Fidelidad

Publicado por Carlos Bitencourt Almeida 14 de junio de 2011

Cuando convivimos por largos períodos de tiempo con alguien que amamos y que nos ama pueden acontecer lindos momentos. Puntos culminantes en la alegría de convivir. Aquél día fue el apogeo. Estábamos con la persona cierta en el momento preciso. O entonces miramos para atrás y vemos un período de encuentros felices. Por semanas o meses nos encontrábamos en ese lugar y las conversas eran óptimas, todo conspiraba para generar la armonía de los encuentros.

Dos amigos que se encuentran y estudian juntos. Conversan sobre todo sosegadamente. En los buenos momentos, en las crisis de dolor, en las pérdidas y en las dificultades financieras. Conviven, se apoyan, saben oírse y ampararse mutuamente. Son cómplices en la alegría de confiar el uno en el otro.

Hombre y mujer enamorados. La dulce maravilla del descubrimiento mutuo. Qué intenso placer es el reconfortarse, descubrir el placer del encuentro erótico. El tiempo para. Por algunas horas no existe nada más. El pasado y el futuro dejan de tener peso. O entonces fecundan el instante como una lluvia de estrellas. Descubrimos la historia de la vida del otro y viceversa. En la risa, la alegría y en la intensa felicidad del amor que comienza somos oyentes plenos. Queremos agradar. Queremos ayudar. Queremos abrirnos y dejar que el otro nos conozca. Queremos ser amados y amar. Y lo logramos. Por semanas o meses la dulce embriaguez de la intensidad feliz.

Terapeuta y cliente. Fuerte empatía mutua. Confianza recíproca. El cliente se percibe comprendido, acogido y aceptado. Toma coraje. Habla de sus dolores más profundos. Por meses o años los encuentros se suceden. Con frecuencia son encuentros productivos. Descubrimientos importantes. Comprender el motivo de ciertas actitudes y sentimientos por la primera vez. Para el terapeuta el desafío de comprender el misterio de las telas de la vida. Comprender a alguien rico y complejo nunca es fácil. Escapa a lo trivial, a las fórmulas ya establecidas. Es necesario olvidar todo y prestar una profunda atención. Yo parto de mi ignorancia y poco a poco voy juntando los elementos que me permiten comprender por qué ciertos elementos se hicieron presentes, el porqué de ciertas actitudes. Hay una profunda alegría en este trabajo a cuatro manos. Gratitud recíproca. Alegría de compartir momentos tan significativos. Alivio por percibir que la mudanza acontece, vida nueva comienza a brotar y a esparcirse donde antes había dolor, vida congelada, impotencia y parálisis.

Colegas de trabajo. Desde el inicio un encuentro silencioso. Hay personas que hablan con los ojos. Nos acogen, nos aman con actitudes, con sonrisas, con un afecto silencioso que nunca es dicho. Encuentros rápidos. De vez en cuando conversaciones más largas dentro del ambiente de trabajo. No sale de eso. Es una amistad que permanece tímida pero efectiva. Vive allí, sólo allí, pero es real. Un día uno de los dos se va. Pasaron diez años. Se despiden con emoción contenida. Gratitud. Añoranza que queda.

Existen relaciones que permanecen vivas por décadas. Encuentros, desencuentros y reencuentros. Períodos óptimos y períodos fríos y agotadores. Tedio. Pero en un momento de necesidad la disponibilidad es plena. Mi amiga me necesita. Está viviendo un amor clandestino, el sigilo es total, no confía en casi nadie, casi todos la censurarían. Puedo oírla. Yo acojo. Comprendo. El tiempo me hizo comprender que ciertos encuentros de amor auténtico transbordan las reglas y convenciones sociales. Por meses los diálogos son intensos y felices.

Con otra persona, el choque de la muerte. Un gran amor que súbitamente desaparece del mundo de los vivos. El dolor es inmenso. Encuentros largos, casi diarios. De a poco el dolor va disminuyendo, la comprensión aumenta, el largo proceso de recordar la vida vivida con alguien que acaba de morir se va calmando.

Cuando miramos los encuentros humanos necesitamos separar lo esencial de lo trivial. Es en los grandes momentos que podemos ver la relativa perfección del encuentro humano. O en muchos pequeños momentos llenos de ternura silenciosa y calma. Podemos ser fieles a lo mejor que tiene cada uno. La mayor parte de nuestra convivencia con las personas que para nosotros son importantes es un borrador. Estamos desatentos, cansados, el otro está negligente, con pereza de oír, sólo quiere hablar de sí mismo. Pero acontecieron grandes momentos, aunque sea hace mucho tiempo, aunque sean raros, tenemos que recordarlos. Allí está la verdad de la relación. Allí está lo mejor que tiene. Allí la perfección posible que fue de hecho real. El amor se encarnó. Encuentros de una relativa perfección que acontecieron dentro de nuestra vida. Ser fiel. Ser grato. Guardar dentro de lo sagrado lo mejor que cada uno nos dio. Vivir la certeza del amor vivido, aunque haya sido breve, aunque haya sido raro. Todo pasa, el resto es un borrador. El amor permanece.

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