Existe una madurez que es esencialmente biológica. Si el niño recibe de su ambiente las oportunidades adecuadas, su potencial biológico va despertando y, a cada mes y a cada año, habrá incorporado nuevas habilidades internas y externas, desarrollando más competencia para lidiar con los desafíos de la vida. Este tipo de impulso a madurar coincide con el período de crecimiento corporal. Él dura hasta aproximadamente los veinte años de edad. Más o menos a partir de esta época, madurar o no, se torna individual.
Existen personas que maduran muy poco a lo largo de la vida. Otras tienen una gran capacidad de aprender, de modo de que cada década los coloca positivamente transformados frente a las dificultades de la vida.
Madurar es sinónimo de crecer, adquirir sabiduría, discernimiento y una mayor capacidad de ser feliz. Lo que nos hace crecer es conseguir superar dificultades y obstáculos. Si eso que es difícil hoy, de aquí a un año, o de aquí a diez años es fácil o más fácil que antes, significa que crecimos, que estamos aprendiendo. Si cometemos siempre los mismos errores estamos estancados, simplemente envejeciendo, sin aprender. Cuando hablo de enfrentar obstáculos, superar dificultades, tal vez alguien se pregunte: ¿para qué? Entonces, ¿vivir es sólo esfuerzo, dificultades, problemas y cansancio? ¿Y dónde queda el placer y la alegría?
Si nos ponemos frente a tareas muy difíciles, demasiado encima de nuestra capacidad, al no lograr realizarlas nos sentiremos frustrados, derrotados y tristes. Si aquello que hacemos es fácil, monótono y repetitivo, sentiremos tedio, vacío, cansancio y tristeza. Aquello que es muy fácil o muy difícil no nos trae alegría. Si aquello que realizamos es un poco difícil, pero con esfuerzo lo logramos realizar, podemos descubrir la alegría que viene a través del esfuerzo, la alegría de crecer, la alegría de verse hoy mejor que ayer. O, tal vez, si la tarea que está delante es fácil, pero nos encanta, nos deslumbra, nos llena de vida, ella también nos enriquece.
Madurar se entrelaza con la alegría cuando logramos zambullirnos por completo en aquello que estamos haciendo, sea porque es un poco difícil y por esto exige nuestra total atención, o tal vez porque es bello, apasionante e interesante, y por esto nuestra atención queda naturalmente focalizada en lo que estamos viviendo.