Tendemos a evaluar las situaciones de la vida a partir de la situación que estamos viviendo. Si somos empleados, nuestro empleador será evaluado y criticado desde este punto de observación. Si yo soy el empleador, aunque sea de un solo funcionario, como por ejemplo una empleada doméstica, mi modo de evaluar y de juzgar será casi siempre diferente. Cuando yo soy el empleado puedo considerar como injusticia, explotación, falta de reconocimiento de mi valor profesional, abuso de poder, ciertas conductas que mi patrón asume en su relación conmigo. Cuando soy yo el patrón, aunque sea de una empleada doméstica, puedo asumir las mismas posturas que mi patrón “injusto” asume conmigo, sólo que en este momento, tengo la cabeza de un patrón y no veo que es injusto. Creo que es lógico, correcto y necesario exigir ciertas conductas de mi empleado.
En el caso de una separación conyugal nuestro modo de sentir la situación será diferente si es uno el que se quiere separar, o si es nuestra pareja quien desea la separación. Aquél que toma la iniciativa de la separación siente que no da más, que la relación quedó vacía, pesada, insoportable. Quiere comenzar de nuevo, sentirse libre, no cree que su pareja vaya a cambiar lo suficiente. Aquél que recibe el deseo de separación del otro tiende a sentir que es una injusticia, que el otro no supo apreciar sus cualidades, exageró sus defectos, no quiere darle un tiempo más, en el cual él cree que será capaz de tener muchas mudanzas, suficientes para que la relación se torne satisfactoria y feliz. Muchos de nosotros tuvimos la oportunidad de vivir estos dos lados del proceso. Hubo tiempos en que tomamos la iniciativa de separarnos de alguien y en otro momento alguien nos abandonó. Intente recordar cómo usted se sintió cuando estaba en un lado de la situación y cuando estaba en el otro.
Existen muchas otras situaciones de este tipo. Cuando somos hijos, pensamos de un modo, cuando somos padres, de otro. Si somos el alumno o el profesor, si somos el peatón o el conductor. Si somos el que vende o el que compra.
Hay una tendencia arraigada profundamente en la mayoría de nosotros de considerar justo, correcto, verdadero y honesto aquello que es bueno para nosotros, aquello que nos beneficia, que satisface nuestras necesidades. Dependiendo de la situación, todo raciocinio se invierte. En un mismo día, cuando estamos con nuestros padres, tenemos un modo de pensar y de sentir. Cuando llegamos a casa y nuestro hijo viene hacia nosotros, todo se invierte. Nuestro egoísmo es vasto y frecuentemente inconsciente, creemos que somos honestos y justos. No percibimos cuán volubles somos, cómo usamos nuestra inteligencia para casi siempre estar justificando con buenos argumentos aquello que es bueno para nosotros. Ser verdaderamente justo y honesto exige un grado de esfuerzo y atención que la mayoría de nosotros no está dispuesto a tener.