Duerme dentro de nosotros un poder de alargarse, expandirse, fundirse, sensibilizarse. Hay momentos en que nuestras rígidas fronteras se disuelven y dejamos a la vida entrar. El aislamiento es dolor, la vida se pone árida cuando nos sentimos demasiado sólidos, separados de todo lo que nos rodea. Cuando el milagro acontece nos tornamos viento y nos esparramamos por el mundo, el mundo penetra en nosotros.
A veces, tocando a alguien que amamos, sentimos que algo se mezcla, como si la rígida frontera entre mi cuerpo y el tuyo se apagase y nos zambullimos en algo impalpable, sin embargo, lleno de vida, de esencia luminosa, de belleza. Somos bañados por esta luz y belleza.
Algunas veces, oyendo una canción sublime, nuestro ser se abre y la canción resuena dentro de nosotros, como si por momentos fuésemos una catedral y dentro de ella la música resuena, se entrelaza con nuestro ser, nos transmite belleza, armonía, pureza, poder.
La belleza visual de la naturaleza, del arte, de una persona que amamos o admiramos, puede, en ocasiones especiales, derramarse dentro de nosotros. Resplandece, entonces, fulgura, nos nutre, y una dulce e intensa alegría nos llena.
Cuando somos capaces de sentir amor por alguien, nuevamente es una forma de expansión. Acogemos en nuestro interior a aquél que está delante de nosotros. Nos tornamos espacio y dentro de este vacío vivo podemos oír, recibimos, sentimos ternura, compasión y alegría.
Para algunos el estudio puede ser un camino. Leer y reflexionar sobre obras que intentan comprender el misterio, el sentido de la vida, puede en algunos momentos, abrir puertas. Una clareza que mezcla inteligencia e intuición nos invade y nos deja certezas que el pensar habitualmente no nos da.
Para otros puede ser que el silencio de una iglesia, el recogimiento de una oración intensa y silenciosa, un momento de dolor extremo, súbitamente los lleva a abrirse, sensibilizarse, algo mayor los envuelve y ya no se sienten solos. Una presencia misteriosa infunde en ellos calma, alegría, energía y coraje.
El extraño misterio de estas vivencias es su fugacidad. Acontecen de vez en cuando y son desobedientes a nuestra voluntad o a nuestro deseo. Vienen y van siguiendo las propias leyes, que apenas parcialmente logramos comprender. Son como relámpagos en una noche oscura. Nos hacen vislumbrar otro mundo, otro modo de sentir la vida, pero siempre el poder de permanecer en este otro mundo se nos escapa. Volvemos al aislamiento. Volvemos a sentirnos sólidos, separados del mundo de las personas que nos rodean. El recuerdo dulce siempre permanece, marcada a fuego dentro de nosotros: la certeza de que podemos ser más de lo que somos habitualmente.