En respuesta al lector Sílvio Miranda, que hizo un comentario sobre otro artículo y dejó esta pregunta:
“Aprovecho para decir que tengo una inmensa curiosidad, pero también una gran dificultad en relación a Fernando Pessoa. Me quedé curiosísimo en relación a la historia de los “heterónimos” en su otro artículo. Parece que el autor usaba varios pseudónimos y después esos pseudónimos fueron creando personalidad, vida y obra propias. ¿La autora conoce casos semejantes en la literatura o se trata de una especificidad de Pessoa? Me gustaría mucho ser orientado sobre la obra de este gran poeta de la lengua portuguesa”.
Cuando Fernando Pessoa murió en 1935, dejó publicado solo el libro Mensagem, de 1934, clasificado en la Literatura Portuguesa como nostálgico-nacionalista. El período en que lo escribió coincide con la fase conflictiva de los primeros años de la República Portuguesa. Mensagem son varios poemas divididos en tres partes: Brasão, Mar Portugués y O Encoberto. Estos versos cuidan de la vuelta al pasado, de la revisión de la formación de Portugal, la identificación con el mar, las grandes navegaciones, D. Sebastião, el sueño con el Quinto Imperio.
Pessoa vivió prácticamente ignorado por el gran público. Ignorancia que perduró por mucho tiempo y no podía ser diferente. Por la naturaleza de sus creaciones que se escapan del entendimiento inmediato del lector común. Súmele a esto lo inédito de la herencia literaria, voluminosa y diversificada. A partir de 1940, es decir, cinco años después de su muerte, se amplía la divulgación de la vastísima obra de Fernando Pessoa. Finalmente, el poeta llegó a las manos de los más simples y menos ilustres lectores. Entre los inéditos están las trescientas y veinticinco Cuartetas al Gusto Popular. “Quien hace cuartetas portuguesas comparte el alma del pueblo (…) dice en la introducción a las trovas. Esta es una de las facetas de Pessoa, uno y múltiple. Cuántos hoy repiten fragmentos de versos que se tornaron populares: “navegar es necesario / vivir no lo es”, necesito de verdad / y aspirina”, “Oh mar salado cuanto de tu sal / son lágrimas de Portugal”, “¿Valió la pena? Todo vale la pena / si el alma no es pequeña”, “Morir es solo no ser visto.”.
Su poesía envuelve todo un conjunto de concepciones y sentimientos polémicos: la vida y la muerte, el espacio y el tiempo, lo finito y lo infinito, Dios, el alma, el amor, en fin, el ser. Increíble su extrañeza de existir. Poeta de altos vuelos, a veces, hace poesía como ejercicio de razocinio. Su poesía es inagotable. Comparable a Pessoa, solo Camões.
“Me multipliqué: para sentirme/ para sentirme, necesito sentir todo/ me transbordé, no hice sino derramarme.” Esta confesión puede explicar el origen de los heterónimos. Pero hay otros motivos. Como por ejemplo el fenómeno mediúnico. De hecho, él tenía un lado esotérico. Coqueteaba con el ocultismo. Fue Rosa Cruz. Hizo horóscopos. Anduvo por estos caminos. Puede alegarse también el exceso de inspiración y talento. O la amargura de vivir en soledad. Resta recordar el lado femenino, la imagen materna (generadora) es la única imagen positiva. El deseo de transbordar la amargura y las tristezas íntimas, sin ser repetitivo. Nadie mejor que él mismo para explicar el origen de los heterónimos. He aquí lo que él dice en una carta al escritor Adolfo Casais Monteiro:
“(…) sea como sea el origen mental de mis heterónimos, está en mi tendencia orgánica y constante hacia la despersonalización y para la simulación. (…) Desde niño tuve la tendencia para crear a mi alrededor un mundo ficticio, de cercarme de amigos y conocidos que nunca existieron. (…) Recuerdo, así, lo que me parece haber sido mi primer heterónimo, o antes, mi primer conocido inexistente – un cierto Chevalier de Pas de mis seis años (…). Abrí con un título – “El Cuidador de Rebaños”. Y lo que siguió fue el aparecimiento de alguien en mí, a quien di desde entonces el nombre de Alberto Caeiro. (…) Ricardo Reis latente, le descubrí el nombre y lo ajusté a sí mismo porque a esa altura ya lo veía. (…) Y de repente, en derivación opuesta a la de Ricardo Reis, surgió impetuosamente un nuevo individuo. En un acto, y la máquina de escribir, sin interrupción ni enmienda, surgió la “Oda Triunfal” de Álvaro Campos (…).”
Ahí tenemos tres heterónimos: Alberto Caeiro, Ricardo Reis y Álvaro de Campos. Caeiro es y no es cuidador de rebaños. Vive en contacto con la naturaleza, confundiéndose con ella. Su visión de mundo es realista, objetiva, clara. Sin metafísica, pero real, sensible. En “O Guardador de Rebanhos” (El Cuidador de Rebaños) se encuentra su lado pagano.
Ricardo Reis se destaca en las bellas odas como aquella en que llama a Lídia: “venga a sentarse conmigo, Lídia, a la orilla del río / sosegadamente observemos su curso y aprendemos / que la vida pasa y no estamos de manos enlazadas / (enlacemos las manos)”. Vida que fluye como las aguas de un río. El Carpe Diem del poeta horaciano. Gozar el momento, ya que la vida es breve. Estudioso de los clásicos, era más culto que Caeiro.
Álvaro de Campos era ingeniero naval, futurista, compuso poemas de aliento alabando el progreso de la tecnología, de las máquinas, de las fábricas, de la energía eléctrica, de la industria y de todos los aspectos de la modernidad. Pero no usufructuaba de estos progresos. Era desempleado, así confidenció su creador. Autor de la Oda Triunfal, obra prima del futurismo.
Quien estudie El Cuidador de Rebaños de Caeiro, las odas de Ricardo Reis y Oda Triunfal de Álvaro de Campos, va a percibir la diferencia que hay entre ellos.
Jorge de Sena dijo, refiriéndose a Pessoa: “Es un indisciplinador de almas.” Siempre interrogativo, alimenta la duda, la inquietud, la irrealidad, instigando el pensamiento, la emoción, repleto de sufrimiento. En una visión trágica y nihilismo, o sea, descreyente de la vida.