Cuando convivimos mucho tiempo con una persona – padre, novio, amigo – nuestra historia con esta persona es tejida a nuestro alrededor. El tiempo no es linear, es circular. Hechos ocurridos hace diez años pueden estar tan cerca como algo que aconteció hace una semana. Nuestras vivencias se agrupan dentro de nosotros por temas. Situaciones parecidas se agrupan. Los rechazos se quedan juntos, los momentos muy felices se quedan juntos, las enfermedades graves se aglutinan.
Para comprender nuestras reacciones, nuestros sentimientos, necesitamos contemplar todo lo que vivimos juntos, desde el primer día. La memoria emocional no olvida. Cuanto más intensa fue la emoción vivida, más fuertemente ella queda marcada en nosotros. Si alguien nos hizo un daño profundo, aunque haya sido hace muchos años, aunque pensemos que ya lo perdonamos, puede ser que algo se modificó en nosotros a partir de esa época y nunca más volvemos a ser la misma persona. Algo se quebró, se rasgó en nosotros. Presencié casos en que un adulterio cometido hace veinte años arruinó un matrimonio, aunque la relación haya seguido, hayan nacido hijos después de esto y que la persona dio evidencias de no haber repetido la conducta.
En las relaciones humanas, la confianza es lo más delicado. Podemos amar profundamente a alguien, desearlo, querer su bien, pero por algún hecho grave acontecido en el pasado la confianza se quebró. Amor y desconfianza pueden vivir lado a lado: “No confío más en ti”. Para haber entrega, sea en la vida sexual, sea en los lazos afectivos, sea en la vida profesional, es necesario confiar. Para ser capaz de sonreír de corazón para alguien, para estar relajado y leve en su compañía es necesario confiar.
Existen actos que cometemos que causan daños irreparables. Es necesario asumir la responsabilidad por lo que hacemos o decimos. Hay palabras dichas con gran intensidad emocional que penetran en el oyente como un puñal, como un veneno que va a actuar de modo permanente a partir de entonces. Y no sirve pedir disculpas, arrepentirse o intentar reparar. Es bueno que se haga esto cuando reconocemos que nos equivocamos, pero es necesario saber que no hay cómo borrar lo que fue hecho. Y no sirve culpar al otro por tener el corazón duro, ser resentido o ser incapaz de perdonar. Por más que sepamos que errar es humano, que todos erramos, es necesario saber también que las marcas que dejamos en el mundo pueden ser permanentes. Es necesario aprender a ser cauteloso, pensar antes de actuar, tener un gran autocontrol, medir consecuencias, porque después puede ser demasiado tarde.
Frecuentemente transferimos para otras personas sentimientos que no nacieron dentro de la relación. Conozco un caso de una persona que era muy apegada a la madre en la infancia. Tenían una relación muy íntima. Luego la madre es abandonada por el marido, pasa a darle poca atención a los hijos, se torna poco presente en el hogar y cultiva afuera de éste una intensa vida social. Esta persona, dolida por el precoz abandono materno, pierde la confianza en las personas, no solo en la madre. Se vuelve dura, agresiva, arisca. Después, ya adulta, se casa, tiene hijos, pero permanece cerrada por dentro. Es como si dijera: “Nunca más voy a confiar en nadie”. Nunca más alguien me va a hacer sufrir como mi madre lo hizo. Ya que mi madre no me amó de verdad, no creo que alguien me va a amar sin decepcionarme”.
En este caso podemos cometer muchas injusticias. Podemos recibir afecto sincero de otras personas pero somos incapaces de percibir. Nos quedamos ciegos por el dolor. Hacemos huelga. Pasamos a tener rabia de la vida. Quien huye de la vida por miedo a sufrir, continúa sufriendo. Quien no confía en nadie, por miedo de ser abandonado o herido, pierde la inmensa delicia que es el encuentro de amor, la alegría de fundirse en la dulzura y el regazo de otro ser humano.
Tenemos que responsabilizarnos. Quien se cierra para de crecer. Necesitamos fortalecernos. Sabiendo que vivir es peligroso y arriesgado, que el sufrimiento es siempre posible, tenemos que apostar que la alegría, el placer, pueden hacer que valga la pena todo el sufrimiento. No son los hechos, las personas, que nos hacen sufrir, pero sí el modo de recibir lo que la vida nos trae. El mismo hecho doloroso puede ser traumático para una persona y para otra puede ser algo fácilmente superable. El mismo acontecimiento alegre puede ser para alguien un inmenso placer y para otro puede ser una cosa despreciable. Existen personas que descubren dentro de sí mismas una fuente de alegría y encantamiento que no depende de nada exterior. Son capaces de extraer alegría y deleite aún en circunstancias muy dolorosas y difíciles. Este es el sublime misterio de la condición humana: somos tan frágiles, y al mismo tiempo podemos hacer germinar en nosotros una alegría interior mayor que todo lo que la vida exterior nos trae.