmente este año, el feriado largo de la semana santa tendría un día más de descanso, pues coincidiría con la muerte de los mártires, siendo que la del héroe brasileño fue horas antes del Profeta y líder de los cristianos.
Esperé pacientemente, pues sería sólo un mes más para retomar las actividades productivas, como suele acontecer en cualquier país emergente o desarrollado.
Por tercera vez me pidieron más paciencia. Comencé a bramar que ya estábamos con casi tres meses de dispersión y los ponderados mentores me mostraron que yo tenía la suerte de vivir aquí en Minas Gerais. Fui hasta un poco grosero: “¡qué suerte ni qué nada, yo lo que quiero es ejecutar mis proyectos!”
– “No se enoje”, me amonestaron. Usted tendrá diez días más sólo para juntar la papelada, inclusive encontrar el recibo de la entrega en el año anterior para preparar la famosa Declaración de Ajuste para este año, Declaración de “Impuesto de Renta de Persona Física”. Primero, hay que bajar los programas, después ordenar los documentos, entrar en Internet otras veces para sacar informes para el Impuesto de Renta, de las modernas empresas del plan de salud, certificarse de que están todos los saldos bancarios, los débitos, los créditos, los montos pagados en consorcios, recibos de médicos y curanderos, de escuelas y cursos complementarios de graduación, pagos, recibos, alguna donación posible de ser descontada en el Impuesto a pagar.
Un verdadero rompecabezas para definir el modelo en que será declarado. Por fin, llegué la conclusión de que valía la pena declarar en el modelo completo para obtener alguna restitución. Teniendo tiempo, aún es posible ir a un médico recién titulado que se disponga a dar dos o tres recibos, quién sabe si con ese tiempo será posible descubrir el CPF (Catastro de Persona Física) de algún médico fallecido recientemente para cargar la mano en los “pagos” hechos al finado. Para el lector que sea eventualmente fiscal del “Leão” le recuerdo que esto es sólo una crónica, y como tal, ficción, … imaginación.
Listo, llegó el último día para la declaración. Hace algunos años, siempre esperaba que a última hora el temible “León” nos diera algunos días más para intentar otras artimañas para disminuir el impuesto a pagar o para conseguir aumentar la restitución. Desde hace algunos años, el gobierno actual avisa que no habrá prorrogación. En los primeros años, como nunca creí en las afirmaciones del gobierno, dejaba todo para última hora, aun sabiendo que para mí la mejor alternativa es siempre la declaración en el modelo simplificado, que yo porfío en llamar simple.
Gracias a Dios, en seguida viene el día del trabajador, o del trabajo, como prefieren algunos, para entonces, finalmente, correr atrás del prejuicio de que un tercio del año se pasó sin que lo percibiéramos.
Mis amigos confirman que es justamente por vivir en Minas que me consideran un privilegiado. Pues en Bahia, y para los Baianos Bahia es Salvador, el año comienza después de las fiestas juninas. En los primeros días de junio pasan por el día 13, día de San Antonio, después, la semana del día 24, fiestas de San Juan, con derecho a fogata y hasta tarjetas de “Feliz San Juan”, para luego seguir con las fiestas de San Pedro y San Pablo, el día 29. Y ya que llegamos al medio de la semana, es mejor completar el mes y comenzar el día dos de julio, que por suerte es el feriado de la independencia de Bahia y, por lo tanto, sólo se comienza a trabajar el día tres de julio, si no aparece un carnaval fuera de época en la Capital o en alguna de esas ciudades de la región soteropolitana.
Pero ya que estamos aquí en nuestras Minas Gerais, después de enviar por internet nuestra declaración, podemos sacarnos los uniformes, lápiz y plumas, calculadoras de bolsillo y otros utensilios de la batalla profesional para dar los primeros pasos de este prometedor año 2011.
Para confirmar mis presagios fui llamado por dos jefes y un asesor que me encerraron en una sala exigiéndome aumentar mi patrón de productividad, cumplimiento de horarios, etc. Para completar me dijeron que “hasta aquí fuimos condescendientes con usted, pero de ahora en adelante, si usted no se cuida, podemos llevar su caso al superintendente”.
El próximo lunes, con seguridad, programaré mi despertador a las 5:50 y cuidaré de no vagar en internet hasta altas horas de la noche para concentrarme en el trabajo, nada de superintendente.
Ahora sí, deseo que usted tenga un 2011 lleno de alegría y prosperidad, pero advirtiendo, como buen consejero que siempre busco ser, a quien tenga paciencia de leer lo que escribo: esté atento, amigo, cuídese, despierte con el gallo, para evitar golpes en la cabeza. ¡Aquí no es Bahia, “nêgo”!