En el año 1974 tuve la oportunidad de trabajar en la construcción de la represa
de Moxotó, en el Río São Francisco, que era parte del complejo hidroeléctrico
de Paulo Afonso, en el límite de los estados de Bahia, Pernambuco, y Alagoas,
en el nordeste brasileño. En el municipio de Paulo Afonso, que limita con la
famosa región del Raso da Catarina, pocas personas conocían el tema y aun
menos el lugar. Parte de la región desde hace poco tiempo fue reconocida
como Reserva Biológica y más tarde se tornó la Estación Ecológica del Raso
da Catarina.
Nuestro superintendente, Derenzi, ingeniero de profesión, era un filósofo de
vivencia y daba mucho valor a los aspectos ecológicos y a los conocimientos
geográficos más significativos. Principalmente si era alguna novedad. En una
de sus salidas a la ciudad, más allá de los muros del campamento de la Cia.
Hidroeléctrica del São Francisco, la CHESF, Derenzi conoció a Sebastião
Eleutério, dueño de un pequeño Hotel, quien le contó que tenía unos amigos
que vivían aislados en el Raso da Catarina.
Desde ese día, Derenzi me encargó investigar sobre el asunto. Conseguí
informaciones orales, la mayoría eran imaginaciones y leyendas, algunas
bien creativas. La mayoría narraba historias de las heroicas escaramuzas que
el Lampião, el mayor cangaceiro de Brasil, y sus hombres o “cabras”, en la
década de 1920 aplicaba a los “macacos”, como eran llamados los soldados
de la policía. Las “volantes”, destacamentos de combate móviles de las policías
de los estados circunvecinos, llegaban a los bordes de la temible Caatinga y
reculaban asustadas.
Daba gusto, por ejemplo, oír al chofer Antonio Carneiro, el Carneirinho, contar
de los tiempos en que perteneció al bando de Virgulino Ferreira da Silva, el
Lampião. Se podía percibir que todo era fruto de su mente deseosa de haber
sido un poco de aquello.
De lo poco que supe, le conté a mi jefe que allá no había agua y que había una
hierba parásita que podría abastecer hasta dos litros de agua fría al corajudo
que se atreviera a avanzar caatinga adentro. Todo el folclore alrededor
del Lampião era agregado al asunto. Decían incluso que el Lampião era
considerado un brujo por conseguir agua tan pura y fría en aquella inhóspita
región.
Derenzi no se calmó hasta el día en que el tal Sebastião Eleutério nos prometió
llevarnos hasta la casa de su amigo en la entrada de la fascinante región,
después de vencer aproximadamente cien kilómetros de camino de tierra
de la peor calidad, solemnemente desconocidos por las autoridades locales,
estatales y federales.
Nuestro superintendente parecía un niño al preparar el soñado viaje. Todo listo,
llamó a su mecánico de confianza, jefe del taller, el pecoso Mario Soro para ser
chofer y compañero. Nuestros informantes nos contaron sobre la existencia de
cerdos silvestres, y en especial de uno pequeño y valiente, el “tiririca”, capaz de
hacer correr a muchos buenos cazadores que por ahí se atrevieran a penetrar.
Eso excitó aún más la voluntad del pacato ingeniero. Como ya le gustaban las
armas, se convirtió en un osado cazador. Quería comer la carne de los jabalíes
y para colmo traería un “tiririca” bien gordito para que la “Cumadre”, como era
llamada su empleada, lo asara en casa.
El viaje parecía un juego de niños. Primero, las recomendaciones, los
cuidados. Después, las estrategias y tácticas para quedar al acecho de puercos
que llegaban a levantar polvo en medio del matorral, de tan alta la cantidad de
integrantes que componían las manadas. La conversa no paraba dentro de
la confortable Chevrolet Veraneio recién reformada hasta en la pintura, que
seguía siendo arañada por las ofensivas ramas de la vegetación del sertón baiano.
Las excentricidades comenzaron cuando llegamos a la casa de los amigos
de Sebastião y él llamó al dueño de casa y a uno de sus hijos para que nos
guiaran en la gran aventura. La primera sorpresa fue el “café” del desayuno:
era una bebida hecha de arroz tostado, por el color parecía más un chocolate
sin gusto. A cambio ofrecimos las restantes latas de cerveza y lo más
importante, el agua que se juntó por el derretimiento del hielo dentro de la
caja de plumavit, que se tornó un gran regalo. A nosotros sólo nos interesaba
empezar el día, que prometía ser el más asombroso de nuestra estadía en la
región.
Sólo había un caballo que me fue claramente destinado. Agradecí y fui
enfático al afirmar que guiaría al animal para alguna eventualidad, pero no
lo montaría. Y cumplí mi palabra. La recomendación mayor era para que
nos mantuviésemos juntos. La vegetación es una cosa impresionante: todo
totalmente idéntico. Por eso, las “volantes” no se arriesgaban a entrar en esa
caatinga inmensa y hostil.
