Erotismo Y Vida Espiritual

Publicado por Carlos Bitencourt Almeida 14 de abril de 2011

En oriente y occidente encontramos comúnmente una actitud negativa sobre la sexualidad humana, como un factor peligroso o nocivo para el desarrollo espiritual. La regla del celibato domina muchas de las tradiciones religiosas. O sea, según estas tradiciones, aquél que verdadera e intensamente aspira  a una vida espiritual debería renunciar a una vida matrimonial, al erotismo.

Occidente durante el siglo 20 vio una poderosa destrucción de los frenos morales y religiosos relacionados a la sexualidad humana. Si por un lado es innegable que hay excesos, por otro constatamos que respiramos una atmósfera mucho más liviana, feliz y libre en lo que se refiere a las relaciones eróticas entre hombre y mujer.

Podemos vivenciar la sexualidad de tres maneras diferentes. Podemos experimentarla exclusivamente como placer sensual. El deseo sexual es un instinto y en este sentido se parece con nuestros otros deseos corporales: el hambre, la sed, la necesidad de dormir, etc. Muchos hombres conciben la sexualidad de esta manera.

En el universo femenino es más frecuente un concepto de sexualidad que entrelaza de modo casi inseparable el afecto y la sexualidad, ternura y erotismo, el deseo de sentirse amada y amando con el deseo del placer sexual. En este punto de vista sobre la sexualidad humana comenzamos a percibir un elemento singular. Ningún otro impulso sensual, ninguna otra necesidad fisiológica solicita tanto la presencia de nuestra afectividad. En este sentido la sexualidad nos ayuda a trascender lo puramente animal. Nos tornamos humanidad. Es muy común en las mujeres la incapacidad orgásmica cuando no se sienten lo suficientemente amadas o cuando están decepcionadas con el compañero.

La sexualidad en el sentido de impulso para la reproducción de las especies es el instrumento de la naturaleza para la creación de nuevos seres. Es un impulso creativo, generador. Posibilita la emergencia en lo nuevo, de un nuevo ser. En este sentido es bastante diferente del comer, dormir y beber. Estos instintos atienden a la mantención de la vida. No generan algo nuevo. Conservan lo que ya existe.

Si nosotros miramos la sexualidad humana desde este punto de vista, podemos ver dos formas de este impulso creativo. Por un lado, ella puede ser el impulso para la generación de un nuevo ser, el hijo. Pero por otro, ella puede ser creativa, generadora, cuando nos permite encarnar la afectividad humana, la ternura, la alegría de un compañerismo feliz en un momento de intensa sensualidad. Claramente esta afectividad se puede expresar o encarnarse de muchas otras maneras. En todos los actos de ayuda, de comprensión, de protección, de propiciar conforto y alegría para alguien, encarnamos también esta afectividad. Somos creativos. Generamos algo nuevo. Pero es innegable que la experiencia sexual, permeada por una afectividad intensa puede proporcionar un momento creativo y placentero que tiene una cualidad única dentro de las vivencias humanas.

Un tercer modo de vivir la sexualidad es posible cuando somos capaces de percibir una esencia espiritual de un modo intenso y nítido en la persona que amamos, una presencia espiritual resplandeciente, un ser angelical que irradia luz y amor. En la fusión amorosa de este encuentro espiritual vivenciamos una calidad de amor y alegría que trasciende a la alegría y afectividad humana habitual.

Delante de esta vivencia podemos tener dos actitudes. Primero buscar mantenerla sublime y pura, intocada por el cuerpo corporal, considerándola demasiado elevada para que puede mezclarse con la intensidad concreta y sensual de la sexualidad humana. Aquí hay una dualidad, un abismo entre espíritu y cuerpo. Vivencio mi sexualidad permeada de afecto humano con la persona que amo, pero reservo mi vida espiritual para momentos más puros, cuando mi sensualidad estará saciada y silenciosa. Esta actitud expresa la vergüenza, el sentido de pecado en relación a lo corporal, a lo sensual y a lo sexual. Considera la sexualidad humana como un mal necesario, una concesión avergonzada al lado animal de la naturaleza humana.

Así, yo torno mi cuerpo opaco, lo cierro y no permito que la luz del espíritu lo compenetre, habite en él y resplandezca a través de él. Yo no permito que mi cónyuge experimente mi cuerpo lleno de luz, no permito que los momentos de más intenso placer corporal sean camino para la encarnación de la luz del espíritu, del fuego del amor espiritual. Y esto no quiere decir necesariamente que la persona sea consciente de su actitud. Racionalmente ella puede considerarse liberal en relación a la sexualidad. Pero en la práctica, en la vida emocional más profunda, permanece la vergüenza, el miedo de la sensualidad, el sentimiento de que el sexo es sucio y no puede ser mezclado con lo sagrado, lo divino, o con aquello que es puro.

En otra actitud podemos ser capaces de integrar cuerpo, alma y espíritu dentro de la sexualidad. En estos momentos raros y sagrados podemos tocar el cuerpo de la persona que amamos, sentir el placer sensual del contacto, percibir la belleza corporal, al mismo tiempo que al tocar, la barrera entre mi cuerpo y el tuyo se disuelve, me mezclo, hay una fusión misteriosa a través del contacto. También la fusión puede acontecer a través del contacto. Yo respiro tu aire, tú respiras mi aire, en la dulce intimidad de un beso percibo que en nuestra respiración hay una ligación misteriosa, sutil, tu vida y mi vida se tornan sólo una.

También hay otro modo diferente de fusión que puede acontecer. En la plena intensidad de una relación sexual, en momentos de gran placer sensual y sexual, puedo sentir este placer como un fuego, una energía abundante e intensa que es generada en la región genital y se irradia, se expande y sube hasta el corazón, en el centro del tórax, y allí, al fuego del placer se entrelaza la luz del amor, que ilumina como un sol en el corazón, y percibo a la persona que amo como presencia espiritual resplandeciente que irradia luz y amor, fundiéndose a mí en un mundo puramente espiritual. En la plenitud incomparable de este momento percibimos el sentido mayor de la sexualidad humana como potencia propiciadora de la unión entre Cielo y Tierra, entre cuerpo, afecto humano y amor espiritual.

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