Llovió añoranza dentro de mí

Publicado por Edmeia Faria 19 de abril de 2013

Es de mañana. Me acabo de levantar. Abro la ventana. Respiro profundo. Contemplo la Sierra do Curral. O lo que sobró de la Sierra. Le hablo a mis amores distantes, para que la brisa lleve hasta ellos mi mensaje de paz y esperanza.

“Neblina en la sierra, lluvia en la tierra”. ¡Qué bueno! La lluvia viene a lavar la ciudad. Salvar la plantación. Pero el sol no vino. Hace días que no aparece. Y la lluvia llueve añoranza dentro de mí. ¿Añoranza de quién? ¡De todos, uai! Y de todo. ¿Usted nunca añoró así? ¿Una añoranza vaga, indefinida e indefinible? Una añoranza morada, una añoranza azul, una añoranza de color rosa? ¿Una añoranza que duele, pica, muerde, hace cosquillas, o qué se yo? Una añoranza que viene de lejos. ¿De la infancia? De otras vidas (?) Y penetra profundo.

¡Ay! Añoranza de mis amores tan próximos. ¡Y tan distantes! Añoranza de mis amores distantes. ¡Y tan próximos! Añoranza de Paris, que sólo conozco en sueños. Añoranza del Sena que chante, chante, chante… le jour et la nuit. ¡Añoranza de Napoleón Bonaparte!

¡¿Locura?! ¡No! Ternura. Yo no añoro al gran emperador que usted conoce, victorioso en tantas batallas, derrotado en Waterloo, exiliado en Santa Helena. No. Yo estoy añorando al jovencito francés que se esconde en el jardín; hace una carrera con la hija del negociante de seda de Marsella y atrasa el paso, sólo para ver en los ojos de la amada el brillo de la victoria. Añoranza del Napoleón de Désirée, deslumbrado con los colores del azul. Añoranza del hombre enamorado, vulnerable y frágil dentro del bravo emperador. Añoranza del Napoleón que después de atravesar victorioso y aclamado el Arco del Triunfo bajo el repicar festivo de las campanas, huye de la multitud, huye de los soldados, huye del emperador, cansado de tantas batallas. Y va a tocar la puerta de la mujer amada en una madrugada lluviosa y fría. Ganas de quedarse… de calentarse en su regazo… Pero la Emperatriz lo espera, el palacio lo espera, el Pueblo lo espera, la Patria lo llama.

Añoranza del Napoleón que no se rinde ante la espada y los cañones enemigos. Y se rinde ante un ramito de violetas preso al escote azul de una mujer única.

Añoranza del Poeta que lleno de sol se quedó esperando a la amada que no vino aquella mañana lluviosa.

Añoranza de mi hijita que en un día así, de lluvia así, durmió su sueñito eterno de paz y fue llevada en su cajita de muñeca. Añoranza del Doctor Gotardo. Tan joven y ya tan derrotado: “Usted me entregó a su hija. Yo tenía que devolverla sana y salva. Y no logré ni hacerla amanecer. Ni siquiera pude hacer el diagnóstico. ¡Nunca me sentí tan impotente! ¿De qué sirve la Ciencia? Me voy a casa. ¡Estoy exhausto! La Doctora Fátima continuará mi turno. Ya hice recomendaciones para que cui­den de todo para usted correctamente”. Habla cabisbajo el cuidador de cuna elegido para asistir a mi hija en su corto espacio entre la vida y la muerte. Los ojos azules brillando menos, sin coraje de levantarse y mirar la tempestad en los míos.

La ciencia es de los hombres, Doctor Gotardo. El misterio a Dios pertenece. Le habría dicho yo para consolar al joven médico, si el llanto no me hubiera embargado la voz.

Hoy el sol no vino. Y llovió añoranza dentro de mí.

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