Karl Marx, Sobre el Trabajo

Publicado por Editor 5 de septiembre de 2011

Para un hombre hambriento no existe la forma humana del alimento, sino sólo su carácter abstracto como alimento. Podría también existir sólo en la forma más rudimentaria, y es imposible decir de qué manera esta actividad de alimentarse diferiría de la de los animales. El hombre necesitado, lleno de preocupaciones, no puede admirar ni el más bello de los espectáculos.

Presuponemos el trabajo en una forma que lo caracteriza como exclusivamente humano. Una araña lleva a cabo operaciones que me recuerdan las de un tejedor, y una abeja en la construcción de sus colmenas deja avergonzado a muchos arquitectos. Pero lo que distingue al peor arquitecto de la mejor de las abejas es que el arquitecto yergue la construcción en su mente antes de erguirla en la realidad. En la extremidad de todo proceso de trabajo, llegamos a un proceso ya existente en la imaginación del trabajador antes de comenzarlo.

Más allá del esfuerzo de sus órganos corporales, el proceso exige que durante toda la operación la voluntad del trabajador permanezca en consonancia con su finalidad. Eso significa una cuidadosa atención. Cuanto menos él se sienta atraído por la naturaleza de su trabajo y por la manera que es ejecutado, mayor atención deberá prestar, o sea, el desgaste de sus capacidades físicas y mentales será mayor.

En los oficios manuales y en la manufactura el trabajador utiliza una herramienta. En la fábrica la máquina lo utiliza a él. Allá los movimientos del instrumento de trabajo procedían de él, aquí es el movimiento de las máquinas el que él tiene que acompañar. En la manufactura los trabajadores se tornan meros apéndices de un mecanismo vivo, independiente de ellos.

En la producción en serie, todos los procesos para aumentar la productividad social del trabajo son empleados a costa del trabajador individual. Todos los medios para el desarrollo de la producción se transforman en medios de dominación y explotación de los productores, mutilando al trabajador, reduciéndolo a un fragmento de hombre, rebajándolo al nivel de apéndice de una máquina.

Estas técnicas de gerencia destruyen todo resquicio de atractivo del trabajo para él y lo convierten en una herramienta fastidiada, alejándolo de las potencialidades intelectuales del proceso de trabajo, en la misma proporción en que la ciencia es incorporada en éste como un poder independiente de él.

La producción capitalista no produce sólo al hombre como mercaduría, el hombre-mercaduría, el hombre en el papel de utilidad. Ella produce en armonía con este papel, como un ser espiritual y físicamente deshumanizado, generando la desmoralización, la deformación y el embrutecimiento de los trabajadores y de los gerentes. Su producto final es la mercaduría con consciencia y actividades propias… ¡la mercaduría humana!

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