¿Cómo promover a la escuela como un lugar seguro, de cuidado, de socialización, de construcción del saber, de preservación de la vida y de la felicidad?
La respuesta no está en el viento, ni en los muros, ni en los detectores de metales, ni en el aparato policial. La respuesta está en una cultura de paz y de derechos humanos.
El gobierno de Fernando Henrique Cardoso, bajo la inspiración/decisión del ministro José Gregori, creó en 1999 en el ámbito de la Secretaría Nacional de Derechos Humanos, el Programa Nacional Paz en la Escuela.
El programa fomentó una red de asociaciones con instituciones públicas, privadas y actores sociales capaces de transformar la escuela en un espacio de promoción de la paz y de la ciudadanía. Centenas de iniciativas, proyectos y acciones le dieron forma al programa en todo el país, con estímulo financiero, con una línea metodológica y una concepción filosófica de que el antídoto de la violencia es la solidaridad, la cooperación, el respeto, el afecto, el cuidado y el amor.
Pasaron once años y lo positivo de esta concepción se muestra viva y presente en la forma de cómo la sociedad brasileña debe buscar enfrentar a la violencia en la cotidianeidad de las escuelas.
Emergen lecciones de las experiencias prácticas que deben ser traídas a la luz para orientar cada vez más la inversión social pública y privada para contribuir efectivamente al desarrollo del país, actuando junto a la juventud, haciéndola protagonista de su propio bien vivir, haciéndola empuñar las banderas de la paz y del desarrollo sustentable.
Promover sinergias de fuerzas propulsoras de paz fue la gran estrategia del programa, descubriendo tales fuerzas en la experiencia del deporte, de los gremios, de la policía solidaria, en los Parámetros Curriculares de Ética y Ciudadanía del Ministerio de Educación, en las asociaciones comunitarias, en las artes, en fin, en una gama de expresiones concretas que exprimen el compromiso y el amor a la vida y a la felicidad.
Estrategias que sumadas unifican las relaciones democráticas dentro de la escuela con la comunidad y fortalecen la construcción de la democracia en lo concreto y en lo cotidiano.
Abrir la escuela en el sentido material y simbólico es el camino más adecuado para transformarlo en un espacio de paz y de atracción para los jóvenes.
Romper los muros de hierro, cemento, pero sobre todo los muros pedagógicos y los de la intolerancia, es deber de todos, es tarea impostergable en la agenda del siglo XXI, que todos los días nos impone una reflexión y una toma de decisión entre la barbarie o la civilización.
Iluminar los campos, haciendo efectivo el deporte de noche es una receta comprobadamente eficaz que disminuye los índices de criminalidad y rivalidad entre pandillas juveniles, no sólo en New York, sino también en las ciudades del Distrito Federal, a través del emblemático Proyecto Deporte a Medianoche, creado en 1999 por una corajosa agente policial llamada Aldadei Filha. Difícil, por no decir casi imposible, citar nombres. ¡Fueron muchos!
Fueron 107 proyectos en todo el país, cuarenta socios institucionales para la ejecución en la punta, instituciones consolidadas que le permitieron un diseño inédito al proyecto y una multiplicidad de iniciativas pautadas en las líneas maestras del programa: movilización social; ampliación de las acciones de la sociedad civil complementarias a la educación informal; construcción de una nueva relación entre policía y escuela; difusión de la temática Paz en la Escuela con amplios procesos de comunicación social; producción de conocimiento e informaciones sobre violencia y cultura de paz.
Las metodologías de intervención privilegiaron lo que llamamos construcción colectiva. De ahí la importancia de las ruedas de conversación, de las oficinas de desconstrucción de la violencia, de los letreros que retiraron la letra “r” de la palabra arma, para transformarla en ama; de la creación de los más diferentes espacios para abordaje del tema en su amplia dimensión y complejidad.
La violencia y no violencia fluye en la vida e integra la salud mental y reproductiva, el deporte, la carrera, el placer, en fin, el conjunto de bienes, aspiraciones y realidades que sobrepasan la vida de los jóvenes.
Hoy, al analizar los informes, por las conversaciones con socios, evaluadores y substancialmente con el equipo que acompañó el nacimiento y el desarrollo del programa de 1999 a 2005, hasta cuando tuvo una posición gerencial de destaque en relación al mismo, pudimos decir que aprendimos lo siguiente:
1) La interdisciplinaridad respetando competencias propias y especificidades culturales de los diferentes socios promueve acciones robustas conjuntas;
2) Cuanto mayor sea la autonomía dada a los núcleos de decisión para administrar recursos, mayor será la capacidad de consolidar y articular nuevas asociaciones y nuevos actores;
3) Redefinidas las reglas de una escuela, de forma democrática, se aguza el sentimiento de PERTENECER y el compromiso con el acuerdo colectivo, por lo tanto son mayores las posibilidades de éxito de una cultura de paz.
4) Para la superación del discurso común sobre violencia que acaba por aumentar el miedo y la seguridad, reforzando el padrón de que violencia se combate con más violencia, hay una mudanza radical en los temas que median la relación educativa en la promoción de una cultura de paz. Temas privilegiados son: Estatuto del Niño y Adolescente, Salud Reproductiva y Derecho a una sexualidad saludable, Relación de la Escuela con la Comunidad; Drogas, Violencia sexual y doméstica, Diversidad de género, raza, orientación religiosa y sexual; Derechos Humanos en lo cotidiano, son algunos ejemplos. La diversidad de profesionales, con formaciones diferentes y la integración entre el saber especializado y la experiencia popular aseguran una mayor riqueza y efectividad a los procesos de educación en pro de una Cultura de Paz.
5) Escuchar a los jóvenes a través de instrumentos de pesquisas que sirvan para su complejo universo y su lenguaje tan propio y dinámico. Muchas de esas expresiones fueron transformadas en obras de arte, como guiones de videos y canciones.
6) La desintegración de la violencia y la implementación de una cultura de paz exige una pedagogía activa, con tácticas y estrategias; un planeamiento con metas a corto, mediano y largo plazo. Las responsabilidades por la vida y por el rumbo de la escuela son compartidas por todos, tanto por los agentes de la escuela, de la familia, así como también por la comunidad.
Existen caminos para la desintegración de la violencia en las escuelas, basta tener ojos para ver y disposición para actuar colectivamente.