Harold Bloom, ex-profesor de la Universidad de Yale, ensayista y crítico literario de renombre, escribió el Canon Occidental. Hace tiempo que llegó a Brasil y ya debe haber sido diseccionado por los iluminados de la literatura. Este comentario es simple y pretende alcanzar al lector común que no tuvo acceso a la obra, con informaciones ligeras y superficiales.
El autor, lector voraz, parece haber comenzado a leer en el vientre materno por la riqueza bibliográfica revelada. Leyó y estudió prácticamente todos los grandes autores de occidente e incluso de oriente. Con ese bagaje cultural, escribió una obra polémica, osada, pero de un alto nivel de erudición.
Canon es la palabra clave. El propio autor afirma el origen religioso del término. Según Houaiss, canon: norma o regla interpretada por un consejo de la Iglesia; lista de libros considerados de inspiración divina; la parte más solemne e invariable de la misa; una de las reglas o principios sobre lo cual se basa algo, manera de actuar; patrón. El Canon de Harold Bloom también es normativo, selectivo, lleno de exigencias estéticas en el depuramiento de los escritores para pertenecer al Canon. Da la impresión de que quien lo alcanza queda en un lugar sacralizado. La lista canónica que viene como apéndice tiene un lado elitista y arbitrario, basado en valores abstractos, imposibles de sufrir una cuantificación.
La base de la formación del Canon es la selección de los escritores, los mejores, según los criterios de Harold Bloom. No son pocos: sublime naturaleza representativa. Gran valor estético, fuerza espiritual, poder de influenciar otras generaciones, inmortalidad de la obra que sobrevive a la muerte del autor, sobrevivencia de siglos. Estilo que contagia otras artes, originalidad y rareza. Aquello que se lee y se considera bueno para releerse recibe el sello de la canonicidad. H.B. dice: “La gente sólo entra en el Canon por la fuerza poética que se constituye básicamente de una amalgama: dominio del lenguaje figurativo, originalidad, poder cognitivo, conocimiento y dicción exuberante”.
Con estos requisitos en la mano escogió a los canónicos, veintiséis escritores, entre romancistas, poetas, filósofos, ensayistas, dramaturgos y científicos. Ellos son: Shakespeare, Dante, Samuel Johnson, Goethe, Wordsworth, Cervantes, Chaucer, Joyce Montaigne, Molière, Milton, Jane Austen, Walt Withman, Emily Dickinson, Charles Dickens, Eliot, Tolstoi, Ibsen, Freud, Proust, Virginia Woolf, Kafka, Neruda, Borges, Pessoa y Beckett.
Se interroga por la omisión de tantos que también merecen la canonicidad. “Pero dónde están Petrarca, Rabelais, Ariosto, Racine, Rosseau, Blake (…)” y centenas de otros. Harold Bloom se justifica diciendo: “Es posible escribir un libro sobre veintiséis escritores, pero no sobre cuatrocientos”.
Los ensayos sobre los veintiséis escogidos son grandiosos, donde el autor exhibe su competencia excepcional y vasta cultura literaria. Marcó el tiempo en que vivieron, inspirado en el ciclo de Gianbattista Vico, o sea, la era Teocrática, Aristocrática, Democrática y la del retorno a la segunda fase Teocrática. H.B. substituyó esta última por la era del Caos, que corresponde al siglo XX.
La lista canónica elaborada como un apéndice en el fin del libro, abarca todos los escritores considerados canónicos. Los encajó en las referidas eras de Vico.
En la era Teocrática están los grandes nombres de la Antigüedad Clásica: los griegos antiguos, los helenistas griegos, los romanos; Homero, Hesíodo, Virgilio, Cicerón y muchos otros de esa fase.
La era Aristocrática es larga, alcanza quinientos años, va de Dante a Goethe. Incluye gente ilustre, algunos ya bien conocidos: Luís de Camões, Miguel de Cervantes, Petrarca, Maquiavelo, Giordano Bruno y cientos de ellos.
La era Democrática se sitúa en el siglo XIX. Inglaterra surge con el mayor número de canónicos: William Blake, Lord Byron, Thomas Carlyle, Lewis Carrol, Oscar Wilde, y otros tantos más si pudiese citarlos a todos.
Sobre la era del Caos, H.B. hace una profecía pesimista: “no estoy tan seguro de esta lista como de las otras tres primeras. Puede ser que ni todas las obras aquí relacionadas se revelen canónicas, para muchos de ellos la sobrepoblación literaria es un riesgo. Pero no hice inclusiones ni exclusiones basadas en algún tipo de política cultural”. Entonces tenemos mezcladas en la liste de la era del Caos muchas obras pasibles de no ser canónicas, sólo el tiempo lo dirá. Luigi Pirandello, Miguel de Unamuno, Fernando Pessoa, Paul Valèry, Carlos Drummond de Andrade están garantizados por la inmortalidad de las obras. Carlos Drummond de Andrade es el único brasileño en la lista de Harold Bloom, mientras que los de Hispanoamérica están bien citados. ¿Desprecio, indeferencia, desconocimiento de la literatura brasileña? Maestro universitario, doctor de la literatura que ya leyó hasta Gilgamesh y el Corán, e incluye en su lista Salman Rushdie, ¿nunca escuchó hablar de Machado de Assis? Registro aquí la protesta contra esta omisión imperdonable.
“La principal función pragmática del Canon es recordar y ordenar la lectura de una vida”, dijo H.B. La lista de autores es un catálogo de sugerencias de lectura. El fundamento de esta selectividad mundial es la elección. ¿Qué voy a leer? Es el dilema canónico. H.B. – a pesar de ser pesimista respecto al perfil del lector de la era del Caos, de la tecnología amenazando el libro, de la fragmentación de la literatura -, como maestro y crítico, da alguna dirección a los lectores resistentes y fieles. Alerta acerca del tiempo que disponemos y a la calidad de lo que se elige para leer:
“Quien lee tiene que escoger, pues no hay tiempo suficiente para leer todo, aunque no haga nada más en la vida aparte de eso. Somos mortales y, también medios retrasados, sólo tenemos un determinado tiempo, ese tiempo debe tener un fin, mientras hay más tiempo para leer de lo que jamás hubo antes”.