Alegría de pobre dura poco. 17 horas. Segundo día y la empleada ya faltó. No vino ni me mandó ningún recado. ¡Admirable mundo Nuevo!
Cada uno para sí, Dios para todos. Dice la sabiduría popular. “¡Levántate y anda!” Ordena Jesús. Todavía queda un resto de tarde. Y la noche está por venir. ¡Manos a la obra! Aspirar, limpiar, lavar… Primero la obligación, después la devoción. Enseña la abuela Juvenita. La crónica viene después.
La vida es dura para quien es blando, decía Doña Inés, mi madre. 19 horas. Casa limpia. Cama cambiada. Ya con la ropa de dormir, para ganar tiempo y dinero: Juego de sábanas Casa & Conforto by Buddemeyer, 200 hilos, 100% algodón. En Shoptime, 12 cuotas sin interés con la tarjeta. Estampado floral azul y blanco, que hoy quiero paz de niño durmiendo/ y abandono de flores abriéndose. Ahhh Dolores Duran… ¿Publicar en internet para que lo vean? Ah ah ah. Mi cámara, una Kodak, sólo saca fotos de papel; hay que esperar acabar el rollo. Y revelar. Y escanear… ¿Se está riendo? Porque usted no es profesor. Jubilado. Va quedándose obsoleto. ¿Mi salario? Una vergüenza nacional. Usted que es brasilero o brasilera lo sabe. ¡Contar aquí ni muerta! Ropa sucia se lava en casa, enseñan nuestros antepasados. Usted sabe cómo es Internet. Cayó en la red, cayó en el mundo. Y voy a confesar, yo amo este país. Y me quedo avergonzada. Ser hombre es precisamente ser responsable. Es experimentar vergüenza ante una miseria que no parece depender de sí, profesa Saint-Exupéry.
Ahora voy a poner la ropa en la máquina y acostarme para descansar la columna. Saliendo de una crisis aguda. Es mejor prevenir que remediar. ¿¡Ahn!? 19h30, lunes 25. Concierto en el Conservatorio de la UFMG: Arias y Canciones con la soprano Nívea Raf y el pianista Wagner Sander. ¡Im-per-di-ble!
Vamos pa´ allá, para usar el lenguaje de facebook. No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy, dice el popular. Y un día sé que estaré muda:/ −nada más. Ah, Cecilia, Cecilia… Si mi día se retarda, incluso antes de estar muda, sé que estaré sorda.
Falta media hora. Tomo un baño de gato; esparzo un poco de mineral powder foundation en la cara; estreno el lápiz labial cremoso Berry Kiss de Mary Key; me introduzco en la primera ropa y zapatos al alcance de mis manos. Y de los pies (risas). Agarro mi cartera Arezzo y… 19h22. Aún hay tiempo. Y allí mismo. En un minutito estoy allá. Espera. El aparato auditivo. Si no, ¿cómo voy a oír las arias y canciones? En mi casa acostumbro a quedarme sin él algunas horas. Es recomendable: economiza batería, evita infecciones y estrés. Aprovecho y lo guardo en su cajita en los momentos que no necesito escuchar, o cuando es mejor no escuchar. En este caso, descanso del aparato y me reservo, cuando el noticiario y programas similares insisten en la reconstitución detallada de crímenes hediondos sin castigo, le dan voz a bandidos y asesinos, enfatizando actos y tácticas, durante pronunciamientos y otros programas de hipnosis y lavado cerebral. Ahí me saco el aparato auditivo y los lentes. Privilegio de la “Tercera Edad”.
Listo. Estoy equipada. Salgo, bajo a la calle, atravieso y entro por el fondo. No necesito doblar la esquina y entrar por la entrada principal de la Avenida Afonso Pena 1534. Paso por dentro. El personal del lugar está acostumbrado. Ya soy familiar. Tomo la programación, subo las escaleras, me acomodo en la segunda silla de la segunda fila. Apago el celular.
Los artistas entran en el escenario. Fauré abre el espectáculo con Clair de Lune. Luego viene Debussy con las “Quatre Chansons de Jeunesse”. Siguen Handel, Mozart, Délibes. Y cierra con Offenbach: Les Oiseaux dans la Charmille, Los Cuentos de Hoffmann. Hasta el autor, proyectado en el panel que estaba al lado, prende la respiración y se abre en una sonrisa con la interpretación de su obra. El auditorio aplaude de pie. Salgo con el alma leve, plena de música, des oiseaux et des fleurs.
De vuelta, me escabullo entre mesas y sillas en la vereda con las personas bebiendo su cervecita. Un hombre guapo, de esos de la “Mejor Edad”, camisa azul, un poco más clara que la mía, identificado tal vez por los tonos azules, o tomado de asalto por uno de esos lances de memoria de juventud, me lanza una mirada a quemarropa. Y se arriesga a un bienhumorado “¡Buenas noches!”, conmigo ya de espalda. Me doy vuelta y sonrío con el lápiz labial cremoso Berry Kiss y continúo llevando mi sonrisa y los dulces recuerdos del flirteo adolescente en la Avenida Dona Joaquina en Pompéu y en el Jardín Pitangui. Las jóvenes haciendo “avenida”, abriéndose con sonrisas a los muchachos parados, de pie, a lo largo del paseo con Cupido al acecho, y los parlantes esparciendo música en el aire: Aló, Cupido, ¡anda lejos de mí!
Ahora en casa, saco la ropa de la máquina y la pongo a secar. Hago una merienda, el de la empleada que no vino. Bien dicen nuestros abuelos: No hay mal que por bien no venga. Con el dinero contadito para mi ayudante…
-…Imagina… ¡¿Que pagué la entrada para el concierto?! ¡Entrada gratuita! Voy a comprar otro lápiz de Mary Key y el hidratante de líneas de expresión, que faltó en el fin de mi salario.
Finalmente la crónica.
Alegría de Pobre.
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