Con frecuencia se habla del poder del pensamiento positivo. En verdad lo que está en juego en esta expresión es el poder del deseo. Aquello que soy osado en desear, con persistencia, puede tarde o temprano realizarse. El pensar es, en muchas áreas de nuestras vidas, solo una fuerza auxiliar, un medio para conseguir a través de la inteligencia y de los planes aquello que deseamos. Somos seres potencialmente racionales, pero la fuerza central que nos mueve es el deseo, no la razón. Aquél que tiene el pensar, la inteligencia bien desarrollada y ágil, puede valerse de esto para intentar conseguir lo que quiere con más eficacia.
En el centro de nuestro ser, se yergue aquello que es no racional o irracional: necesidades físicas, emocionales, espirituales, etc. Estas necesidades pueden ser reales o imaginarias. Hay cosas o situaciones que son indispensables para nuestro bienestar. Otras deseamos intensamente, pero una vez satisfecho el deseo, dejan de ser interesantes o necesarias.
El pensar, la inteligencia es aquello que rige, o debería regir nuestra relación con el mundo material, la vida práctica. Sin esto nos frustramos o sufrimos. Si nos exponemos al peligro podemos machucarnos. Si nos alimentamos incorrectamente el cuerpo enferma o muere. Para construir una casa tenemos que saber como hacerlo, si no ella se desarma. Todo lo que llamamos tecnología, ciencia aplicada a los objetos materiales, es la expresión del poder del pensar.
Ya en el mundo de las relaciones humanas, es muy difícil ser racional. Somos pasionales. No nos conocemos a nosotros mismos, no comprendemos correctamente a las personas que nos cercan. Caminamos en la neblina, intentando encontrar un camino para la satisfacción de nuestros deseos. Somos frecuentemente inmaduros emocionalmente y también intelectualmente. Es mucho más fácil ser racional en las actividades materiales, prácticas. Nuestras emociones se quedan más bajo control y la realidad se impone, fríamente. Ya entre seres humanos son dos turbulencias emocionales que se encuentran. El niño que fuimos permanece muy vivo en el adulto que somos. La mayor parte de las peleas de adultos son peleas de niños. Nuestra razón apenas ayuda en la argumentación, cuando intentamos fingir racionalidad en nuestras carencias y deseos.
Aprender a ser racional dentro de las relaciones humanas es un arte difícil. Exige autocontrol; capacidad de oír atentamente; autoconocimiento; capacidad de percibir que otros seres humanos pueden tener motivos, deseos y necesidades muy diferentes de los nuestros. Exige empatía, este difícil arte de ver y sentir al otro tal cual él mismo se ve y siente. Exige generosidad, pues sin ella quedamos siempre apegados a nuestros deseos y necesidades, usando la razón solo para inventar argumentos y explicaciones para justificar nuestro egoísmo y nuestros intereses.