No es raro que aquél que es abandonado en una relación amorosa se quede preso, ligado, nostálgico con aquello que perdió sin haber tenido otra opción. Cuando fue una relación breve, un enamoramiento recíproco que duró algunos meses, el dolor de la pérdida puede ser particularmente intenso. Es como la expulsión del paraíso. Era maravilloso y de repente se acaba. Tal vez la otra persona estaba comprometida e intentaba encontrar motivos fuertes para terminar con la relación más antigua, y entonces, quien era su pareja por más tiempo, bajo el riesgo de perder, reacciona, se modifica, reconquista el amor y la nueva relación es abandonada en función de la fuerza de la relación más antigua.
Si nosotros convivimos con alguien por un tiempo breve es probable que no tengamos del otro una comprensión realista de sus cualidades y sus defectos, y en la fantasía de la expulsión del paraíso dejamos de percibir que convivir largamente con esa persona podría no ser tan bueno como creíamos. La relación podría desgastarse naturalmente y no mantendría la dulce armonía del inicio.
Existen parejas que no logran vivir juntos ni separados. Conflictos y reconciliaciones se suceden a lo largo de los años. Puede ser que uno de los cónyuges, o ambos, tengan grandes cualidades y grandes defectos. Queremos convivir con aquello que admiramos, pero es difícil soportar las asperezas, las frustraciones que recibimos de esa persona. Pero también puede ser que sea seductor, envolvente, vivir sobre una constante amenaza de pérdida. Es un aliño fuerte que puede generar gran intensidad emocional y erótica.
También puede acontecer que admiremos tanto a alguien y nos sentimos tan felices en ciertas épocas y momentos con esta persona, que optamos por permanecer con ella, a pesar de ser adultera, a pesar de proporcionarnos también grandes sufrimientos y penas.
Cuando una relación de larga duración termina puede dejar en aquél que fue abandonado una añoranza permanente. Él puede considerar que fue abandonado por un motivo justo: “Mis celos enfermos, mis historias extraconyugales y mi irresponsabilidad en cuestiones financieras justifican el hecho de que mi cónyuge, después de tantos años, me haya dejado, ya que perdió la confianza en mi disposición para cambiar”. Esta persona puede construir una nueva relación, pero no conquistar a alguien tan admirable, tan lleno de cualidades como aquél que fue su cónyuge durante tantos años. Este amor antiguo puede quedar guardado y el nuevo cónyuge percibir que no es tan amado como el anterior. Pero puede acontecer que el cónyuge después de abandonado sienta que recibió un trato injusto: “Hice tanto por nuestra relación y después de años, soy descartado”. Sin embargo, por más que intente no logra reconquistar el amor perdido.
Para muchos hombres y mujeres, el mayor interés en las relaciones entre hombre y mujer no está en la otra persona, sino en el propio acto de la conquista. Para una mujer la alegría, el placer, está en ser amada, admirada y deseada por un hombre que ella considera valioso, importante, codiciado, inteligente y bello. A veces un hombre comprometido con otra mujer será particularmente atrayente. Está el placer de la disputa: “Yo voy a lograr conquistarlo, él va a percibir que yo soy más atractiva que la otra”. Si el hombre resiste y se queda con las dos, la lucha se prolonga. Por meses o años puede intentar conquistarlo y tener éxito.
El hombre comprometido termina su relación con la otra mujer y se entrega plenamente a la nueva relación. Por un tiempo será una alegría, una celebración. La mujer vencedora sonríe triunfante. Sin embrago, al poco tiempo comienza a haber una transformación. Este hombre tan codiciado, que demoró tanto tiempo para ser conquistado, ya no parece tan atrayente ni tan interesante. Pasa a tratarlo con aspereza, lo critica y percibe defectos que antes no eran importantes. Se siente fría, lo desprecia, ya no quiere encontrarse con tanta frecuencia y los encuentros cuando acontecen están marcados por la discordia y por la crítica. Hace nuevas exigencias e impone condiciones.
