Rio de Janeiro, 11 de marzo de 2010…¡Exactamente 28 años! Mes, día y hora. Una secuencia de horas que parece estar aconteciendo hoy, de nuevo, aquí y ahora, por el hecho de ser aún tan nítida…
11 de marzo de 1982. Un poco después de las 6 de la mañana, tocan el timbre, era mi madre con la nueva empleada, la Fiinha. Como siempre, cargada de quesos de Jong, meriendas, bombones y cocadas de la Mariinha, dulce de guayaba de doña Nair y masa de pan de queso de la abuela Antonieta.
Yo ya tenía a Gilda, a quien Letícia llamaba Duda, pero tenía un cuarto de servicio bastante grande donde cabrían las dos sin problemas.
Eran tiempos de vacas gordas y de mucha felicidad en aquél amplio apartamento de la calle Madre Cabrini, en la Vila Mariana en São Paulo.
Mamá quería saber lo que yo había comprado para el ajuar del nuevo bebé, previsto para nacer el día 21 de marzo. Coincidentemente, el día 21 sería el cumpleaños de Letícia que iba a cumplir dos años. Le dije que yo tenía muchas cosas de recién nacido guardada y estaba esperando saber si era niña o niño para comprar rosado o azul. En fin, estaba esperando que naciera para completar lo que faltaba.
Mamá se indignó. Era como si ya conociese a Elisa y se apropiara de sus dolores.
-¡Ni pensarlo! Entonces vamos a comprar amarillo o verde, pero el bebé tiene que tener cosas nuevas, especiales para él.
Yo estaba trabajando en la Secretaría de Bienestar Social de la Prefectura de São Paulo, en la Coordinación de Recursos Humanos. Mi jefa inmediata era Luiza Erundina. La llamé por teléfono y le dije que no iría a trabajar ya que mi madre había llegado de Minas Gerais y quería salir para comprar el ajuar para el bebé.
Sí, Dê (así me llamaba ella). ¡Después usted lo compensa!
Por suerte no comí casi nada. Fuimos en metro al centro de la ciudad y caminamos todo el día. Fue gracioso que yo no sentía hambre y mi madre estaba preocupada porque yo había engordado muy poco, menos de 8 kilos durante el embarazo de Elisa. Mi madre todo el tiempo quería que comiese pastel y tomase jugo de naranja. Yo no tenía ganas de comer, pero estaba con una disposición tremenda para caminar y comprar cosas de bebé. Verde, de repente, era un mono verde, manta verde, peleles verdes o estampados de verde. Una cosa por ahí, otra por acá. La mayor parte lo compré en las Casas Pernambucanas, un comercio popular.
De pronto, la joven que me atendía preguntó:
-¿Usted está bien? Está con una cara extraña. Mamá luego se interpuso. Es hambre, ¡ella no ha comido nada hoy!
-Vamos en taxi para llevar las compras, dijo ella.
-No mamá, la señorita dijo que pueden enviar todo. ¡Aún faltan más de diez días para que nazca el bebé! Vamos en metro, es más rápido.
Fuimos en metro.
Cuando llegamos a la Estación Paraíso, yo dije: Vamos a bajar aquí, ¡ahora! Mi madre no entendió nada y decía: ¡Aquí no es Vila Mariana!
-Sí mamá, baja, después te explico…
-Mamá, la consulta del Doutor Pedro Paulo Roque Monteleone (nombre pomposo) es aquí cerca, voy a preguntarle cuándo va a nacer este bebé. Tú te vas hoy, pero tienes que saber cuándo vuelves, pues quiero que estés a mi lado cuando nazca el bebé.
Cosas de la sagrada intuición o de las manos del ángel de la guarda. Cuando entré a la consulta del Dr. Monteleone él ya estaba en el pasillo de salida y le di el argumento que le había dado a mi madre. Él volvió, me examinó y dijo: ¡Otra niña! ¿Cómo supo?, yo no sé, no le pregunté, pero ahí yo ya sabía que venía una Carolina, Isabela o Luiza, jamás pensé en Elisa.
No vayas a casa, corre al Hospital Matarazzo, dile a tu marido que te encuentre allá. ¡Estás con mucha dilatación y la niña puede hasta resbalarse! Gracias a Dios la bolsa no se rompió. Tanto Elisa como Letícia nacieron “empelicadas”, o sea, con una membrana blanca en la cabeza. Según la abuela Antonieta, los bebés que nacen así tienen mucha suerte en la vida.
Sin dolor, nada de dolor, recordé el ajuar verde que dejé en las Casas Pernambucanas, recordé que no había arreglado nada… pero gracias a Dios, la poderosa doña Hebe estaba a mi lado y resolvería todo.
¡Trabajo de parto en la Avenida Paulista!
Llamé por teléfono a Geninho, mi marido, y le dije lo que me indicó el médico, pero él no aceptó:
-Toma un taxi y yo te estaré esperando en la puerta. Vamos en mi carro, pues si el bebé nace, yo haré el parto.
Geninho se reía como si yo estuviera contando un chiste.
Cuando llegué a la casa estaba Gilda en la portería del edificio con un jugo de naranja y una bolsa con algo de ropa para mí y otras para bebé que estaban muy rotas. Ella no escogió nada de bien… y yo ni siquiera tuve tiempo de entrar a la casa. Hasta Letícia fue al portón para que yo le diese un besito y le dije: Quédate con la abuela Hebe que yo voy a buscar a tu hermanita. Ella dijo: ¡Ya! Era un dulce de niña, la más sensata que yo había conocido hasta entonces.
Agarramos el horario punta en la Avenida Paulista. Yo no sentía nada de dolor, pero algo se movía cada vez más rápido y estaba duro. No sé, era una sensación diferente y yo gritaba: ¡Dale Geninho, dale! Y él decía: -¡Estamos en un escarabajo, no en un helicóptero!
Cómo fue de largo el trayecto desde Vila Mariana al Hospital Matarazzo en Bela Vista. Llegando allá comencé a sentir dolores fuertísimos y todo se hizo corriendo. No hubo tiempo para el preparo del parto. El Doutor Monteleone ya estaba allá hace tiempo y estaba nervioso. El anestesista no llegaba. Yo bramaba igual que una vaca o una perra. Todo fue muy rápido. ¡Parto de pobre! ¡Todo improvisado! Elisa nació y con ella, una explosión de alegría se sobrepuso a mi intenso dolor. Geninho limpió a la niñita y me la entregó cariñosamente. Yo estaba exhausta pero me acuerdo perfectamente de su pequeño rostro, el mismo que la acompaña por el resto de su vida.
Hoy Elisa está en Australia, es el primer cumpleaños que no voy a estar junto a ella. Veo sus lindísimas fotos y me acuerdo de su carita, la misma que la acompaña por toda su vida. ¡Dios mío! ¡Cuánta emoción, cuánta añoranza!
El tiempo, este increíble mago del universo, a veces nos engaña. Parece que fue ayer y allá van 28 años.
Cuando yo estaba aún en el Hospital, llamó doña Maria do Carmo, mi querida suegra, y nunca fue tan incisiva en relación a sugerir el nombre: “… ponle Elisa, ¡significa la enviada de Dios!”.
Oiga “Para Elisa” de Beethoven: