Sacerdocio y Política – Parte 2 – Un Poco de Historia

Publicado por Padre Joao Delco Mesquita Penna 1 de agosto de 2012

 

Veamos también, querido lector, que en su actual coyuntura, la Iglesia Católica  presenta serias restricciones para la presencia de padres en la política, pero no siempre fue así. Y para ejemplificarlo vamos a recurrir a la historia. En 1817, en una revolución que aconteció en Pernambuco, sus líderes buscaban inspiración en las constituciones francesas de 1791, 1793 y 1795. Los hijos de señores de ingenio que viajaban al exterior para completar sus estudios en Portugal o Francia, volvían llenos de ideas nuevas y se tornaban sus propagandistas. El seminario de Olinda era un reducto importante de los estudios de esas ideas de la ilustración, volviéndose su difusor. Fue una de las mejores escuelas secundarias de Brasil. En ella los jóvenes eran formados según un nuevo modelo, inspirado en la observación de la naturaleza y en la valorización del espíritu práctico, alejándose de las especulaciones de la enseñanza jesuita.

Ese era el modelo de sacerdote que se pretendía formar en el seminario, educando siempre a jóvenes atentos a los elementos de la naturaleza, pero también contribuía para formar en el plano político a republicanos deseosos de librarse de las garras de Portugal. Los líderes lucharon activamente por aquello que llamaban “Derechos Naturales” de los ciudadanos, garantizando al individuo el derecho a la libertad de pensamiento y de expresión. En este contexto es que se destaca el trabajo de los padres João Ribeiro, Miguel Joaquim d’Almeida Castro (Padre Miguelinho), Joaquim do Amor Divino Caneca (Frei Caneca), João Ribeiro Pessoa de Mello Montenegro y José Inácio de Abreu e Lima (Padre Roma), que tuvieron gran influencia dentro de la Revolución Pernambucana. Alagoas también conoció figuras imponentes de su clero como el Monseñor Capitulino, Monseñor Cícero Vasconcelos, de Viçosa y el Padre Medeiros Neto.

En Minas Gerais, entre tantas figuras del clero en el escenario político, permítame citar y tomar como ejemplo, parte de la historia del Padre José Bento, vicario de la freguesia de Pouso Alegre desde 1810, que se transformó en el líder político más importante del sur del estado, hasta su muerte en 1844. En 1834 fue elegido para el cargo de senador del Imperio, después de varios mandatos de Diputado Provincial y General. Por la ocasión de la Independencia de Brasil, en el momento en que las provincias definían a sus gobernantes y a sus autoridades, fue electo para ocupar un lugar en el Consejo General de la Provincia de Minas Gerais. De ahí en adelante, el político va a suplantar al sacerdote, y sus actividades políticas acompañarán el desarrollo de los hechos que se procesan en el centro dinámico del país. Él no es el único, pero es un gran ejemplo que expresa la figura del padre que ve en la política la forma de prestar un servicio al bien común, en los inicios de la nacionalidad brasileña.

Así, casi todos los estados brasileños tienen como figuras relevantes en su historia a celebridades del clero como el Padre Cícero do Juazeiro, Ceará, Padre Ibiapina en toda la región Nordeste, Padre Lage en Belo Horizonte, Padre Hugo Paiva en Rio de Janeiro, y hasta un obispo salesiano, Don Aquino Correia, que llegó a ser gobernador del estado de Mato Grosso. Por estas y otras razones no podemos negar la participación de muchos padres en movimientos políticos que contribuyeron históricamente con la emancipación social y la democratización de Brasil.

En el tiempo de la Acción Católica, que alcanzó su ápice en la década de los sesenta, había un trabajo fundamentado en el compromiso cristiano con la realidad, hasta confrontar a la dictadura militar brasileña. En este contexto, no podemos olvidar dentro de nuestro proceso histórico la contribución del Papa Pablo VI en la formación y actuación política de Italia. El compromiso cristiano y profético de la iglesia en Brasil y en Latinoamérica después del Concilio Vaticano II, estimuló a mucha gente a asumir una responsabilidad política, muchas veces arriesgándose seriamente a la persecución. Además, en este sentido podemos afirmar categóricamente que importantes propuestas políticas nacieron de las líneas pastorales de una iglesia comprometida con la liberación de su pueblo sufrido y marginado en toda Latinoamérica.

Pero realmente fue a partir de la inspiración del Concilio Vaticano II, del compromiso de las Comunidades Eclesiásticas de Base, de la Opción por los Pobres y de la Teología de la Liberación, que muchos padres abrazaron la evangelización con inserción en el mundo de la Política. Muchos sacerdotes fueron perseguidos por denunciar tantas injusticias cometidas por agentes políticos. Muchas de estas voces fueron torturadas y calladas con balas, ¡fueron martirizados! Sólo para citar algunos, ¿quién no se acuerda de Frei Tito Alencar, Padre Ezequiel Ramin, Padre Gabriel, Padre João Bosco Burnier, Padre Josimo y hasta el Arzobispo de El Salvador, don Oscar Romero?

En este mismo contexto reflexivo, no podríamos concluir esta materia sin pensar sobre el caso del presidente de Paraguay, el obispo Fernando Lugo. Muy recientemente el mundo vio la conducción de Fernando Lugo a la presidencia de Paraguay, electo por fuerzas populares. Lugo abandonó el ministerio episcopal y aceptó ser candidato, siendo electo con un torbellino avasallador de votos. Pero también el 22  de junio del presente año, vimos sorprendidos sin saber muy bien las razones, al congreso paraguayo destituir a Lugo, sin siquiera asegurarle el derecho de defensa. Es el llamado “golpe constitucional”. Según la publicación del escritor y teólogo Frei Beto en la agencia de noticias Adital, estas medidas vienen siendo adoptadas por Estados Unidos en Honduras y ahora también en Paraguay.

A la Casa Blanca le preocupa el progresivo número de países latinoamericanos gobernados por líderes identificados con las ansias populares e incómodas para los intereses de las oligarquías. Fernando Lugo fue el segundo sacerdote católico electo presidente de un país en el continente americano. El primero fue Jean-Bertrand Aristide, que gobernó Haití en 1991, de 1994 a 1996 y del 2000 al 2004. Los dos decepcionaron a sus bases de apoyo. Según el comentario de Frei Beto en Adital, no supieron llevar a la práctica el discurso de la “opción por los pobres”. Recelosos delante de las élites, a quienes hicieron importantes concesiones, no confiaron en las organizaciones populares.

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