Cuando salió el sol ya habíamos andado dos o tres kilómetros. De vez en
cuando nuestros guías nos mostraban las huellas de los cerdos, siendo
ciertamente las patas mayores de los caititus, que mi jefe porfiaba en llamar
jabalíes. El momento casi solemne, que reunió a todo el grupo, fue cuando
encontraron la yerba parásita que nos permitió llenar una vasija, incluida a
propósito dentro de nuestras cosas justamente para ese fin. Todo el mundo
quiso beber un poco para tener certeza que el agua realmente estaba fría.
Para eliminar los residuos de las raíces, el agua fue colada, … en la falda de la
camisa del morador local. ¡Es verdad!
El paso era muy suave y tranquilo, por lo que nunca parábamos para
descansar, y después de caminar bastante avistamos una casucha en medio
de la caatinga. Los habitantes eran conocidos de nuestros acompañantes,
aunque tenían poco contacto. Padre e hijo salieron de la humilde morada y
nos recibieron con sus saludos habituales y se mostraron alegres con nuestra
presencia. No teníamos nada para ofrecer y yo, que me había colocado
una camisa de manga larga sobre una camiseta, usé la disculpa del calor
para dejar “de regalo” una camisa de buena calidad. Insistieron en que
almorzáramos con ellos, pues en la víspera habían matado a un cerdo silvestre
y sería la oportunidad de saborear la carne tan imaginada.
De este almuerzo vale detallar un poco más. Sirvieron en un copo de metal
de hierro, un líquido rojizo que parecía un jugo de limón capeta. Mi jefe puso
le mejor boca para el jugo hasta saber que se trataba de agua de la represita,
una especie de represa que acumula el agua de las lluvias, parsimoniosamente
consumida durante el resto del año, el rojo era del barro. Y más, las jarritas
eran de fabricación casera, una sola para cada dupla de los presentes. A mí
me tocó tomar agua junto al hijo del primer anfitrión y también guía del viaje,
Derenzi, fue “honrado” a beber junto al dueño de la casucha, a quien él siempre
se refirió posteriormente como el “viejo sin dientes”, bromeando naturalmente
con el estado bucal del dueño del ranchito. Para completar la comida, eran
algunos pedazos de carne de cerdo silvestre, servidos en un plato con cuscuz y
leche de cabra. Y una vez más, el plato era para todos, y nos turnábamos en el
uso de las cucharas.
Cabe destacar la actuación de la Estación Ecológica del Raso da Catarina,
que está localizada entre los ríos São Francisco y Vaza-Barris, en la región
más seca del estado de Bahia, con una pluviosidad máxima de 600mm por
año. Administrada por el Instituto Brasilero de Medio Ambiente, IBAMA,
está a 60 km de Paulo Afonso, en un lugar de difícil acceso. Ocupa un área
de 105.282,00 hectáreas en una zona de clima semi-árido. La vegetación
es compuesta por caatinga arbustiva. Es una región llena de historias: fue
escenario de la Rebelión de Canudos y debido a la dificultad de acceso era el
escondite ideal de los cangaceiros.
El objetivo de esta estación es proteger el ecosistema y permitir el desarrollo
de investigaciones científicas de su flora y fauna. La fauna es diversa, es el
hogar de el guacamayo de Lear, considerada la especie más amenazada de
extinción del mundo, tórtola torcaza y mamíferos como la corzuela colorada y el
puma. La vegetación es la caatinga arbustiva, con abundancia de los espinosos
mandacarus, xiquexiques y diversos tipos de bromeliáceas.
Es administrada por el Instituto Chico Mendes de Conservación de la
Biodiversidad (ICMBio). El acceso está restringido a finalidades educacionales
y científicas, dependiendo de autorización previa. El nombre Catarina es una
homenaje a una antigua moradora y líder local. El nombre Raso deriva del
relieve en forma de tablero, que es recortado por barrancos y cañones. La
periferia en la planicie, sobre todo en las porciones sur y oeste, sufrió una
intensa erosión, facilitada por la naturaleza de los sedimentos arenosos.
Nunca más nos olvidamos de ese día fabuloso. Siempre que el asunto fuese
pertinente, allá estábamos, yo y Derenzi, los dos causando la envidia de
nuestros oyentes. Para mí era lo máximo contar esa sabrosa y divertida
aventura. Y presumo todavía delante de los jóvenes estudiantes de ecología
cuando relato esa historia, y siempre la condimento un poco para causar más
interés. Sin embargo, a ustedes que me conocen, ¡les garantizo que todo es
verdad!