Nuestros padres nos aman o nos amaron con un amor imperfecto. No es raro que tengan preferencia por uno de los hijos o quizás tengan antipatía o rechazo por otros. Con frecuencia las madres tienen preferencia por los hijos hombres y los padres por las hijas. Otras veces el más amado es el hijo más inteligente, más obediente, más bello o también puede ser el más frágil.
El hijo que se siente rechazado por uno o por ambos padres, puede sentirse profundamente herido, carente e inseguro. Puede desarrollar sentimientos de inferioridad, depresión, sentimientos de culpa, tener dificultad de sentir autoconfianza. Puede también reaccionar por el opuesto y tornarse profundamente resentido, con rabia, odio y deseos de venganza. Se puede tornar una persona vengativa, arrogante, desconfiada, que ve defectos en todo y en todos, mientras él cree estar siempre en lo correcto.
Muchas veces en la vida adulta, dentro de las relaciones afectivas del matrimonio, los mismos sentimientos estarán presentes. Tendrán dificultad en sentirse amados y reaccionarán intensamente a cualquier falta de atención. Pueden ser muy celosos, posesivos y desconfiados.
Es como si la persona hubiese incorporado en sí misma la mirada de sus padres. Pasa a verse como sus padres la veían. Si mis padres, o mi padre, o mi madre, no me amaron verdaderamente, nadie va a amarme, voy a ser rechazado. No puedo gustar de mi persona, confiar en mí, verme como capaz y digno, porque mis padres no me vieron así.
A veces la persona pasa la vida entera intentando conquistar el amor de los padres que no recibió en la infancia. Intenta conquistar este amor humildemente, haciendo todo para agradar, o con arrogancia, exigiendo, acusando y amenazando. Muchas veces todos los esfuerzos son en vano. Los padres no se conmueven. Continúan con sus preferencias y continúan rechazando. Cuando todo esto fue proyectado en un matrimonio que acabó, de nuevo el fracaso se repite. Mi cónyuge no quiere volver, ni con mis agrados, ni con amenazas, ni con violencia.
Nadie ama por obligación, ni tiene el deber de amarnos. El deber es la acción que nace de la fuerza de voluntad. La admiración, el encantamiento y el afecto genuino vienen de otro lugar. Esto no se fuerza. Nadie va a amarnos sólo porque nosotros queremos, sólo porque hicimos todo por agradar. Y no sirve de nada quedarse con rabia o triste. Nosotros también somos así. Es necesario vivir el luto y aceptar. Hay personas que no van nos amar.
Vive en nosotros un poder suave y luminoso, una fuerza curativa y regeneradora. No la percibimos porque sólo miramos hacia afuera. Estamos ávidos, tensos y hambrientos, queriendo que alguien nos ame. Es necesario calmarse, abrirse y no mirar la vida con ojos posesivos. Queremos ser amados porque no amamos. Sentimos deseos y le llamamos a esto amor. No conocemos la alegría de amar. Si el poder de amar despierta en nosotros, nos llena, calma, ilumina e irradia. Esta es la suprema fuerza curativa.