Vamos a hablar de la miel. De las cosas buenas. De más encuentros y menos despedidas. Más locuras y menos golpes. Más afecto y menos traición de personas cercanas, puesto que las que están lejos, el espacio físico establecido se encarga de protegernos de ellas.
Vamos a hablar de la miel de las palabras bonitas y beneficiosas. Y olvidar la amargura de aquellas que envenenan y coagulan nuestra sangre.
Vamos a tejer alegrías y a despedazar las penas. ¡La hora es ahora! Penas pasadas no mueven molinos.
Necesitamos dejar en el colador de la vida las amarguras y tristezas que a veces nos hacen sentir como si hubiésemos clavado a Jesucristo en la cruz.
Ese calvario no es nuestro. Esa cuenta ya fue quitada hace más de dos mil años.
¿Para qué permitir que los errores y heridas del pasado nos aterren, nos tiren a esa poza de barro que nos hacen parecer islas flotantes, siempre en la inminencia de un paso en falso?
¿Para qué vivir con un pie en el presente y otro en el ayer?
Es sabido que el pasado es una ropa que no nos sirve más. Para qué insistir en vestirlo, si las trazas del tiempo desgastaron el vestido y las costuras del terno no resistieron el pasar de los años.
¿Para qué masticar reminiscencias que causan tristeza?
Aprendamos con los errores.
Reconozcamos la proximidad de ellos, todas las veces que la vida los coloca como un obstáculo travestido de tentación en nuestra frente.
Necesitamos desviarnos de ellos, apenas los miramos a los ojos, ignorarlos, simplificando el oficio de vivir.
Cortar lazos nocivos y recomenzar de cero si es necesario.
Cada mañana es una invitación a recomenzar. Cada salida del solo trae consigo la posibilidad de reescribir la historia a partir de una página en blanco.
El pasado nos persigue, yo sé. Estemos atentos. Enderecémonos. Acertemos nuestros pasos. Desviarnos de lo que quedó atrás se hace necesario.
Ese fantasma que insiste en volver en los sueños, cuando dormimos, transformando nuestras noches en pesadillas. Aprendamos a asustarlo.
Expulsemos ese verdugo lejos de nosotros.
Reinventemos las noches si es necesario. ¿Qué sería de la raza humana sin su capacidad de soñar el bien? ¡Soñemos!
Soñemos días sin tempestad, de cielo claro y sol brillante.
Días que comienzan con el pasto con rocío y terminan con una luna llena.
Días de helado de limón para aliviar el calor, de algazara de niños jugando en el recreo de la escuela y de volantín colorido dibujando el viento en el aire.
Días de música linda tocando en la radio y de buenas noticias. De abrazos sinceros y del calor de las verdaderas amistades. Día de visita de hermano. Día de regazo de madre.
Días de cine, de palomitas de maíz, de schop con los amigos y conversa leve en el bar.
Día de soñar despierto con un mañana mejor que hoy. Ese hoy, que ya fue muy bueno.
Vamos a hablar de futuro.
De patios contentos. De flores de naranjo y serenata entre amigos.
Tiempo de cuadros de Marina Jardim en las paredes de la sala, de bibliotecas acogedoras, camas confortables, sábanas perfumadas, suaves y almohadas de plumas de ganso.
Tiempo de patio con pomar, huerta y canteros en flor. Tiempo de azucenas, margaritas y girasoles. Soñemos…
Soñemos poemas y canciones. Soñemos el compañerismo y la amistad. Soñemos mangos florecidos. Soñemos…
Soñemos la complicidad de las cosas buenas, la carcajada suelta, la caricia gratuita y la mirada sincera. Soñemos…
Soñemos ese viaje reparador a Machu Pichu, a Paris, a Buenos Aires, al Komala o donde quiera que sea.
Tengamos el coraje para hacer las maletas y embarquémonos en el próximo barco.
Dejemos que el viento nos acaricie el rostro y perdámonos en el azul del mar.
Es muy probable que en ese perder resida el encontrarse.
Vamos a hablar de la miel.
Necesitamos bañarnos de ella.