Disparada

Publicado por Sânia Campos 26 de febrero de 2010

“porque el ganado se marca,

arrea, ferra, engorda y mata,

pero con la gente es diferente.”

Téo y Geraldo Vandré

La vida es una oportunidad única de evolución y aprendizaje. Cada minuto, cada segundo que nos es dado de regalo merece ser vivido con intensidad y belleza. Repetía esto después de haber tenido de nuevo un encuentro con ella. ¿Quién es ella? La televisión, claro.

Nada fue planeado. Aconteció naturalmente. Por un lado, el hecho de dar clases en la noche y por otro, la TV mal instalada con una antena que se balancea, con imágenes y sonido que nunca estaban nítidos. Me acordé de la historia que cuentan del mineirinho que llamó al técnico para arreglar su televisor: “¡Ahora él paró de prosear también!”

Y fue así que la TV de a poco fue saliendo de mis hábitos y hace más de 3 años salió definitivamente. Cuando escucho comentarios de programas de televisión, siempre me quedo fuera de la conversación. ¿Será que esto hace falta, me desconecta o me deja mal informada? A veces me cuestiono.

Quedé más sensible y cuando voy a almorzar en algún restaurante donde la TV está encendida, me incomodan mucho, principalmente los gritos de las propagandas. ¿Quién y por qué se creó esta costumbre de encender la TV en la hora de las comidas?

Percibí que gané más tiempo, tiempo libre, donde no estoy sobre el comando de las noticias, de las novelas, de las mismas caras de siempre, programas de auditorio y de la masacre de comerciales induciéndonos a consumir y consumir… Es como si limpiase los archivos cargados en mi mente y liberase espacio para mirar con más atención y así ver más personas, las calles, ¡o la luna creciente que hoy está hermosa! También para escuchar buena música y hasta para silenciar la mente y meditar.

El otro día, en una visita familiar, acabé sentada en frente a un televisor de 42 pulgadas con audio de buena calidad. Por azar era domingo y ahí, a los gritos de los comerciales se sumaron los de Faustão. Agitación y una secuencia de diferentes atractivos para entretener y distraer a las personas. Distraerse fundamentalmente de sí mismo, de las relaciones y de la convivencia con los otros. Después, el programa “Fantástico” que resuena en nuestra memoria recordándonos la rutina del fin del domingo y que el lunes está llegando, el inicio del laburo… en una secuencia ilógica y tumultuosa, mezcla música con los últimos inventos y descubrimientos de la medicina, entrevista a “especialistas” y crea un clima de suspenso para que las “autoridades” de los más variados asuntos pronuncien sus certezas y juicios.

Percibí que como tomé una buena distancia de esta escena durante los últimos años, pude observarla ahora mucho mejor. ¿Qué se pretende, además de formar al consumidor de productos y servicios? ¿Anestesiar o desconectar a las personas del mundo y de ellas mismas?

Yo nunca fui de la idea de que la TV manipula y lava el cerebro del ciudadano. Siempre argumenté que las personas reevalúan los contenidos y los mensajes de los medios de comunicación, interactuando con sus experiencias y conocimientos previos. Pero hoy estoy confundida y pienso que es necesario cuestionar más el papel y el impacto de la TV en la vida de las personas. Hay una lógica en nuestro sistema económico que captura y mercantiliza el tiempo y las relaciones de las personas. En relación al llamado tiempo libre y de ocio, esto se agrava.

Todo se transforma en un “show” para ser visto y disuelto en los corazones y mentes en unos pocos segundos. La secuencia y la forma en que las imágenes y los hechos son tratados en la TV es tan instantánea y mecánica que no da tiempo de emocionarse, envolverse y mucho menos de pensar. Es consumir rápidamente.

Lo mismo observé en un viaje como turista en que fuimos a visitar un río donde fue vendida la idea de ver el atardecer dentro de un barco oyendo una presentación de un saxofonista del Bolero de Ravel.

Allá, cuando llegamos, había toda una estructura comercial formada, unas cinco mil personas. Pero tendríamos un paseo de una hora en barco. Para mi frustración, el barco solo circulaba, casi parado. Solo en el barco en que yo estaba, como buena economista, calculé una recaudación de 1500 reales. Y lo peor era que la puesta de sol era imposible de observar y sentir, a no ser que nos tapásemos los oídos y nos recogiésemos en un rincón. Aparte de la música que venía de varios puntos, canciones de consumo y de calidad discutible – esto en la tierra de Luiz Gonzaga, Vital Farias, Patativa do Assaré y de Chico César – contrataron a un señor que hasta era bien intencionado y tenía talento, pero ahí era explotado para distraer a los turistas contando chistes de suegras, malditas suegras. ¿Esto es ocio y turismo?

¿A qué empobrecimiento cultural esta industria quiere llevar a las personas?

Y el punto alto, la llegada de la presentación del saxofonista en el barco, que él hace diariamente (ya estaba llegando a la número 4.000) y que, según nos dijeron, le rendía mensualmente unos 10 mil reales, perdió un poco el brillo. Tenía un interés meramente mercantil y financiero tan evidente que dejaba para algunos más sensibles la idea de que éramos vistos solo como turistas para ser explotados y así generar el mayor lucro posible.

Estas experiencias traen muchas indagaciones. Y ahora puedo conectar todo esto con la Campaña Ecuménica de la Fraternidad que la Iglesia Católica lanzó en Brasil este año: “Economía y Vida”. Se abre un espacio para reflexión y debates. ¿Qué engranajes económicos son estos que nuestra sociedad creó y que muchas veces se presentan como amarras que sofocan otras posibilidades de que fluya la vida, las relaciones, los aprendizajes, los encuentros y la alegría?

Todo eso me remonta a la canción “Disparada” de Geraldo Vandré, que marcó mi adolescencia:

“porque el ganado se marca,

arrea, ferra, engorda y mata,

pero con la gente es diferente.”

Y al inicio de un filme de Charlie Chaplin, “Tiempos Modernos”:

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