El hombre puede quedarse confundido. ¿Dónde está esa mujer que era tan dulce, tan cariñosa, que decía amarlo, que tanto lo elogiaba y que hizo todo para que él abandonase a la otra mujer para quedarse con ella? Lo que antes era dulzura se transforma en amargura. Entonces, este hombre termina la relación, vuelve con la antigua compañera o se envuelve con una persona nueva. Puede ser que al poco tiempo la mujer que lo había conquistado y luego rechazado, comienza a asediarlo nuevamente. Pide perdón, confiesa sus culpas, se justifica, vuelve a tornarse dulce, cariñosa y hace todo para reconquistarlo. A veces acontece que este hombre, viendo que finalmente ella reconoció sus errores y ahora será capaz de amarlo de verdad, de nuevo renuncia a la otra y vuelve con este amor. Una vez más, por un tiempo, la alegría del retorno, planes para el futuro y una nueva luna de miel. Pero gradualmente comienza todo de nuevo. Vuelve a ser criticado, rechazado, recibe frialdad, desprecio y desinterés.
En este caso lo que está en juego no es el amor de esta mujer por este hombre. El motivo central del comportamiento de ella es el impulso de la conquista, es la alegría de sentirse capaz, atrayente, amada y vencedora. Cuando conquista lo que había anhelado, pierde el interés. En realidad ella no lo ama. Ama ser amada por él, ama conquistarlo, ama sentirse capaz, fuerte e inteligente. Esto existe en todos nosotros. En mayor o menor grado todos buscamos esto. Sólo así nos sentimos con autoconfianza, personas de valor. Esta es una de las grandes alegrías de la vida.
Sin embargo, existe otra alegría tan importante como ésta. Es la alegría de amar, de admirar, de fundirse con otro ser humano en un abrazo amoroso y tierno, sentirse penetrado por la belleza del otro, sentirse nutrido por el otro ser que, en estos momentos, percibimos que se derrama dentro de nosotros. La alegría de disfrutar de la compañía de alguien, de crecer juntos y de aprender con las diferencias mutuas, sólo será vivida por aquél que da tanto valor al otro como a sí mismo. Ama sentirse con autoconfianza, pero también ama admirar, confiar, aprender con el otro. Aquél que conoce sólo la alegría de conquistar está cerrado. No recibe al otro, no se relaciona verdaderamente. Todavía no conoce la alegría de amar.
Hay personas que tuvieron la alegría de vivir un gran amor no sólo con una persona, sino con varias, en diferentes momentos, a lo largo de toda una vida. Podemos mirar con gratitud amores que terminaron, ya sea porque nosotros decidimos o porque fuimos abandonados. Si yo fui muy feliz con alguien por algunas semanas, meses o años, nada de esto se perdió porque terminó. El pasado vive en nosotros, nos nutre y es una referencia. Cargamos lo que vivimos como parte de lo que somos. El verdadero amor no termina nunca. Esto no quiere decir que el deseo erótico permanece de la misma forma. Puede haber sido saciado, suavizado, o puede haber dejado de ser indispensable el realizarlo concretamente. Sobrevive la amistad, la gratitud, el bienquerer y la inmensa alegría de haber sido tan feliz, tantas veces, con esas personas.
En verdad, cada ser humano es único, insustituible, portador de una esencia, un perfume y un encanto inigualable. Si fuimos muy felices con alguien dentro de la intensa intimidad de una relación erótico afectiva, fuimos tocados, fecundados, nutridos por esa esencia. Nadie más podrá darnos lo que aquí recibimos. Es natural extrañar y revivir adentro nuestro el perfume y el encanto de otro tiempo. Es un derecho de cada uno ser fiel a los amores vividos, no en el sentido de la fidelidad erótica, sino en el sentido de permitirnos que aquella persona continúe viva en nosotros, sea en una amistad, o sólo en la memoria. Aunque hoy podamos estar felices y realizados con un nuevo amor, amores del pasado pueden vivir en nosotros como los colores del arcoíris. El amor actual es el sol de nuestra vida, está en el centro, ilumina todo, pero en el cielo de nuestra historia, el arcoíris del pasado se dibuja y nos encanta.