La Laguna da Pampulha es la tarjeta postal primordial de las visitas de la capital mineira. Son 18 kilómetros de orilla de un bello lago cercado de pastos, árboles y arbustos y donde se localiza el gran patrimonio arquitectónico de la obra de Oscar Niemeyer, con destaque para la modernísima Iglesia de São Francisco. En ella se juntan los paneles de Portinari y los Jardines de Burle Max. Se olvida la contaminación por un momento.
Desde hace algunos años surgieron nuevos habitantes del ambiente tan elogiado por la gran belleza y por la tranquilidad que ofrece. Carpinchos que venían de otros lugares pasaron a reproducirse con tanta intensidad que terminaron como animales casi domésticos.
Amantes de la preservación de las especies, padres que vieron ahí la oportunidad de llevar a sus hijos a conocer los animales del medio rural, todas las personas, por lo menos una vez, querían visitar el espacio y ver los mansos animales.
Hace algunos meses el alcalde de Belo Horizonte alardeó que necesitaba acabar con aquellos animales. Muchos murmullos, críticas y una vez más las opiniones se dividen. La pregunta que no quiere callar: ¿qué está por detrás de esas posturas? ¿Hay algo por detrás? Los preservadores se erizaron y el asunto quedó en baño maría.
En las últimas semanas, los medios hicieron una gritería con la muerte de un joven de 21 años, fallecido supuestamente por la fiebre de las montañas rocosas, para sacudir la bandera del miedo. ¿Qué hay detrás de esa exageración? La alarma incluso pasó las fronteras de la capital y del estado y ya se transformó en fobia.
Según el filósofo Luc Ferry, “vivimos en la sociedad del miedo. A los tres grandes miedos – timidez, muerte y fobias – se agrega otro, típicamente occidental: el miedo que se desarrolló con la ecología política. Miedo del efecto invernadero, del agujero en la capa de ozono, del calentamiento global, de microbios, de la polución, del fin de los recursos naturales. Cada año, un nuevo miedo se adiciona a todos los otros: miedo de la carne roja, de la gripe aviar, del sida, del sexo, del tabaco, de la velocidad de los automóviles. Los grandes ecologistas y las películas que tratan el tema tienen como objetivo principal traer el miedo. En el libro “El principio de la responsabilidad”, del filósofo alemán Hans Jonas, hay un capítulo llamado Heurística del Miedo. En él, el miedo es descrito como una pasión positiva y útil. En toda la historia de la filosofía occidental, el miedo es el enemigo, es algo infantil, que hace mal. La ecología invierte esa tradición filosófica al sustentar que el miedo es el comienzo de una nueva sabiduría y que gracias al miedo los seres humanos van a tomar consciencia de los peligros que existen en el planeta. El miedo no es más visto como algo infantilizado, sino como el primer paso en el camino de la sabiduría. Es lo que los ecologistas llaman principio de la precaución. Eso no quiere decir que los ecologistas estén equivocados. Hay un componente de verdad en lo que dicen, pero también hay mucha paranoia.
Las avenidas alrededor de la Laguna da Pampulha, espacios públicos repletos de eventos sociales y deportivos, de un día para otro pasaron a representar un peligro.
En la visión del capataz de la hacienda, o del hacendado laico, se soluciona la plaga de garrapatas con un spray insecticida, “indicado para el tratamiento de bovinos, equinos, ovinos, caprinos, porcinos y aves contra parásitos externos e internos” En el medio urbano, se alcanza el status de una catástrofe inminente.
Los medios que necesitan sensacionalismo para obtener audiencia, llena su espacio y tiempo con esa amenaza. Y el pueblo enajenado repite la noticia en búsqueda de una solución estratosférica. Es hora de tener sentido común. La cuestión está colocada y toda cuestión colocada por la naturaleza encuentra lógicamente la solución.
Aparte de sentido común, es necesario moderación del debate y una búsqueda inteligente de una solución. Como decían los más viejos: “Ojalá que todo problema de Belo Horizonte sea ese”.
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