Todos los padres que son realmente responsables buscan proporcionar lo mejor según su punto de vista en la educación de sus hijos. Cómo educar a los hijos e hijas en cada etapa de desarrollo siempre es un tema polémico. Cada siglo varían las teorías. Hace cien o doscientos años atrás las teorías pedagógicas eran diferentes a las actuales en muchos aspectos. Como vivimos en el presente tendemos a creer que las ideas evolucionaron y que la ciencia y la humanidad tienen una mejor comprensión de lo que es necesario y útil. Sólo que nuestro tiempo también pasará. De aquí a doscientos años, ¿será que las ideas actuales serán las mismas? ¿O seremos mirados del mismo modo como hoy miramos a las teorías de hace doscientos años atrás?
Para vivir es necesario tener mucha humildad. El conocimiento del ser humano es lo más profundo, difícil y misterioso que hay. Al mismo tiempo, no podemos renunciar a la acción. Quienes son padres están presionados momento a momento por el comportamiento de sus hijos y, bien o mal, correcto o equivocado, necesitan asumir actitudes, cuidar, proteger, corregir y educar.
Cuando somos niños pequeños tendemos a mirar a nuestros padres como figuras poderosas, sabias, muy lejanas al alcance de nuestra comprensión. Cuando nos tornamos adultos sabemos en mayor o menor medida el tamaño de nuestra fragilidad. Somos carentes, vulnerables, cargamos frustraciones que no siempre son solucionables, somos incapaces de ciertos actos, sea porque no fuimos bien educados, o porque simplemente no lo logramos. Conocí madres que no recibieron cariño corporal de sus padres y por esto se tornaron incapaces de brindar conforto a sus hijos. Existen hijos que reaccionan a la frustración con rabia, acusan, o se ponen agresivos. Hay otros que insisten y a veces logran quebrar el bloqueo de los padres, haciendo lentamente ceder la barrera. Entonces la misma madre que no logra recibir a alguno de sus hijos, recibe a otro, que la venció por la insistencia y por la ternura. Por extraño que parezca existen hijos que logran “educar” a los propios padres y ayudarlos a superar ciertas dificultades que cargan.
En este ejemplo que cité, eran madres responsables, realmente preocupadas en darle lo mejor a sus hijos, pero las detenían sus propias limitaciones por la carencia venida del pasado.
Existen padres que tuvieron en muchos aspectos relaciones muy malas con los propios padres y repiten con sus hijos el mal que recibieron. Les infligen las mismas marcas dolorosas. Hay otros intensamente conscientes del mal que recibieron de sus padres y logran contener el veneno presente dentro de ellos mismos, purgarlo de otras formas y les dan a los hijos aquello que no recibieron y que les hizo tanta falta.
Con frecuencia oímos que el fracaso de los hijos se debe a deficiencias en la educación que recibieron. Si el hijo hubiese sido bien educado, hubiese sido orientado con sabiduría, recibido amor y límites en la medida cierta, no sería hoy este ser humano antisocial, perverso, neurótico, psicótico, improductivo profesionalmente y deshonesto. Los padres a veces se culpan cuando ven en los hijos estos fracasos, se avergüenzan de los hijos y se preguntan: ¿Dónde fue que me equivoqué?
Es innegable que una mala educación deja marcas. El hijo mimado, tratado con violencia, humillado frecuentemente, víctima de abuso sexual, con seguridad cargará marcas para toda la vida. Pero no podemos olvidar que un niño no es una página en blanco. Proveniente de las misteriosas profundidades de la naturaleza humana, los hijos de las víctimas de una mala educación también pueden superarla, totalmente o casi. Una infancia traumática puede generar consecuencias totalmente diferentes en la vida adulta dependiendo del niño que la recibió. Hijos de los mismos padres, igualmente maltratados, pueden tornarse adultos totalmente diferentes. Unos profundamente enfermos y otros renacidos para una vida solidaria, constructiva y amorosa después de haber vivido una infancia infernal.
Los dones no son necesariamente transmisibles a través de la educación. Padres inteligentes, cultos y amorosos que supieron educar a sus hijos se pueden sorprender al ver a sus hijos adultos a veces con baja capacidad intelectual, con conductas inmorales persistentes o con pocas capacidades productivas. Del mismo modo que una infancia traumática puede ser superada de forma triunfal por algunos seres humanos, una óptima educación puede dejar resultados mediocres en otras personas. Cada niño es como una semilla de un árbol desconocido. El buen agricultor ayudará a ese árbol a crecer y a desarrollar su potencial. Puede tornarse un árbol inmenso, o un árbol frutal, o una planta llena de espinas. De la misma forma que necesitamos humildad para percibir nuestros defectos e intentar corregirlos de modo que perjudiquemos lo menos posible a nuestros hijos, tenemos que tener serenidad al percibir que fuimos incapaces de transmitir a uno de nuestros hijos, o tal vez a varios, lo mejor que tenemos. El resultado de nuestros mejores esfuerzos hechos con sabiduría, competencia y amor, no nos pertenece. Cada hijo asimilará o no de un modo particular lo que le donamos.