Vivimos una época extraordinaria en muchos aspectos. Podemos viajar a lugares distantes, podemos escoger entre 30 religiones la que más nos agrade, o podemos ser ateos y decirlo públicamente. Nuestra vida afectiva y sexual puede ser vivida con libertad, ya que las opciones de comportamiento son numerosas. Bueno o malo, correcto o incorrecto, tenemos una gran libertad para escoger. Libertad política, religiosa, cultural, geográfica, moral, etc. Este es un horizonte que está presente para un gran número de personas. En un pasado reciente, digamos hace unos 100 años atrás, el freno que las leyes sociales y religiosas colocaban sobre las personas era bastante mayor. El castigo para quien desobedecía era rigoroso, fuese a través de la ley o de la mala reputación.
Dentro de este clima de libertad, de cuestionamiento, de crítica y de independencia interior, podemos observar también el poder cada vez más débil de las religiones y tradiciones sociales para regular la vida moral de las personas y su comportamiento. Es como si en las culturas occidentales, Américas y Europa, viviéramos en una especie de adolescencia en larga escala, una adolescencia dentro de la vida adulta. Mientras en la adolescencia el joven intenta liberarse de las reglas impuestas por los padres, en esta nueva adolescencia, hace muchas décadas, el occidente busca liberarse del peso de la tradición, de las convenciones de correcto y equivocado impuestas por las religiones y las costumbres sociales. Yo creo que este es un proceso sin retorno. Cada vez más, despierta en los seres humanos un anhelo de libertad, un sentido crítico, una voluntad de quebrar las reglas y ver lo que resulta. En larga escala esto significa la falencia de los valores morales. Cada vez un número mayor de seres humanos tiende a creer que todo está permitido. La regla exterior, religiosa o social, convence cada vez menos.
Al mismo tiempo, dentro de las religiones o fuera de ellas, entre los que se dicen ateos y entre los que tienen fe, encontramos seres humanos que eligen intentar vivir de un modo profundamente ético, humanitario o generoso. Son individuos que reencuentran un cierto tipo de moralidad dentro de sí mismos. No hay más regla social, ni la ley religiosa exterior, sino una base interna, un fuego interior que les inspira en su conducta, que les enciende ideas, que los hace libres interiormente, pero también solidarios y éticos en la relación con los otros y con la tierra.
La salida para el caos moral, en el que penetramos cada vez más, no se encuentra en los frenos sociales y religiosos, sino en el desarrollo de la capacidad de interiorización, de buscar adentro nuestro, en lo más profundo y elevado que existe en nosotros, un impulso moral que no limite nuestra libertad e independencia. Obedecerlo es sentirse libre, sentirse fiel a sí mismo.