La semana pasada llegué a un acuerdo de un nuevo valor para el arriendo del apartamento en el que soy inquilino hace trece años. Fue un aumento significativo. El valor es muy alto, pero aún así me considero feliz por poder continuar usufructuando del privilegio de vivir en una calle como pocas en el mundo.
Considero la calle donde vivo al trecho que va del edificio en que vivo hasta los dos extremos para alcanzar la Avenida do Contorno por la parte izquierda, así como la parte derecha.
El otro día, cuando venía del vip-mercado, que queda dos cuadras hacia arriba, una linda joven entabló una conversa conmigo y terminé por saber que ella vive en el edificio que está enfrente del que yo vivo. Gisele, nombre de la muchacha, una bella joven y una simpatía de persona. La joven me prometió traer bananas prata de su sitio, ya que yo reclamé que las del mercado son cosechadas verdes. Nos reencontramos en el cumpleaños de un joven vecino y ella confirmó la promesa. La semana siguiente, me mandó lechugas, mandarinas y limón rojo cosechado en sus tierras y garantizó que la próxima vez va a traer los plátanos.
En el edificio, todos los lunes, mi vecino del piso de abajo se ofrece para llevarme hasta el trabajo, cuando él va a comprar tomates para que su esposa prepare el delicioso tomate seco. En la casa del lado, el papá del joven Gabriel siempre que pasa y me ve salir por el portón viene hacia mí para intercambiar algunas palabras, por más rápidas que sean. Bajando por la calle, prácticamente en todas las direcciones recibo un saludo que se van consolidando en estos 13 o 14 años de residencia por aquí.
Ya conté en mis crónicas anteriores sobre los animales, aves, perros y gatos, de los árboles de frutas, de las flores raras y bellas y tantas cosas y situaciones que aquí existen.
En la última cosecha, la frondosa guayabera produjo una gran cantidad de frutos, más de lo normal, aunque las frutas fueron cosechadas antes de mis expectativas. En la próxima cosecha, espero que sobre algo para mí. Si no sobra no tiene importancia. Lo bueno es ver a los chicos que trepan en el árbol para la cosecha de los frutos.
La semana pasada, cuando volvía del trabajo, un maracuyá cayó raspando mi cara. Lo traje a casa e hice un jugo delicioso.
Las flores comienzan a adornar con su rareza. El “papo de peru”, o con su belleza, el “amor agarradinho”, y ahora un “sauce llorón”, que toma buena parte de la vereda de enfrente, de un edificio en la segunda cuadra.
Después del último censo, encuentro por aquí, en tránsito para su residencia, a la linda mujer que hizo la encuesta en mi casa, y ya firmé un noviazgo unilateral con ella, que se llama Terezinha. Algunas veces conversamos y, aparte del nombre, ya sé que trabaja en el Instituto Brasilero de Geografía y Estadística, IBGE, y que le gusta lo que hace.
La calle no tiene bares u otro comercio, pero tiene un garaje donde los vecinos se reúnen para juegos de cartas y en un corto período del año, también se juega dominó. El lugar está siempre con movimiento. Ese garaje tiene una buena y constante presencia de personas. Un pequeño televisor queda encendido la mayor parte del día y siempre hay alguien viendo televisión. Allí se mezcla gente de la calle y de la villa (ex favela) tranquilamente. La villa hoy tiene un pasaje que sirve de conexión con la parte de arriba del barrio y facilita el acceso incluso para quien desea ir a pié a los lugares más próximos o para el centro de la ciudad.
Al frente, varios muchachos, muchos venidos de fuera, se sientan en el zócalo o en la orilla de la vereda para enrollar papelillos de marihuana de la buena, “manga rosa”, o de la más barata, llena de diversas mezclas.
Lo que más tenemos en esta calle es liderazgo. Por lo menos tres líderes se van turnando en cada situación. Uno de ellos es Davi, padre de una niña y dos niños, y que en los últimos tiempos se mudó de la villa del final de la calle, pero mantiene sus intereses por aquí. El sábado, Davi estaba bañando a un bello perro que apareció por aquí, con apariencia feroz pero con una dulzura sin comparación y una rara belleza.
El último fin de semana él estuvo en mi lugar de trabajo, que queda aquí cerca, pidiendo apoyo para un evento en la calle, el próximo día 17 de agosto, con el innovador y muy apropiado título de “Día del vecino”.
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