En 1981, cuando falleció su esposa Maria Tereza, con quien vivió durante 64 años y tuvo siete hijos, Alceu Amoroso Lima, el gran maestro Tristão Athayde, en lugar de tejer un rosario de penas, escribió una linda crónica donde esclareció que cuando la persona querida se va, después de su proficiente pasaje aquí en la Tierra, ese ente querido continúa presente en nuestra vida. Continúa porque la vibrante energía que llamamos “vida” fluye por todo el universo para siempre. La constancia de esa energía hace que las personas a quienes amamos permanezcan eternamente junto a nosotros. Este es un misterio más que presenciamos en nuestro transitorio pasaje por la Tierra. Las personas a quien amamos son seres humanos especiales, gente preciosa y querida, a quien contemplamos con toda nuestra ternura y lo hacemos solo por placer y por el bien que el hecho de amarlas nos proporciona.
Me recuerdo de nuestra amada Ester que partió el día 23 de Noviembre del 2009. En vida, su presencia pura y simple nos ayudó a enfrentar desafíos grandes y pequeños y nos dio fuerza y confianza para llevar adelante nuestros grandes proyectos y concluir tareas de todos los tamaños. Sí, hablo en plural porque Ester ayudaba a mucha gente. De ahora en adelante, todas las veces que asumamos una nueva tarea desafiante o una aventura osada, luego sentiremos el conforto de su presencia ofreciéndonos su apoyo inestimable.
Ester renacerá – tan viva como antes – en momentos significativos de nuestra existencia y, con gran añoranza, gozaremos de la alegría de tenerla de vuelta en nuestros corazones, espíritu y mente, para estimular grandes jornadas y apreciar nuestras realizaciones. Con cada recuerdo de sus ejemplos de vida y de nuestra agradable convivencia, Ester retorna tan pura como siempre la quisimos, trayendo la ternura que en ella imaginamos y la fe que en ella depositamos.
Reservaremos un tiempo, en nuestro santuario íntimo y en templos sagrados, para que juntos con aquellos que continúan su caminata en la tierra, podamos reverenciar la memoria de Ester, que se fue tan temprano. A las personas que amamos y a quien nos ama de verdad, orgullosamente, presentamos nuestra inteligente decisión de mantener con nosotros para siempre a esa Ester maravillosa, dejando su contribución en amor, otro tanto en conocimiento y con toda clase de buenos ejemplos reunidos en un aprendizaje que nos comprometemos a diseminar y juramos enaltecer aún más. Son momentos de contemplación entre almas en que profundizamos nuestros sentimientos, recordando solo las cosas buenas que hubo, reconociendo esa capacidad del amor recíproco que siempre trae el perdón tácito que mutuamente nos concedemos.
Es fundamental que creamos en una deidad suprema de nuestra creencia o religión, que permita esa magia y mantenga ese misterio: la resurrección de Ester y la perpetuación de su vida en toda su belleza, fuerza y lucha. Esa persona tan importante para nosotros durante la vida, por la fuerza del amor, ahora resurge integralmente, renovando en su entereza sus buenas enseñanzas. Reviven los grandes valores que se tornaron parte de nuestra vida, todos los sentimientos buenos cultivados en nuestros corazones y hasta su belleza física y alegría de siempre se rehacen ahora presentes. Ester se retira para darnos el placer y el derecho de la autonomía. Aprenderemos a vivir con nuestros recursos y caminar con nuestras piernas.
Su legado es la creencia de que nuestra misión más importante se resume en practicar el bien, diseminando el amor por todas partes, para que después de nuestra vida, también nosotros tengamos un período de descanso – como el sueño – en el cual nuestra esencia restaura sus energías y se prepara para un nuevo ciclo. Nosotros, seres efímeros, descubrimos con nuestra querida Ester que es ese amor que hace a la eternidad estar presente en el Universo, y que las vidas ungidas por los lazos del amor crean el eterno retorno.