Vandalismo

Publicado por Carlos Bitencourt Almeida 4 de julio de 2013

Los vándalos fueron un pueblo que habitó la antigua Germania y que en el siglo V invadieron la península itálica y el norte de África. El término pasó a significar según el diccionario Houaiss: “Estropear o destruir salvajemente (un bien, una propiedad, un lugar). Practicar, frecuentemente en bando, actos destructivos y violentos que resultan en daños y perjuicios de bienes y propiedades”.

Dentro de las actuales manifestaciones en masa, que demandan cambios sociales como mejoras de los transportes públicos, mejores servicios de salúd y educacionales en Brasil, existen grupos que se aprovechan del anonimato de la multitud para practicar actos destructivos, de los cuales nada positivo resulta ni resultará. La casi certeza de la impunidad, o por lo menos el manto protector de la multitud posibilita a ciertos individuos ejercer el placer, mórbido y antisocial, que nace del odio y de la frustración, que es destruir, quemar, saquear. Partiendo de la justa demanda por un orden social más eficiente y que atienda a las necesidades de la mayoría de la población menos favorecida por los recursos económicos, estos individuos se aprovechan de la máscara de una demanda noble y verdadera para sentirse por algunos momentos fuerte, indomables, justicieros y poderosos. Es su momento de gloria. Con frecuencia enmascarados, pueden tener, si tienen suerte, el secreto placer de verse filmados y divulgados en el noticiario de la TV o inmortalizados en fotografías. Nadie sabrá quiénes son, pero ellos mismos saben. Tal vez recortarán la foto en la cual aparecieron para guardar de recuerdo del día en que fueron famosos, contemplados y temidos por millones de personas.

Es fácil comprender que es mucho más fácil destruir que construir, robar y saquear, que generar los medios para la adquisición de los bienes de consumo. Es más fácil la gloria de ser un terrorista, un violador, un criminal, que la gloria de ser un benefactor aclamado en los medios de comunicación, o incluso alguien famoso por su belleza, talento y realizaciones.

Más allá de esto, existe un placer singular en formar parte de un movimiento colectivo, hacer parte de un grupo. Facilmente podemos observar a ciertas personas que cuando están solas son tímidas y bien comportadas, pero en grupo, entre sus semejantes, son desinhibidas, atrevidas y osadas. El grupo expande el sentimiento del yo, de la individualidad. Yo me vuelvo una parte de algo mayor y las realizaciones de este grupo pasan a ser las mías. Si mi equipo gana, fui yo quien gané. Si mi religión tiene millones de adeptos es la prueba de que yo estoy en lo correcto. Si yo no logro sentirme valioso, reconocido, aclamado o incluso temido, admirado o respetado como individuo, haciendo parte de un grupo puedo lograr lo que deseo. Lo que no puedo solo, juntos lo lograremos.

La policía puede prender a un grupo de diez bandidos, o exaltados o manifestantes. Son fáciles de cercar, de agarrar y encarcelar. ¿Pero cómo hacer esto con diez mil? Existe ahí también, en el “vándalo”, la alegría de ver la impotencia de la policía. De cierta forma la multitud protege a esos grupos que desbordan un sentimiento de venganza, la gloria y el placer de la transgresión pública y al mismo tiempo libres de punición.

Existe un placer en la rabia que se manifiesta en actos. Aquél que grita, quiebra, incendia, mata, estupra, ofende o sólo expresa lo que siente, acusa al otro por todo lo que él hizo mal o injustamente, tiene el placer de la auto expresión, de intentar imponerse, de lograr expandirse. La rabia puede ser justa o absurda, los medios de realizarla pueden ser correctos o crueles, pero ella busca el placer de la auto expresión. Cuando esto se hace en grupo, este placer se alarga y se hace inmenso, cuanto mayor es el grupo.

Todos nosotros conocemos el placer de la auto expresión. Todos nosotros, cuando nos frustramos, descargamos la rabia por caminos destructivos o injustos, ya sea quebrando objetos u ofendiendo desproporcionadamente a quien nos ofendió, o incluso descargando nuestras frustraciones en personas completamente inocentes. No es difícil percibir nuestra humanidad aun en los actos de “vandalismo”.

Existen individuos o grupos dentro de la sociedad que realizan en actos aquello que la mayoría de nosotros vive sólo en los deseos y sentimientos, o en pequeños actos destructuvos de poco alcance. La sombra humana, de la cual todos somos socios, en mayor o menor medida, tiene plena expresión en ciertos individuos o grupos. En los grandes movimientos de masa, como en las manifestaciones de miles de personas, en las revoluciones, en las guerras, la baja posibilidad de punición desinhibe los impulsos que estaban latentes como deseos, pero guardados por el miedo.

Somos responsables por todos nuestros actos. Ningún pasado de sufrimiento, ninguna injusticia cometida contra nosotros, ninguna dolorosa frustración por nuestras limitaciones e incapacidades nos autoriza a destruir seres vivos, personas, o causar daño a personas inocentes, que no hacen parte de nuestra historia. Cada uno de nosotros responde o responderá, más temprano o más tarde, ante sí mismo o de otro, por todo lo que realizó en su vida.

Podemos buscar caminos de realización constructivos que nos hagan vivir el placer de la autoexpresión, el placer de ser parte de un grupo, la alegría de ser reconocido y valorizado.

Termino citando aquí el final de mi artículo que está en este mismo sitio web:

Depresión y delincuencia

“Hay vida en nosotros. Algo en nosotros quiere vivir, enamorarse de la vida. El placer de la destrucción es un placer menor, un placer amargo. Premio de consuelo para quien se siente fracasado, sin fuerzas para seguir, construir y realizar. En el fondo de nosotros hay amor por la vida. Alegría. Atrás de la auto piedad, de la destructividad, del sentimiento de inferioridad o de arrogancia, hay algo intacto, límpido. Esto puede ser descubierto. Construir da placer. Sentirse capaz alegra. Trascender un pasado amargo, lavarse de él, nos da un sentimiento de purificación, de entusiasmo, de pureza. Deshacerse del odio, de la tristeza, del resentimiento, de la desesperanza es posible. Es agradable. Da una sensación de libertad, como alguien que se libra de una ropa muy apretada”.

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