Ilusión de Amor

Publicado por Carlos Bitencourt Almeida 9 de noviembre de 2009

No es raro oír que el amor es ciego, que enamorarse es eludirse, fuego de paja que luego chocará con la dura realidad y que de él, después de algunos meses o años, poco o nada restará. Hablamos entonces que el amor terminó, que aquella persona se tornó neutra o desagradable para nosotros. Es un hecho.

Es innegable que las personas enamoradas pueden ver en el otro virtudes que no existen. Imaginan en la mayor ingenuidad que el cuidado, interés y dedicación de los primeros meses de convivencia durará para siempre. Casarse con alguien basado solo en estos primeros meses es en realidad arriesgar mucho, casi una apuesta a la suerte. La chance de haber decepción es mucho mayor que cuando la pareja convivió intensamente durante años, antes de decidir vivir juntos o tener hijos.

También es un hecho que no todos los enamoramientos son ilusorios. Hay personas, aunque son pocas, que logran amarse y relacionarse durante décadas. En este caso podemos decir que el amor no fue ciego y sí lúcido, sea esta lucidez consciente o no. Lo que importa es que ella fue eficaz, supo escoger. Existen casos en que una relación amorosa termina, pero los dos consiguen mantener un lazo de amistad íntima más o menos frecuente. Puede haber cesado por completo el interés erótico, por parte de alguno o de ambos. En este caso, un amor real sobrevivió. No un amor de pasión, sino un amor de amistad. Fue parcialmente correcta. Había un lazo de afinidad, de bien querer, pero no era lo suficientemente fuerte para una sobrevivencia demasiado íntima, erótica.

Cuando dos personas que fueron novios o esposos comienzan a detestarse o no tienen nada para intercambiar entre ellos, debemos decir que en este caso el amor fue realmente ciego. El territorio de afinidad era muy pequeño para servir de base a una relación duradera, ya sea de noviazgo, de matrimonio o de amistad. El amor terminó porque no existió. Deseé que el otro fuese lo que  no era y cuando desperté del sueño no sobró nada.

Enamorarse, amar, no necesita ser ilusión, fuego de paja. El fuego de la pasión, el calor del amor, necesita fundirse con el discernimiento y la sabiduría. Si tenemos un buen autoconocimiento y aprendemos a conocer a las personas, a discernir sus cualidades y limitaciones, podemos experimentar encuentros significativos, verdaderos, duraderos. De este modo la clareza de la razón se une al fuego del amor y una alegría frecuente puede vivir en nosotros.

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