El nombre deriva del griego sebastós, que significa divino, venerable, bienaventurado, supremo. Originario de Narbonne, sur de Francia (256 – 286 D.C.) y ciudadano de Milán, fue un mártir y santo cristiano, perseguido y muerto en la época del emperador romano Diocleciano. De acuerdo con Actos Apócrifos, atribuidos a San Ambrosio de Milán, Sebastián era un soldado que se habría alistado en el ejército romano alrededor del 283 D.C. con la única intención de afirmar la fe de los cristianos, debilitados ante las torturas. Su liderazgo era admirado por los emperadores Maximiliano y Diocleciano, este último casado con una cristiana, y por eso fue designado capitán de la guardia personal – la Guardia Pretoriana. Cerca del 286, por recusarse a practicar atrocidades contra prisioneros cristianos, fue juzgado como traidor y fue ordenada su ejecución por medio de flechas, que se tornaron símbolo constante de su iconografía. Fue dado como muerto y lanzado a un río, sin embargo, Sebastián no había fallecido. Encontrado y socorrido por Irene (Santa Irene), luego fue llevado nuevamente ante Diocleciano, que ordenó entonces que fuese golpeado hasta la muerte. Como su resistencia fue muy grande, acabó siendo asesinado traspasado por una lanza. San Sebastián, adoptado como patrono por los militares y hacendados, es homenajeado el día 20 de enero por todo el mundo católico. Es también patrono de la ciudad de Rio de Janeiro que inicialmente se llamaba São Sebastião de Rio de Janeiro. En Itacambira, Alto Jequitinhonha, Minas Gerais, la historia de Sebastián, soldado y mártir, fue recordada el pasado 16 y 17 de enero. El día sábado 16, grupos de folías visitaban las casas de la ciudad y de los poblados, y por la noche tiendas con muchos fuegos artificiales. El domingo el padre Honório participó de la concentración de los caballeros en una hacienda próxima, de donde saldrían en cortejo en dirección de la iglesia matriz de Santo Antonio, construida hace más de 300 años. La procesión subió hasta la parte alta de la ciudad, y enseguida se dirigió a la parte baja para recibir al cortejo de caballeros teniendo al frente al Padre Honório y al joven Gilberto, cumpleañero del día, convidado a conducir el estandarte. La misa, al son de la folía de reyes con el ritmo africano, mostraba la capacidad de la cultura brasileña de fundir todos sus elementos estéticos de forma armoniosa. Como la celebración se dio al aire libre para que también pudiese ser vista por los hombres montados, el padre convidó a que todos los caballeros permanecieran con su sombrero para enfrentar el sol fuerte de un enero abrasador. Pero, en medio de las conversas de todas las edades, lo que más impresionaba, y no podría pasar desapercibido a un oído atento, era la pronunciación de un portugués increíblemente simple, correcto y puro, exento de cualquier acento regional.