Un día de mucho calor, fin del mes de noviembre, todos parecen más inquietos, irritados y con prisa. ¡Tanta prisa! Yo tomo el bus que va de Belo Horizonte a Betim, también cansada del calor y de la rutina, horario apretado y tener que cumplir tantas tareas. El cielo está cargado de nubes grises y contaminación, la ciudad asfaltada, la temperatura elevada, el sofoco, el tránsito tenso. Es en esta ola que surfeo, pero con una gran suerte: conseguí un lugar para sentarme y no necesito viajar en pie como otros pasajeros, compañeros de este viaje. La parte de adelante del bus, con bancos legalmente reservados para la tercera edad, que son exentos de tarifa y no necesitan atravesar el torniquete, está llena. Pero hay varios jóvenes sentados ahí, algunos duermen, o fingen, y varios adultos mayores de pie. Gentileza urbana…
Después, un señor de edad avanzada decide desahogarse: ¡ley y derechos! Soy analfabeto, pero tengo más educación que muchas personas que estudiaron, poderosos y ricos. ¿Será que no conocen los derechos del adulto mayor? Cuestiona. Le exige una actitud al cajero que se declara impotente para hacer valer la ley que define que hay lugares con prioridad para la tercera edad y deficientes. En seguida este señor comienza hablar sobre su cansancio con la sociedad y con las relaciones entre las personas. Sensibiliza a muchos, un joven se ofrece para pagarle el pasaje y le propone irse a la parte trasera del bus, donde él le cedería su lugar para que se sentara. Él no concuerda. Continúa su discurso, expone su indignación. Pero los que están sentados en los asientos reservados continúan indiferentes, y no se conmueven. El señor termina el viaje en pie. Yo observo, escucho y también me quedo sintiendo impotente ante esta escena. Recuerdo con añoranza a mi abuelo, a los 85 años, cuando me contó emocionado un hecho que le pasó cuando usaba el transporte colectivo, cuando iba al centro de la ciudad a hacer compras, pagar cuentas y resolver cosas en el banco. Era muy educado, elegante y de una delicadeza y trato raros. En uno de esos viajes él iba en pie cuando el bus frenó bruscamente haciéndolo perder el equilibrio y caer. Pero lo que él me contó emocionado y atorado de una forma que jamás olvidé, fue que nadie se ofreció para ayudarlo a levantarse, y peor aún, lo que le dolió fue que cuando se levantó, vio que varias personas se tapaban el rostro y se reían de su caída. Él me dijo: “Bueno… ¡este mundo ya no es más para mí!”
¿Selva de piedra?
Los días van pasando y nosotros vamos cumpliendo nuestros papeles y funciones. En un corre-corre, muchas veces vamos andando automáticamente. Pero aunque el cuerpo actúe mecánicamente, el pensamiento vuela y nosotros sentimos, preguntamos, indagamos el sentido, como en una canción de mi adolescencia, “¿Pues, entonces, para qué?”
El otro día viví una situación que sentí como si fuese la gota de agua “Deja en paz mi corazón que él es un pote hasta aquí de…”. Pensé: “¡Para el mundo que me quiero bajar!”
Yo me preparaba para salir, como siempre corriendo, cuando recibo una llamada. Se inicia la conversa: “Buenos días, ¿todo bien? Estoy llamando de “su” Banco, esta conversación está siendo grabada. Confirma algunos datos, ¿me puede escuchar?” siempre contengo mis impulsos primarios cuando recibo ese tipo de llamadas de telemarketing, atendiendo al pedido de un amigo que tuvo que trabajar un tiempo en esa área para pagar estudios y gastos y me sensibilizó con sus relatos sobre esa difícil experiencia y de mi hermano, quien estudió las enfermedades y estrés de estos trabajadores. Entonces intento ser bien educada. Luego, le respondí: pero tiene que ser rápido porque estoy saliendo a mi trabajo. Él, gentilmente respondió: “Bueno, es que tenemos algo para ofrecerle”. – Y yo seguía escuchando, pero también imaginando, ¿qué es lo que un banco tendría para ofrecerme? En seguida él, no sé por qué, tartamudeó un poco al hacer la próxima pregunta: ¿Usted tiene algún sueño? Yo confieso que me sorprendí con la pregunta, pero antes que pudiera responderla, él listó mis posibles sueños: comprar un coche, reformar su casa, comprar nuevos muebles, tener un dinero extra para las fiestas y compras de navidad… y sin pausa continuó: usted, como cliente, podrá realizar su sueño porque estamos ofreciéndole un préstamo con tasas de interés más bajas que las del mercado…
Ahí yo lo interrumpí: “Mire, yo no sueño con endeudarme. Y si tuviera tiempo podríamos hablar de sueños. Pero no tenemos tiempo. Gracias, chao”. Colgué.
Sentí una falta de paciencia inmensa. Encontré que eso fue una violencia, una falta de respeto: Cómo “al despertar”, iniciar un nuevo día, podemos ser invadidos de esa manera dentro de nuestra propia casa. Todo bien, que ya nos acostumbramos con outdoors, propagandas hasta en las puertas de los baños públicos, y una polución visual cotidiana con mensajes que nos dicen que para aliviar nuestros cansancio debemos ir de compras, consumir los bienes, las cosas que están a nuestra disposición para aumentar “nuestra felicidad”. ¡Qué cansancio de todo esto! Parece que estamos presos en un laberinto y no hay puertas y ventanas para salir de esta “rueda viva” que nos cercena. ¡Y así fui masticando los pensamientos ese día!
Y en la secuencia de este montón de hechos aparentemente aislados, por fin… ¿una luz al final del túnel?… Pasados dos días vi, por sugerencia de amigos de las redes sociales la película “Yo mayor”, que trae una reflexión contemporánea sobre autoconocimiento y búsqueda de felicidad, por medio de entrevista con líderes espirituales, intelectuales, artistas, deportistas, etc. Y después en la secuencia, la película “Las leyes del Sol”, que cuenta la historia de los pueblos de la Tierra y de los Seres Espirituales.
Entonces me calmé y me conecté con la relatividad de todo y la importancia de nuevos paradigmas y visiones para la transmutación y mudanzas en el mundo, que comienzan dentro de cada uno de nosotros. Es como un “hilo dorado que une el pasado, presente y futuro”… “Escuchen todos: anhelen la infinita evolución. ¡Vuélvanse infinitamente bellos y buenos!”.
Y mi esperanza aumentó al acompañar la IV Conferencia Nacional Infanto-Juvenil de Medio Ambiente en Luziânia, próximo a Brasília, que tuvo como marco simbólico la carta musical construida por los niños y jóvenes allí presentes, que comparto:
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