La mente, el alma, los pensamientos, un estado de gracia, el cielo, el intelecto puro, la psique, energía, fuerza vital, inmortalidad, el principio de la vida, el Ser Supremo… Todo es tonal, hasta Dios. Dios es parte de nuestro tonal personal y del tonal de los tiempos. El tonal, como ya dije, es todo lo que pensamos que compone el mundo, inclusive Dios, claro. Dios no tiene otra importancia a no ser la de ser parte del tonal de nuestro tiempo.
Dios es solamente en todo lo que puedes pensar, y por lo tanto, se puede decir que es solo un artículo más en la isla. Dios no puede ser visto voluntariamente, solo puede ser mencionado. El nagual, al contrario, está a las órdenes del guerrero. Puede ser visto pero no puede ser mencionado.
El nagual está allí, donde el poder se cierne, rodeando la isla. Sentimos, desde el momento en que nacemos, que existen dos partes en nosotros. En el momento del nacimiento, y durante algún tiempo después de él, somos todos nagual. Después sentimos que para funcionar necesitamos de un complemento a lo que tenemos. Falta el tonal y eso nos da, desde el comienzo, una sensación de deficiencia. Ahí el tonal comienza a desarrollarse y se torna muy importante para nuestro funcionamiento, tan importante que ofusca el brillo del nagual, dominándolo.
Desde el momento en que nos volvemos completamente tonal no hacemos otra cosa sino incrementar ese antiguo sentimiento de deficiencia que nos acompaña desde el momento de nuestro nacimiento, y que nos dice incesantemente que hay otra parte para completarnos. Desde el momento en que nos volvemos completamente tonal, comenzamos a hacer pares. Sentimos nuestros dos lados, pero siempre los representamos con elementos del tonal. Decimos que nuestras dos partes son el alma y el cuerpo. O el espíritu y la materia. O el bien y el mal. Dios y Satanás. Sin embargo, nunca comprendemos que solo estamos juntando las cosas en la isla, así como se junta café o té, o pan y tostadas, o pimienta y mostaza. Te estoy diciendo que somos muy extraños. Somos transportados y en nuestra locura creemos que estamos haciendo sentido.
Explicar todo eso no es tan simple. Por más astutos que sean los puntos de verificación del tonal, el hecho es que el nagual sale a la luz. Su emersión, sin embargo, siempre es inadvertida. El gran arte del tonal es reprimir cualquier manifestación del nagual de tal manera que, aunque su presencia sea la cosa más obvia del mundo, no sea notada por el tonal de los otros.
Mi tonal se usa a sí mismo con el fin de comprender la información que quiero que quede clara para tu tonal. Digamos que el tonal, puesto que se da tremenda cuenta del esfuerzo que cuesta hablar de sí mismo, creó los términos yo, yo mismo y otros así por el estilo, como balance, y gracias a ellos puede hablar con otros tonales, o consigo mismo, acerca de sí mismo. Ahora, cuando digo que el tonal nos fuerza a hacer algo, no quiero decir que haya ahí una tercera parte. Por lo visto, el tonal se fuerza a sí mismo a seguir sus propios juicios. En ciertas ocasiones, o bajo determinadas circunstancias especiales, algo en el mismo tonal se da cuenta de que hay más en nosotros. Es como una voz que surge de las profundidades: la voz del nagual.
La totalidad de nosotros mismos es una condición natural que el tonal no puede aniquilar por entero, y hay momentos, sobre todo en la vida de un guerrero, en que la totalidad se hace aparente. Durante esos momentos, uno puede adivinar y avalorar lo que realmente somos. En esos momentos, el tonal se da cuenta de la totalidad de uno mismo. Siempre es una sacudida porque darse cuenta de esto desbarata el sosiego.
Yo llamo a ese sentimiento: darse cuenta de la totalidad del ser que va a morir. La idea es que en el momento de la muerte el otro miembro del par verdadero; el nagual, empieza a operar por completo y el sentir y los recuerdos y las percepciones guardados en nuestras pantorrillas y muslos, en nuestra espalda y hombros y cuello, empiezan a expandirse y a desintegrarse. Como las cuentas de un interminable collar roto, se desparraman sin la fuerza unificadora de la vida.
El nagual es la parte de nosotros con la cual no lidiamos. Es la parte de nosotros para la cual no existe descripción – ni palabras, ni nombres, sin sensaciones, ni conocimiento. El nagual no es experiencia, ni intuición, ni consciencia. Esos términos y todo lo demás que puedas decir son solo ítems en la isla del tonal. El tonal comienza al nacer y termina en la muerte, pero el nagual nunca termina. El nagual no tiene límites. Ya dije que el nagual está donde acecha el poder; esto fue solo un medio de referirme al asunto. Por causa de su efecto, tal vez el nagual pueda ser mejor comprendido en términos de poder.
Las cosas del nagual solo pueden ser presenciadas por el cuerpo energético, no por la razón. Esa es nuestra naturaleza como seres luminosos. Cuando el tonal se encoge, cosas extraordinarias son posibles. Pero solo son extraordinarias para el tonal.
Uno puede decir que el nagual es el responsable de la creatividad. El nagual es la única parte de nosotros capaz de crear. El nagual es capaz de hechos inconcebibles. Digamos que un guerrero aprende a sintonizar su voluntad, a dirigirla hacia un cierto punto, a focalizarla donde quiere. Es como si su voluntad, que viene de la parte media de su cuerpo, fuese una única fibra luminosa, fibra que él puede apuntar para cualquier lugar concebible. Esa fibra es el camino para el nagual. O entonces podría decir que el guerrero se hunde dentro del nagual por aquella única fibra. Una vez que se ha hundido, la expresión del nagual es asunto de su temperamento personal.
El nagual, después que aprende a emerger, puede causar grandes daños al tonal, apareciendo sin ningún control. Aquí tenemos una pregunta extraña. ¿Qué está siendo conducido al nagual por la fibra luminosa? La respuesta es ¡La percepción!